A propósito de David Amess
Porque amo la vida, soy antitaurino y antiabortista, y porque tengo claro que prefiero la vida de un torero a la de todos los toros, mi perplejidad alcanza cotas insuperables cuando me encuentro antitaurinos proabortistas
Leo la noticia de la muerte del diputado británico David Amess, y dentro de lo terrible de la misma, encuentro algo que me reconforta. No ... soy tan raro. David Amess era conocido por su amor a los animales y su defensa por la vida humana del no nacido. Era un hombre coherente con la vida. Su activismo en defensa de los animales y la vida del no nacido sin duda, fue mucho más prolijo en el tiempo que el mío. Mi activismo antitaurino se acabó el día en que en el Bibio un padre me dio una bofetada cuando yo indicaba al portero que, en cumplimiento de la ley, el niño no podía entrar con su padre al 'espectáculo'. El antiabortista sucumbió por aquel entonces también, el día que activistas del PCE me interpelaron a gritos cuando salía de una entrevista en la Cope de Gijón.
Han pasado casi 40 años desde entonces y aún mantengo mi capacidad de asombro con un país donde se discute la viabilidad de las pensiones mientras se cercena anualmente la vida de 100.000 inocentes, sobre unos escasos 400.000 nacimientos, y se justifica en 'modo arte' la muerte violenta de un mamífero superior con un sistema nervioso perfectamente desarrollado. Para los que no sepan de biología, el primer caso se lee así: desde el momento de la fecundación comienza un programa de vida que pasa por diferentes etapas, embrionarias, fetales, infantiles, adolescentes, etc, y la interrupción súbita de cualquiera de ellas significa la muerte. Y en el segundo caso, se lee así: el toro siente el dolor de la misma manera que tú. Porque amo la vida, soy antitaurino y antiabortista, y porque tengo claro que prefiero la vida de un torero a la de todos los toros, mi perplejidad alcanza cotas insuperables cuando me encuentro antitaurinos proabortistas.
Pero está claro que algo no razono bien, porque el país marcha encantado con el aborto, los toros, tirar la cabra del campanario, etc., y de ahí que resulte reconfortante saber de personas que coherentes con la vida, han consagrado su existencia en defensa de los animales y del derecho a la vida del no nacido.
La ciencia jamás ha explicado por qué el ser humano puede actuar en contra de sus instintosLa muerte nos obliga siempre a la pregunta de por qué y para qué
En esta sociedad tan fascinada por resolver problemas, no desdeñables sin duda, con la muerte, tengo el privilegio de ser un biólogo de raza al que Dios le dio la virtud de la Fe en sentido inversamente proporcional al que le quitó la virtud de la prudencia. Esta premisa hace fácil deducir que soy profundamente analfabeto, pues ya desde Baltasar Gracián es sabido que la prudencia es virtud que atesora el sabio. Para mi descargo, soy un analfabeto inquieto, es decir, me hago preguntas e intento leer y estudiar para encontrar respuesta a las mismas.
En este planeta nuestra vida se asienta en la química del carbono. Si, carbón como el de nuestras minas. Resulta delirante escuchar a algunas personas explicar el origen de la vida desde ese trozo inanimado de carbón hasta el animado perrito fiel, pero sin libertad para obrar en contra de sus instintos. Los perros no se ponen a dieta para mejorar su figura o bajar el colesterol, ni tan siquiera son libres para dejar de querernos, de ahí su fidelidad. Y si ese salto de lo inanimado a lo animado ha resultado, resulta y resultará inexplicable, aún dista muchísimo del gran milagro que supone la existencia del ser humano, animal racional que actúa libremente en contra de sus instintos, por ejemplo, pasando hambre para bajar su colesterol, coger tipín, y crear obras de arte como 'El David' o las pinturas de Altamira. Precisamente porque me dedico a la ciencia, creo en Dios y no como muchos dicen, ¿cómo puedes dedicarte a la ciencia y creer en Dios? La ciencia jamás ha explicado el origen de la vida ni el proceso 'bioquímico' de la libertad por el que el ser humano puede actuar en contra de sus instintos, lo que le diferencia sustancialmente de los animales. Los que tenemos 'la desgracia' de tener Fe no acabamos nada con ella, sino que lo empezamos debido a ella. Con ella comienzan las preguntas, las inquietudes, los interrogantes. La Fe, como la coherencia, es fuente de problemas, preguntas y quebraderos de cabeza. En ese sentido, para los que no tienen Fe la vida es mucho más apacible. Para ellos, un buen día por casualidad la piedra de carbón empezó a moverse y tornó en animada, y un poco más allá, decidió que podía tener hijos y se reprodujo y, finalmente, tuvo consciencia para actuar en libertad haciendo el bien y evitando el mal, y de paso pintar la 'Mona Lisa'. Qué lindo es el ateísmo científico. Resultan fastuosos los saltos ontológicos y metafísicos, impropios de quien debe conocer el rigor del experimento científico.
En cada segundo de la vida de un ser humano solo hay una cosa segura, y es su muerte. Desde un punto de vista material, la muerte nos conecta con la vida a través del ciclo de los elementos -de ahí mí deseo de que no me quemen y si puede ser, que me entierren a pelo en la tierra o me tiren al mar y acabe siendo carbono de una margarita que se come un gochu o sodio de un percebe que se coma un playu cualquiera en una sidrería de Cimadevilla-, pero desde un punto de vista trascendente es mucho más fascinante que la vida misma, porque nos obliga siempre a la pregunta de por qué y para qué.
Entre las muchas preguntas que nos hacemos las personas que tenemos Fe, están todas aquellas que interpelan a la bondad de Dios para que evite guerras, violaciones, torturas y aberraciones, sin darnos cuenta de que Dios no puede interferir en lo único que nos distingue de los animales, la libertad para hacer el bien y evitar el mal. Los parlamentarios británicos han recordado a David Amess definiéndolo como «el hombre que todo lo hacía bien». El hombre que consagró su existencia en coherencia con la vida, defendiendo que se respetara a los animales y la vida de los humanos no nacidos.
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