Secciones
Servicios
Destacamos
Saber quiénes somos se ha convertido en una obligación. No lo digo yo, lo dice el mundo. Hay que definirse, mejorarse y, por supuesto, narrarse. ... Buscar un relato coherente y sólido sobre uno mismo. ¿Quién soy? ¿Cómo soy? ¿Cuáles son mis progresos? ¿Qué me hace diferente? Una versión depurada del yo que encaje y a la vez se distinga en una sociedad que premia la singularidad, pero que la convierte en plantilla.
Vivimos, creo, en un curioso tiempo marcado por una identidad hipertrofiada. Una época que nos obliga a tener respuestas firmes sobre nosotros mismos porque, al parecer, la duda es un fallo de carácter o una tara. Sinónimo de abandono o derrota.
Hablo del yo público, ese que se expone, proyecta y tanto se cuida (hasta la obsesión), pero también del otro yo; del íntimo que duda y no termina de encontrarse a sí mismo. Un yo que está cada vez más solo, más agotado, porque su espacio ha sido colonizado por su versión externa y expositiva. El yo público obliga a que todo gire en torno a la exigencia de hacer de la identidad no una búsqueda, sino un deber. El yo convertido en producto.
Sociológicamente, no hay identidad sin relato, pues la identidad –entendida esta como la manera en la que nos definimos para existir y nos reconocemos en los otros–, se funda y expresa a través de relatos personales y colectivos; si bien, cuando ese relato se vuelve obligatorio, deja de ser un rasgo humano para convertirse en una carga. La identidad se transforma entonces en un problema, pues lo que era una construcción natural se convierte en una imposición. En la actualidad, no se construye, se exige. Nos sentimos obligados a tener una definición precisa de nosotros mismos, a ser algo establecido y, sobre todo, a serlo ya.
Estoy segura de que este crecimiento monstruoso del yo proyectado nos aleja cada vez más de nuestro yo íntimo, ese que se crea y crece con preguntas, pensamientos dudas, sentires y experiencias personales. Ese que no siempre se puede –ni se debe– explicar. El yo íntimo callado y contradictorio, a veces confuso, que sobrevive a duras penas bajo el peso del otro yo, el público y perfectamente relatado que carece de grises. Un yo hipertrofiado que todo lo arrasa, que todo lo destruye.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
El Cachorro entrega a Roma la procesión de todos los tiempos
ABC de Sevilla
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.