Conflictos conflictivos
He decidido que voya a rebajar, en el pequeño espacio en que me muevo, esa atroz polarización, ese cabreo permanente, esa agresividadque sólo engendra dolor y desconcierto
Llevaba yo un tiempo con una preocupación añadida a las habituales con las que acostumbro a entretenerme. Ello es que desde hace no sé exactamente ... si meses o incluso años, me importan muy pocas cosas. He pasado de ser una maniática de la información a limitarme a algunos pocos titulares y a cuatro o cinco cosas más. Empecé apagando sistemáticamente la tele o la radio cuando había una tertulia política, y seguí huyendo de todo hasta llegar incluso a ignorar los únicos programas que podía soportar, que eran aquellos que abordaban la actualidad desde el prisma del humor: hasta los más próximos ideológicamente llegaron a provocarme tanto cansancio como hastío. Me ausentaba de conversaciones en las que pudiera darse algún tipo de enfrentamiento verbal. Comencé a oler de lejos la posibilidad de cualquier conflicto y a esquivarlo sistemáticamente. Y eso, quieras que no, en el fondo me dejaba la mala conciencia de estar convirtiéndome en una ciudadana desinformada que devendría sin remedio en alguien sin criterio. Sigue así, pensaba, y acabarás naufragando en la absoluta banalidad; acabarás por decir eso tan abominable de que eres apolítica. Peor aún: igual hasta te da por seguir a alguna de esas 'influencers', apóstoles de la nada o algún 'youtuber', heraldo de la superficialidad.
Pero no. Por fin me he dado cuenta de que no se trata de eso. No es que no me importen las cosas, el problema estriba en que me importan demasiado, es como si hubiera desarrollado una sensibilidad extrema para según qué, de forma que cualquier discurso político, cualquier argumentación me provoca sarpullidos porque no puedo entender que se insulte de esa manera la inteligencia de cualquier persona, que las mentiras se enarbolen con total impunidad, que lo que hoy es blanco, ayer se juraba que era negro y pasado mañana será amarillo, y te lo dirán con la misma desfachatez con que se ignoran las hemerotecas. Me espanta cualquier discusión, ese modo en que la gente se enfrenta al adversario con el único fin de colocar su argumento sin escuchar en absoluto (no digamos ya valorar) el del contrario. Y todo eso en un amplio abanico: el que va de los conflictos internacionales, las mentiras sistemáticas de las guerras, el modo en que se nos presentan con toda clase de detalles, con apariencia de objetividad, lo que solo es partidismo, hasta los conflictos vecinales por un quítame allá esa bajante.
No, no es que me haya convertido en aquella palabra que tuvo tanto predicamento en mi juventud y que posiblemente solo los de mi generación recuerden: no es que sea una pasota. Es que he descubierto que mi conocimiento exhaustivo de dimes y diretes, la dieta hipercalórica de opiniones, de comunicados, de noticias de las falsas y de las otras, la acidez del tono imperante en todo, la agresividad con insultos o misiles, las cifras de muertos olvidados que ninguna conciencia se atribuye, todo eso y mucho más, no va a cambiar absolutamente nada, como no sea mi propia salud emocional. Ni siquiera estoy ya muy segura del antiguamente llamado poder de la calle, del pueblo y de las protestas.
Así que he decidido que voy a mirar el mar, cuidar de los míos, intentar hacer lo que tengo que hacer lo mejor que pueda. Y a tratar de no hacerle la puñeta a nadie a quien puedan alcanzar mis decisiones. A rebajar, en el pequeño espacio en que me muevo, esa atroz polarización, ese cabreo permanente, esa agresividad que solo engendra dolor y desconcierto.
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