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Ahora que, de forma tan inofensiva como improbable, los medios asturianos resaltan el que podría haber un Pontífice gozoniego, ya que entre los electores y ... elegibles del cónclave está el cardenal Fernández Artime, aprovecho para referirme, al hilo de un reciente libro, a pensadores de la tierra para los que no debería haber «derecho al olvido», sino obligación de conocimiento y recuerdo. Y parto de que bien está el orgullo regional, pero siempre que se sienta y se manifieste de una forma racional, constructiva y sin hipertrofia de la sensiblería o la prepotencia que alimentan el peor nacionalismo.
Lo que ocurre es que muchas veces se santifican cuestiones banales, casi anecdóticas o pasajeras en detrimento de lo que han sido hitos en un pensamiento vuelto intemporal o en tránsitos temporales que han marcado la historia.
El Derecho y sus pilares ideológicos y morales, aunque puedan parecer cuestiones reservadas al estudio de los leguleyos son, sin embargo, exponentes claros y no necesariamente fosilizados de lo que estoy señalando. Hasta llegar al Estado social y democrático de Derecho en el que, cuando menos teóricamente, vivimos, se han sucedido cambios institucionales de gran magnitud, muchas veces con idas y venidas ideológicas, sustentados en el pensamiento o la acción política de grandes próceres de cada sociedad, como manifiestamente ocurre en España.
Los asturianos podemos sentir, sin duda, el orgullo de haber contado con paisanos de otras épocas que han sido vitales en la transformación del país, tanto desde el punto de vista de los derechos reconocidos y de las instituciones establecidas, como del pensamiento poco a poco inculcado en la sociedad, muchas veces renuente a los cambios o, por el contrario, tendente a giros bruscos o revolucionarios.
Los profesores Francisco Sosa Wagner –mi gran maestro– y Mercedes Fuertes acaban de sacar a la luz el segundo tomo de los 'Clásicos del Derecho Público', cuyo primer volumen se editó hace justamente dos años. La primera entrega, ambiciosa como todos sus estudios sobre la evolución histórica del pensamiento jurídico, abarcó a los maestros franceses, germano–vieneses e italianos, de los que en España nos hemos servido varias generaciones de juristas dedicados al derecho constitucional o administrativo, pero de los que desconocíamos muchas facetas de sus vidas y obra.
Este segundo volumen, como advierten sus autores, desde el punto de vista geográfico, nos queda aún más cerca en sus contenidos y enseñanzas, porque está dedicado a España y, lo que es más infrecuente desde estas latitudes, a los países hispanoamericanos. Y temporalmente abarca el período comprendido entre las Cortes de Cádiz y los primeros años del siglo XX. En lo académico, pero también político, la obra termina con la figura de Vicente Santamaría de Paredes, a cuya muerte la preeminencia del Derecho público le corresponderá a nuestro paisano Adolfo Posada, brillantemente estudiado por el propio Sosa Wagner.
El relato se instala en Cádiz donde, tras muchos discursos, se perfilaron los conceptos del Derecho público que van a quedar pensados y repensados –triturados dirán los autores– a lo largo de toda la centuria.
No puede ni debe ser esta colaboración semanal la reseña que merece esta obra, pero de ella cabe resaltar cómo en lo que Sosa y Fuertes llaman las tribulaciones de Cádiz en la pluma de los heraldos nos encontramos con personajes asturianos de talla nacional e incluso europea. La relación, cómo no, se inicia, en el fundamental capítulo denominado 'Las tribulaciones de Cádiz en la pluma de sus heraldos', con Jovellanos, Martínez Marina, Agustín de Argüelles y el Conde de Toreno. Un gijonés, dos ovetenses y un riosellano que, desde la historia, a veces profunda, de las instituciones patrias, iniciaron el alumbramiento de un sistema político con diversos enfoques. Pero algo nuevo, en todo caso. Y, por cierto, en la saga de pensadores españoles y del otro hemisferio, el cierre evolutivo acaba en el «contemporizador» y poderoso Posada Herrera; llanisco del que nada le es desconocido a Sosa Wagner.
No se trata de exigir a toda la población de esta o de cualquier otra región o país un conocimiento de la obra y penurias de todos los ilustres nacidos en nuestra misma comunidad. Pero sí de calibrar, siquiera con lecturas de primer nivel, como la aludida, el valor universal y permanente de algunas personalidades y su legado, frente a los ídolos mediáticos y pasajeros, tan en boga, que ni de barro son.
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