Nuestra universidad ante un reto sin precedentes
La institución ha crecido de forma imparable en las últimas décadas y la que fue, durante siglos, casa de enseñanza en Derecho, Ciencias Químicas y Letras, es hoy una entidad formativa e investigadora con departamentos de referencia
El rector Villaverde le ha echado coraje –mucho– para afrontar una transformación profunda, urbanística, patrimonial y logística en no pocos edificios de la ciudad de ... Oviedo. Tanto propios como, de momento, ajenos. La institución ha crecido de forma imparable en las últimas décadas y la que fue, durante siglos, casa de enseñanza en Derecho, Ciencias Químicas y Letras, radicada en el edificio fundacional de la calle San Francisco, es hoy una entidad formativa e investigadora con centros y departamentos de referencia, incluso supranacional, situados en campus propios de Gijón y Mieres, amén de las distintas y disfuncionales ubicaciones ovetenses. Por profesión y vocación, conozco, sin grandes pretensiones, la génesis de los distintos estudios que hoy se imparten en la Universidad de Oviedo que sólo menguaron cuando, al crearse en 1979, por segregación, la Universidad de León, se perdió la Facultad de Veterinaria. Aún, con ojos de estudiante, echo de menos las mucetas y birretes verdes con los que, volví a encontrarme en los años en los que fui profesor en la joven universidad. Siempre se cuenta que el recordado rector Teodoro López-Cuesta declinó la oferta ministerial de duplicar en Oviedo los estudios perdidos –algo muy valorado en León, que le hizo rector perpetuo–, aunque tal generosidad, para no competir, saltó por los aires cuando, en Galicia, se implantaron los mismos estudios en Lugo. Pero todo eso es pasado y bastante conocido.
El presente, pero con un desarrollo largo y parcialmente incierto, es que el rectorado, junto a Ayuntamiento, Principado y Tesorería de la Seguridad Social, aspira a ampliar su campus de El Cristo a costa de edificios y espacios de lo que fuera antigua ciudad sanitaria. El vandalismo de una década –difícil de entender y perdonar–, hace que la planificación de los usos requiera de ingenio y acierto, amén de un volumen impresionante de obra porque, aunque la Universidad se haya fijado inicialmente en inmuebles que pueden conservar su estructura, las demoliciones del antiguo hospital constituyen una etapa importante, arriesgada y muy cara. Los retrasos ya indican que no es un tema fácil. Hablo del antiguo hospital porque fui, incluso como portavoz municipal, firme defensor del nuevo HUCA en La Cadellada. No dudo del acierto de aquella decisión política y técnica. Pero sí lamento que las Administraciones afectadas no previeran una pieza de recambio o una reordenación municipal que evitara el inmediato declive del barrio de El Cristo, hasta entonces pujante. Pero no se hizo nada.
Sin duda, aunque se edificara poco antes, alguna mente supuestamente lúcida pensó que el palacio de Congresos, el famoso Calatrava, iba a dinamizar la zona. Y ya se ve en qué quedó tamaño artefacto, al que se ha vuelto a rescatar y se le buscan usos variados y curiosos, como una Facultad privada sin ventanas. Ni el parking da servicio.
Don Ignacio Villaverde no entra, lógicamente, en esta cuestión, pero sí en la revisión general de los edificios de titularidad universitaria, alguno de gran valor, que pueden dejar de ser necesarios si se consuma con éxito la agrupación de servicios administrativos en la antigua Escuela de Minas.
En resumen, la entidad académica quiere centralizar dependencias y poner en el mercado los inmuebles dispersos que puedan ya no serle precisos. A poco que se conozca la ciudad y los organigramas y burocracia de la entidad, podrá comprobarse el reto titánico que quiere afrontar el rectorado; máxime en un país, seamos sinceros, donde no hay obra, por pequeña que sea, que no acarree retrasos. Tengo buenos recuerdos, entre los inmuebles a enajenar, del de González Besada, 13, donde comencé mi andadura como profesor, así como del precioso Palacio de Quirós, donde también trabajé en dos etapas distintas. Pero ante un propósito tan ambicioso, sólo cabe apoyar y desear el mayor de los aciertos a sus impulsores. Es cierto que no estamos hablando, a salvo las Facultades que puedan recalar en terrenos del antiguo hospital, de titulaciones. Aunque algunos centros habrán de mudarse porque bien sabido es que la operación transformadora cuenta con otra pata robusta que es la necesidad de articular algo parecido a una Ciudad de la Justicia, valiéndose de los edificios universitarios de Llamaquique. La operación es casi tan compleja como contentar a todas las Comunidades con una nueva financiación autonómica.
Pero, como sabemos, más fuerte pudo ser la tentación de abandonar a su suerte unas ruinas cuando, en 1934, la Universidad quedó absolutamente arrasada. Pero el Claustro, el Ministerio y antiguos alumnos, conocidos y anónimos, levantaron y proveyeron el edificio y su biblioteca en un tiempo increíble. En octubre de 1936 iban a reanudarse las clases. Pero en julio llegó el levantamiento y la Guerra, con nuevos daños que hubieron de repararse diligentemente para iniciar –tristemente– el curso en el curso 1939-40.
Con la actual Ley universitaria, los rectores no pueden ser reelegidos, por lo que el doctor Villaverde sólo puede ansiar un buen futuro para su universidad y no réditos políticos a transformar en votos. Por tanto, sólo cabe desear éxito en operaciones a cuatro o más bandas y que llegue a buen puerto esta travesía que no dejará de afrontar marejadas porque, a diferencia del Código civil, en estas apuestas, la buena fe no se presume.
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