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La lengua española es tan rica, vigorosa y expansiva que ni Trump con sus bravuconadas y decretos mediáticos va a poder con ella. Deportará cruel ... y masivamente, pero los hispanos y su cultura son una parte tan importante como creciente en los Estados Unidos donde, por razones obvias, es imposible una limpieza étnica, aunque fuera muy light. Perdón por este excurso, pero, antes de ir al grano –preciosa expresión castellana, como la del trigo y la paja–, quería justificar el apego a cimentar algunos de mis razonamientos en dichos o locuciones con mucha miga, tal como las contempla el diccionario de la Real Academia Española. Institución cuyo director, don Santiago Muñoz Machado, presentó el lunes en la Junta General del Principado su última y magna obra, a la par que asistía al jurado de los Premios Princesa de las Letras, que le otorgó, creo que muy acertadamente, el galardón a Eduardo Mendoza.
Vuelvo al título del comentario y a su significado. 'De rositas', normalmente precedido por verbos –no sólo en infinitivo– como 'ir' o 'salir', es una locución adverbial coloquial (aunque no grosera, sino delicada por las flores) que significa de balde, sin esfuerzo alguno, sin castigo o penitencia. Se dice, no sin reservas por mi parte, que esta expresión proviene del comercio de telas, cuando los productos textiles se vendían envueltos en papel o lienzo fino –de color de rosa–, para que el género no se rozara y saliera del comercio y llegara a destino sin roces ni rasguños. Indemne, en suma.
La expresión 'de rositas' se refiere, pues, a salir de una situación problemática sin ninguna consecuencia negativa. En general, se usa para describir a alguien que se ha librado de un problema, castigo o dificultad, como si no hubiera sucedido nada malo. Se ponen como ejemplos situaciones muy próximas al mundo penal o procesal: «El acusado salió de rositas del juicio»; «El infractor salió de rositas de la inspección fiscal», «El instigador salió de rositas de la redada», etcétera, etcétera. Todos lo entendemos y utilizamos. También en la enseñanza para quien tiene mucha suerte en un examen o no le pillan el plagio de una tesis o trabajo fin de carrera.
El asunto preocupante es que salen demasiados sujetos libres de polvo y paja, pese a hacer fechorías muy notables y no por gozar de la inviolabilidad del Rey, que esa es otra. Más bien lo achaco a falta de medios investigadores e instructores, a las propias trabas burocráticas disfrazadas de garantías, a corrupción de diferente intensidad y al hecho de que, por desgracia, a veces el infractor, que es más listo que jueces y legisladores, logra el mítico crimen perfecto.
Estoy, como medio país, entristecido por la lluvia incesante de WhatsApp del Presidente del Gobierno y su entorno de tiempos no muy lejanos. Del contenido podríamos hablar en otro momento, pero que estas intromisiones manifiestamente inconstitucionales salgan a la luz sin una reacción contundente de la Justicia y las Fuerzas de Seguridad, me escandaliza. Todos estamos en peligro. Cuanto más se habla de privacidad y protección de datos –ya a nivel europeo– más se burlan los delincuentes en nuestras propias narices. Por no hablar del pirateo bancario, inatajable por lo poco que se destina por las entidades de crédito a su prevención; a veces cargando sobre el cliente el deber de no fiarse de mensajes. Y, lo mismo, otras entidades proveedoras de servicios. Esta misma semana, con datos robados, alguien que llamaba a un teléfono que ya no uso en nombre –decía– de Edp y buscaba, a toda costa, cambiarme de compañía eléctrica. Y hace poco me ocurrió lo mismo con una aseguradora del hogar. Y estamos indefensos; sólo nos queda desconfiar. Gran falsedad lo de la legítima confianza que pregonan nuestras leyes.
Y hay delitos que causan estragos y nunca se esclarecen. Así lo pronostiqué cuando el voraz incendio en Valdés y Tineo: que no íbamos a ver a nadie en la cárcel ni indemnizando un céntimo. Por ahora, que si habían localizado a unos, que si había pistas prometedoras… pero ahí nos hemos quedado, como la mayoría de las veces. Decepcionante.
En fin, ¿qué decir de las filtraciones a la prensa salidas de juzgados, tribunales u organismos estratégicos del Estado? ¿A cuántas personas se pillan pasando, supongo que no de forma gratuita, datos o anticipo de sentencias que comprometen derechos fundamentales de las personas?
Este asunto, en plena era digital, merece reflexión e inversión. Y unanimidad moral para erradicar el problema. Irse de rositas es una patología y su generalización es putrefacción. Lo contrario al aroma de las flores.
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