¿Era posible evitarlo?
Tras unas semanas en las que los riesgos naturales han vuelto a ser noticia (por desgracia), la mañana del domingo se estrenó con un nuevo ... sobresalto: un gran desprendimiento de rocas invade los dos carriles de la AP-66, cortando la principal vía de comunicación de Asturias con la meseta. Para cualquiera que conozca la autopista y su nivel habitual de tráfico, resulta sorprendente que ningún vehículo haya sido afectado. ¿Era posible predecir este argayo? ¿Era posible evitarlo? En este momento, en el que la gestión del riesgo natural está en el foco del debate, estas preguntas son inevitables. Como el resto de los fenómenos naturales catastróficos, los argayos (deslizamientos, caídas de rocas, flujos) son el resultado de un complejo equilibrio de factores, muchas veces difíciles de analizar o predecir. Sin embargo, esto no quiere decir que no se pueda hacer nada para prevenirlos o minimizar sus daños. Hacen falta dos ingredientes para que ocurra un argayo de forma natural. El primero es una ladera en una situación inestable, bien por su elevada pendiente, porque la roca está fracturada y es poco resistente, o por otras múltiples razones.
El segundo es un detonante que acabe de romper ese precario equilibrio y haga que parte de la ladera se deslice o caiga por acción de la gravedad: la saturación de agua en el terreno, un terremoto, etc. Si, además, la acción humana altera las condiciones de estabilidad natural, el número de factores a tener en cuenta se multiplica: modificación del flujo de agua, aumento de la pendiente de la ladera, vibraciones generadas por el tráfico y un largo etcétera. Todo esto puede abrumar, pero no hay que engañarse: los científicos y técnicos de todo el mundo llevan décadas sumergidos en el estudio de esta casuística y el conocimiento existente es amplísimo. Existen técnicas para elaborar mapas que señalan las zonas más propensas a los argayos (cuando no mapas ya elaborados), existen métodos estadísticos que permiten predecir cuánto tiene que llover para que ocurra un argayo, existen sensores para controlar la estabilidad de las laderas, existen sistemas de drenaje y estabilización de los taludes; como se suele decir, está ya casi todo inventado.
¿Entonces, qué es lo que nos falta? Nos falta entender que los fenómenos naturales siempre van a estar ahí, repitiéndose tozudamente, y que no debemos obviarlos; nos falta aplicar el conocimiento existente de forma sistemática y continuada en el tiempo como parte de una gestión eficaz; y nos falta interiorizar que el dinero invertido en el estudio y prevención de los riesgos es dinero bien empleado. Esto no es una utopía. Sin ir más lejos, en el País Vasco la monitorización continua de los principales taludes de la red viaria es ya una realidad. No existen los milagros. Por supuesto que habrá situaciones de riesgo que no se puedan evitar, pero el margen de mejora es inmenso. En todo caso, un mayor conocimiento siempre permitirá gestionar de forma más eficaz el presupuesto destinado a prevenir estos fenómenos y las propias situaciones de emergencia. A la vista de los tristes acontecimientos de estas semanas, tal vez sea el momento de hacer una reflexión pausada y profunda sobre este aspecto.
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