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Emilio Lledó recibe el aplauso de los alumnos a su llegada al IES Aramo.

«La codicia es una enfermedad de la ignorancia»

Emilio Lledó evocó en el IES Aramo su época como profesor de Bachillerato, ante un alumnado que le ovacionó con efusión

ALBERTO PIQUERO

Viernes, 23 de octubre 2015, 02:38

Rejuveneció en la mañana de ayer Emilio Lledó, Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades, evocando su época de profesor en un instituto vallisoletano de enseñanza secundaria, allá por el año 1962. Eso les confesó a los alumnos del ovetense IES Aramo, quienes le recibieron y le despidieron en el salón de actos del centro con dos enormes ovaciones. «Sois iguales que aquellos alumnos que tuve en Valladolid», les comparó, haciendo una glosa emotiva de la docencia: «La misión del profesor es amar lo que enseña. Y, sin retórica, puedo decir que yo me sentí vivo por la vida de mis alumnos», ejemplificó quien fuera catedrático en las universidades de Heidelberg, Barcelona o Berlín. O en La Laguna, de Tenerife, desde donde ayer mismo un antiguo discípulo se desplazó a Oviedo para verle.

Fue presentado por el profesor de Filosofía y jefe de estudios adjunto del Aramo, Manuel García Nieto, quien lo enmarcó a modo de «sevillano de nacimiento y ciudadano universal», glosando algunas de sus obras fundamentales como 'El surco del tiempo', 'El silencio de la escritura', 'Elogio de la infelicidad' o 'Palabra y humanidad'.

Ante un recinto atestado de estudiantes y atentísimo, en la línea de las comparecencias que va sumando estos días en la capital del Principado, Emilio Lledó estableció su consideración acerca de la filosofía «no como algo ajeno a la realidad, sino que es la inteligencia de la realidad, la realidad misma». Volviendo a otra de sus valoraciones vertebrales: «Todos los seres humanos son filósofos, porque todos queremos saber». Y en ese sentido, apreció la importancia de aquellos que «nos dan las posibilidades de entender», las cuales son las que abren el mundo a «la libertad y a la vida».

Al fondo, siempre uno de sus filósofos de cabecera, Aristóteles, que dejó escrito que el ser humano es «un animal que tiene la palabra, un soplo semántico», diferencia capital, por ejemplo, con un bogavante, al que el pensador de la Grecia clásica dedicó páginas en su obra, cotejando semejanzas y diferencias con los seres humanos: «Parece que tiene una lengua, pero no habla...».

Viniendo a la contemporaneidad, introduciéndose en las nuevas tecnologías de la comunicación, advirtió que «móviles, sí; pero hay que leer, hacer que fluya la cabeza».

Partiendo del diálogo platónico de 'Fedro', elogió la trascendencia de la memoria «lo que pensaron otros, depositado en el cauce de la cultura». Sintetizando: «Los seres humanos somos memoria. Y el pueblo que se olvida de su historia, se olvida de su ser».

Respondiendo a las preguntas de los jóvenes, comenzó haciendo un juicio crítico a lo que llama «materias asignaturescas» en la enseñanza, enfrentadas a la creatividad docente, por la que abogó.

Interrogado por «el papel de la filosofía en el conjunto del saber», que remitiría a un título de Gustavo Bueno, su respuesta fue sencilla: «Es un papel importantísimo porque necesitamos saber». Ocasión para arremeter contra «la monstruosidad» que pretende eliminar la historia del pensamiento de las aulas, la filosofía. «Es una ceguera terrible a la que nos debemos oponer». Una ceguera que, además, no comprende, «a no ser que pretendan que seamos cada vez más tontos y no tengamos capacidad para juzgar lo que los políticos hacen en el poder».

En la disyuntiva de «tener» o «ser», tras recorrer sumariamente la idea de felicidad en la Grecia clásica, concluyó que «la codicia es una enfermedad fruto de la ignorancia y del miedo a la vida».

Ya en el epílogo, de nuevo vinculó la memoria y el lenguaje: «Somos lo que hemos sido, a través de la palabra y de los afectos».

Y ampliando el diámetro conceptual: «Soy un firme defensor de la memoria histórica, que no es más que una redundancia, la memoria es histórica por definición, con ley o sin ley».

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