El escrache nos llegó de Argentina cuando se negó a la población de a pie el acceso a sus ahorros para evitar el colapso que ... una recua de políticos inútiles había perpetrado sin ningún pudor. Era la reacción desesperada de gente que no tenía ni para pagar la comida: perseguir a aquellos inútiles con cazuelas y sartenes vacías. Más tarde, un iluminado re-definió los escraches como «jarabe democrático» aunque, cuando le tocaron a él, ya no eran tan democráticos. En esta villa marinera hemos vivido protestas más o menos intensas cuando se nos despojó de nuestro pasado obrero pero sin llegar al nivel del acoso personal, incluso cuando nos quitaban nuestro medio de vida. Hasta hace pocas semanas. Y es una línea roja que nunca se debería haber cruzado.
Nadie quiere cerca de su casa un albergue para transeúntes, ni la metadona, ni el crematorio, ni la depuradora, ni unas viviendas sociales. Siempre esperamos que se le adjudique al otro. Repartamos la carga: tú la soportas y yo te la llevo ahí. Pero son servicios sin los que se entendería una ciudad en esta época. Y al que le toque será una molestia, eso no lo duda nadie, pero el hecho de no vivir aislados como buenos salvajes implica esas molestias. Perseguir a quienes nos gobiernan a golpe de cazuela por ello no es ninguna muestra de salud democrática. Ahora, queda el trabajo de vender que el cambio de parecer no ha sido por el escrache porque, si no, estaremos abiertos a vivir un bucle infinito de sartenes cada vez que nos planten algo molesto al lado de casa.
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