Pobreza, miseria y dolor
Pueden llamar a Putin y a esa gente como les apetezca. Sátrapas, oligarcas, dictadores o autócratas, pero no dejan de ser tiranos acomplejados y desequilibrados, que intentan suplir las carencias y faltas de sus hueras vidas con este tipo de actuaciones
No les voy a hablar de la invasión rusa, de la OTAN, de geopolítica o de dineros. De lo que se ha hecho y de ... lo que no; o de lo que se debería haber hecho. No al menos como está siendo costumbre en estos días. De eso, estoy segura, ya habrán leído, escuchado y visto cuantioso material en estas semanas. Es normal y necesario, aunque imagino que, pasa siempre en los conflictos, ese material no siempre habrá sido el más correcto o, quizá fuera más adecuado decir, el más sincero, porque en esto de la guerra también existen y se expanden los malos analistas, historiadores, cronistas y simples «yo pasaba por aquí y creo que de esto sé algo, así que os lo voy a contar a través de un vídeo malo y bastante cutre que os paso por mensaje». Es decir, se mezclan sin pudor los que saben mucho con los que no saben nada, pero que debaten igual sobre el asunto y dan consejos, muchos consejos, sobre cómo convendría actuar. Copan horas y más horas de tertulias, entrevistas y charlas, a pesar de que un sinnúmero de ellos son, como decía mi abuela, simples listos con ninguna boca de verdades.
Y no les quiero hablar del tema de esa manera porque, pese a que tengo mis ideas y conocimientos, claro, hoy prefiero compartir con ustedes algo que para un gran número de esos analistas nunca entra en la ecuación, y que son las sensaciones y sentimientos. A mí, lo que ocurre, me produce una tristeza infinita -infinita de verdad- y me hace preguntarme cuánta sangre necesitan los tiranos para satisfacerse. Pueden llamar a Putin y a esta gente que se dedica a jugar al Risk con las vidas de los demás como les apetezca. Sátrapas, oligarcas, dictadores o autócratas, pero no dejan de ser tiranos acomplejados y desequilibrados que intentan suplir las carencias y faltas de sus hueras vidas con este tipo de actuaciones.
Y me pregunto, también, cuánta sangre necesitan las banderas y aspiraciones imperialistas con olor a rancio de esos pocos y sus bolsillos. Utilizo la palabra rancio, pese a que está sobreexplotada, porque es la que mejor sintetiza la náusea, el asco, que esto me provoca. Y no, ya ven, no me olvido de los bolsillos. Seguro que hay quien llenará sus arcas de dinero abundante. ¿Por cuánto? ¿Por cuánta sangre? No tengo la respuesta.
Tampoco voy a inflar este artículo con frases de esas que en estos días, como los malos analistas, lo inundan todo. A veces tengo la sensación de que inundan hasta el alma. Citas pueriles sacadas de cuadernos adolescentes o, por el contrario, frases sesudas de cualquier filósofo, sociólogo o politólogo que uno encuentra por internet. Porque esto funciona así. Se busca 'frase filosófica sobre la guerra', y se copia lo que salga. Y no voy a poner estribillos de canciones, a pesar de encontrar en la música muchas y muy variadas advertencias sobre guerras y tiranos con sabor a vaticinio o a épocas que no terminan de irse. La Segunda Guerra Mundial acabó hace solo 76 años. Solo. ¿Qué aprendimos? Poco, me temo. ¿Qué olvidamos? Mucho o, tal vez, todo.
Versos, ensayos, novelas, biografías. En el amplio mundo de las letras también tenemos de dónde aprender, estudiar y analizar. Solo hay que elegir. Pero no voy a citar a este o a aquel autor para hablarles de la sangre derramada. No me apetece. Ciertamente, no me apetece siquiera escribir estas líneas porque por mi mente, desde que este sinsentido se dejó hacer -sí, han leído bien, se dejó hacer-, tres son las palabras que la recorren sin descanso: pobreza, miseria y dolor. Ese será el peaje. Más allá de la muerte, que esa ya cabalga altiva junto a sus compañeros de partida.
Pobreza, miseria y dolor. ¿Cuánta sangre es necesaria?
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