El roscón
Han pasado los días de escarcha y mazapán. Los días en los que casi todas las familias se juntan para comer el cordero, el turrón ... de Reyes y beber champán. Los días, digo, para ver cómo las pestañas del Niño Jesús que –según escribe Valle Inclán– «tiemblan como mariposas rubias, entre ángeles con piel de manzana, y de Reyes Magos con mantos de púrpura y sandalias de oro». Y llegó, lo mismo que el Gordo del Niño, la cuesta de enero, la Pascua Militar y el Roscón con un muñeco que simboliza la buena suerte. Pero el enero de verdad (el enerón) arranca ahora cuesta arriba entre zapatillas deportivas y perfumes caros: Se acabó la fiesta. Se cerraron los puentes de la Navidad y el Año Nuevo. Vuelve uno pues a encontrarse en su sitio; es decir: consigo mismo, a solas. Y es que la vida, nuestra vida, está llena de puntos seguidos, de puntos y aparte hasta llegar al punto final que, como también escribe el poeta, «es el morir».
Empieza el segundo cuarto del siglo veintiuno, en el que –con toda seguridad– un servidor de ustedes no saldrá de el con vida. Dicen, por otra parte, que nos encontramos ante un cambio de época, aunque la orquesta de los palacios sigue con la misma partitura. Quiere decirse: la política, la falta de trabajo, la ambición, la soledad de muchos y ahora la Guerra Incivil española, ya contada de mil maneras, según creencias, sin que haya manera de enterrarla definitivamente. Y es que uno está ya más quemado que Juana de Arco con tanta Memoria Histórica, tanto Franco y tantos huesos desenterrados de unos y otros. ¿Y quién fue Franco?, me pregunta un vecino colombiano de portal. Vaya usted a saber, le contesto…
El caso es que ya estamos en el plenilunio llamado de las nieves. La temperatura es baja, la atmosfera trasparente. Marte y Venus, en danza, son nuestros luceros vespertinos. Y la lluvia hace brillar las hojas y las ramas de los árboles de los parques gijoneses, que ya anuncian otra vez los brotes de la resurrección.
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