Sobre la bocina
Una de las tradiciones más arraigadas en este país es que, cuando la abuela hace rosquillas, el número final que reparte es aproximadamente la tercera ... parte de las que amasó. Por el camino, manos furtivas de nietos, hijos, vecinos y un señor de Cuenca que pasa por allí hacen que el resto desaparezca mientras todos se acusan unos a otros. Todo este rollo viene a colación de que es comprensible que esto pase con las rosquillas de la abuela. Lo que no es tan normal es que vayan desapareciendo ciento y pico mil toneladas de carbón de El Musel y nadie haga nada hasta que el dueño del mineral se enfade.
Y es que, desde otoño de 2020 hasta anteayer, en las oficinas del Puerto de esta villa marinera se dedicaron a colgar el teléfono y mirar para otro lado, como cuando uno se ha quedado sin internet. Fue tanta la desgana, que ni siquiera se plantearon aprovechar la coyuntura y cambiar la excusa-milonga habitual de que lo que tiñe de negro San Lorenzo viene del Castillo de Salas por la sospecha más generalizada: que en El Musel sale volando carbón porque no está almacenado como Dios manda. Dicen que a la fuerza ahorcan y bien está que los nuevos mandamases busquen un acuerdo con la empresa suiza Telf. Igual que hemos criticado a Nieves Roqueñí por el caso Naval Azul, es de alabar la intención de no escurrir más el bulto y que la terminal de graneles quiebre buscando un acuerdo sobre la bocina. Ojalá no nos cueste mucho dinero.
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