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Siempre me ha fascinado cómo se han relacionado el comercio, la industria y el emprendimiento con la libertad humana y los movimientos políticos a lo ... largo de la historia. Durante incontables décadas ha sido el libre comercio el que ha movido el mundo, generando prosperidad, mientras que las restricciones al mismo conducían indefectiblemente al autoritarismo, a la corrupción de los gobiernos y la pobreza de los individuos.
Esta es una realidad que describe excelentemente Emilio Lamo de Espinosa (hijo) en su excepcional ensayo 'Entre águilas y dragones: el declive de Occidente', ya en 2021: «Nuestro futuro se va a jugar, se está jugando ya, entre águilas y dragones, entre un Occidente debilitado pero todavía orgulloso y soberbio, y un Oriente que se sabe más y más poderoso y que no acabamos de entender. Pues los pilares sobre los que se ha construido el mundo occidental están siendo barridos por la historia». Enfrentamos por tanto ese enorme desafío, el de mantener sociedades que respeten las libertades políticas, económicas, y, sobre todo, de pensamiento, que tanta prosperidad y bienestar han aportado en las últimas décadas, libertades que hoy se ven amenazadas tanto dentro como fuera del viejo Occidente.
Durante las últimas semanas se han sucedido noticias sobre importantes industrias asturianas. Noticias que no son circunstanciales, ni casos aislados. Nuestro tejido industrial avisó muchas veces, pero ya muestra síntomas evidentes de su fragilidad. Europa llega tarde y, con ella, nosotros. Asturias tiene ahora por delante una carrera en un escenario difícil, y que no se puede posponer.
Llevamos años advirtiendo de que el camino que está tomando Europa, sin estrategia industrial ni económica clara, aboca a deslocalizaciones y pérdida de competitividad y empleos. En septiembre tuvimos la última gran alarma: el informe Draghi ponía (una vez más) negro sobre blanco el gran problema europeo y urgía a actuar en defensa de nuestra autonomía estratégica. Pocos avances habíamos visto antes y pocos hemos visto desde entonces.
El gran peligro que enfrenta la economía europea no llegó de la mano de Trump, ni se descubrió entre las páginas del informe Draghi. Ya estaba latente. Llevamos años trasladando las peticiones de auxilio de nuestra industria en Estrasburgo y Bruselas, y también lo han hecho eurodiputados como Jonás Fernández. Europa no puede decir que no había oído esto antes, aunque es posible que no quisiera escucharlo.
Y ahora, a una situación crítica, se suma la amenaza arancelaria. Y el declive industrial europeo que ya estaba en marcha, se acelera. El proteccionismo solo lleva a medio plazo a un juego del que todos resultaremos perdedores. Sin duda, lleva a una mayor inflación para todos, y la inflación conlleva empobrecimiento, especialmente de las rentas más bajas. En definitiva, los aranceles, al final, los acabará pagando el consumidor, de eso no cabe ninguna duda, mientras pueda pagarlos.
Ahora bien, dada la decisión de Estados Unidos, Europa no puede permanecer impasible. Especialmente desde la guerra de Ucrania se ha puesto de manifiesto la imperiosa necesidad de la autonomía estratégica, de defender a nuestra industria, de tener autonomía energética y proteger a los sectores esenciales de nuestro progreso. Porque creemos en el libre comercio, pero las empresas europeas no pueden competir en desigualdad, ni aceptar sin traba algunos productos sin las debidas exigencias medioambientales ni laborales. Por eso es Europa quien debe actuar con urgencia y con la suficiente intensidad. En este sentido, el Mecanismo de Ajuste en Frontera por Carbono es una medida necesaria que debe adoptarse lo antes posible. Y también garantizar precios energéticos competitivos, porque el precio de los derechos de emisiones de CO2 es un impuesto que supone un coste muy importante para nuestra industria, especialmente para la electrointensiva.
Pero además de estas medidas, urge una reflexión seria sobre el papel que quiere jugar Europa en el nuevo contexto geopolítico. Debemos tener una verdadera estrategia que impulse nuestra competitividad, que favorezca la innovación y el conocimiento, que disminuya la burocracia y la regulación y que enfrente los nuevos desafíos mundiales, como la inteligencia artificial o la autonomía energética.
En 2024 Asturias exportó a Estados Unidos 233,59 millones de euros, lo que representó un 4,04% del total de exportaciones. Dato importante sin duda, en especial para partidas como manufacturas de fundición, hierro y acero, o productos químicos, pero no es ni mucho menos el principal receptor de nuestras exportaciones. No podemos olvidar tampoco el efecto indirecto, dado que nuestro principal socio comercial es la Unión Europea, a donde nuestras exportaciones descendieron en el año 2024 debido a la delicada situación de su industria, que exporta a su vez también a Estados Unidos.
Enfrentamos, por tanto, un momento de recomposición del tablero mundial y debemos saber qué posición debemos jugar en él. Debemos mirar también las oportunidades que nos ofrecen otros mercados. Intensificar nuestras relaciones comerciales con Latinoamérica, Asia, y empezar a mirar también a África. Pero centrarnos, sobre todo, en defender nuestra industria estratégica y en ser competitivos para seguir siendo relevantes. Es el único camino.
Es necesaria una reflexión seria sobre el papel que quiere jugar Europa en el 'nuevo' contexto geopolítico. Decimos nuevo, pero hace tiempo que Europa perdió su papel protagonista. Figuramos en el centro de los mapas occidentales porque españoles y portugueses fuimos el centro del mundo en el momento que tocó dibujarlos. Pero la realidad ya no es esa. Hoy, ese centro simbólico se lo disputan EE UU y China. En la proyección del mapa que se usa en China el centro está en el Pacífico, Europa queda empequeñecida a la izquierda y Asturias se acerca peligrosamente al margen. Para la potencia en alza somos la periferia.
No creo que debamos asumir ser irrelevantes, o simplemente quejarnos porque no nos gustan las decisiones que se toman en países con verdadero peso internacional. Debemos tener una estrategia que impulse nuestra competitividad y afronte los nuevos desafíos mundiales. Mientras tanto, China y EEUU compiten por estar a la cabeza del desarrollo de la inteligencia artificial y Europa solo ha sido pionera en regularla.
Es cierto que en este escenario el peso de Asturias es limitado, pero no podemos ser meros observadores. Octavio Paz dijo que lo único que une a Europa es «su pasividad ante el destino». Me resisto a creer que eso sea cierto, pero si Europa termina de bajar los brazos no quiero que Asturias la acompañe.
No es hora de divisiones ni fango político. Gobierno y empresas debemos hacer un frente común para que se nos escuche en Madrid y Bruselas, para pedir que la UE no siga llegando tarde. Exigir que Europa actúe con una voz única. Sé que es un trabajo complicado, de ajuste fino y de equilibrios de intereses entre los distintos países. Pero hay que tener claro que la alternativa es la irrelevancia, y en ese juego perdemos todos. Y si en medio de esta ingente tarea nos asalta alguna duda, siempre debemos recordar que el ejercicio del libre comercio, lejos de ser un fenómeno puramente económico, es expresión de la libertad humana e impulso del progreso de nuestra civilización y que sus enemigos, independientemente del uniforme que vistan, lo son también de la razón y del progreso.
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