Pesadillas y paciencias
El escenario se nos queda pequeño, o se nos ha puesto demasiado grande. No sé. La Navidad parece casi un milagro a celebrar sabiendo que, ... si celebramos mucho, muy de cerca, de continuo, caeremos en otra pesadilla. El Centro Europeo de Enfermedades aboga por medidas drásticas y otros organismos se añaden a la advertencia. La variante ómicron llega para encender de nuevo las alarmas, aunque ya no sepamos qué es lo que nos advierten. Tengo, como muchos de ustedes, esa sensación de derrota pegada al alma, un lastre en las piernas que impide cualquier ligereza en el movimiento. Las cifras de contagio pesan tanto que la maraña de noticias se ha vuelto más horrible que nunca. Una maraña difícil de deshacer. Por eso, tal vez, ha sido un alivio, un gran y profundo alivio verle la cara al sol. Después de semanas lloviendo, con el cielo plomizo conformando el paisaje y casi el destino, la luz otorga algo de calma y optimismo. El domingo pasado, cuando bajaba a por un café, un niño trotaba alrededor de su madre diciendo, mira, mama, ¡¡solo hace frío! Y ese grito inocente era tan verdad que me apetecía unirme a su jolgorio y atestiguar que sí, que solo hace frío. Un empeño más, un tirón extra de fuerzas, sacándolas de dónde sea; un poco de esperanza en la tercera ronda de vacunas, un bailarle el agua al virus, aunque vengan tan mal dadas; un poquito de energía, de la que aún queda en la reserva y afrontar otra vez con decisión este trozo del camino que se ha puesto tan intransitable. El escenario se ha quedado pequeño o, quizás, se nos ha puesto demasiado grande, pero habrá que cogerle la medida evitando de paso el ruido infernal, ese ruido de fondo que nos ancla en la amargura.
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