«Tantos años coqueteamos con este premio que ya pensábamos que lo merecíamos»
Les Luthiers, galardón de Comunicación y Humanidades, confiesan que solo quieren hacer reír
PACHÉ MERAYO
Jueves, 11 de mayo 2017, 08:39
«Todo tiempo pasado fue anterior», dicen Les Luthiers en el recuerdo de todo aquel que ha disfrutado con su humor inteligente, perspicaz, incomparable e inconfundible. Ayer, tras la concesión del Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades, tantas veces acariciado, ésta y otras maravillosas sentencias circulaban por todos los rincones del mundo. Llenaban las calles, las conversaciones y los cien mil visionados de sus célebres actuaciones. Mientras ellos, a los que les llega este galardón con las filas huérfanas, tras la muerte en 2015 del inolvidable Daniel Rabinovich, recibían la noticia del galardón haciendo, como no podía ser de otro modo, chiste. O no. «Tantos taños hemos coqueteado con este premio que ya empezabamos a pensar que lo merecíamos», decía el luthier de melena blanca, Carlos López Puccio, al poco de hacerse oficial el fallo del jurado, en la voz de Víctor García de la Concha. Luego hablando los seis al unísono en una carta enviada a la Fundación, confesaban que, ciertamente, habían «soñado con lograrlo».
«¡Gracias, gracias, gracias!». Así, entre exclaciones contestan estos trovadores, argentinos universales, a la concesión que les sube al palmarés de los Princesa al lado de otros grandes de su mismo mapa natal: «Qué honor que nos brindan, qué orgullo incorporarnos a ese admirado grupo de compatriotas que han recibido antes el premio», escriben, recordando inmediatamente a Quino, Raúl Alfonsín, Mario Bunge y Daniel Barenboim y esperando «estar a la altura de la distinción que nos otorgan».
Una distinción que les llega «por haberse convertido en uno de los principales comunicadores de la cultura iberoamericana desde la creación artística y el humor». Así lo manifiesta el jurado en su acta, donde se subraya especialmente el «original tratamiento del lenguaje, de la música y de la acción escénica, que atrae a cientos de miles de espectadores de todas las generaciones» y les ha convertido, dice el jurado y ya también la historia en «espejo crítico y un referente de libertad en la sociedad contemporánea».
Pero lo que Les Luthiers, que toman su nombre de lo que realmente son, es decir, fabricantes de instrumentos, en realidad de extravagantes instrumentos creados con objetos cotidianos como un violín de lata o una lira hecha con una tapa de un inodoro, son sobre todo y por encima de todo, cómicos. «Humoristas que utilizan como vehículo la música, el buen gusto y la inteligencia», dicen ellos mismos y lo sabe cualquiera. Cualquiera que les haya visto, escuchado y reído. Algo que en Asturias ha sido posible varias veces. En Gijón han actuado regularmente desde 1996. Siempre en el Teatro Jovellanos. Siempre con el teatro lleno. La última vez fue en 2003. A Oviedo han acudido en dos ocasiones, en 2012 y en 2015. Esta última vez tuvieron que duplicar las funciones porque sus entradas no duraron más que unas horas en taquilla. Ellos saben que aquí se les quiere y mucho. Por eso ayer confesaban que «este premio es una de las pocas cosas en toda nuestra historia, ahora podemos decirlo sin rubor, que soñábamos con ganar».
Pero no todos estaban ayer igual de contentos. Un personaje anexo o menor dicho ajeno, pero propio, el célebre compositor Johann Sebastian Mastropiero, ni había soñado con el premio ni lo quería. Bromeaba en esos terminos la voz del grupo, el genial Marcos Mundstock, en una entrevista en la cadena Ser. «Mastropiero está indignado, desde el rincón desde el que se esconde, por el otorgamiento del premio Princesa de Asturias a esos músicos que solo se ocupan en denigrarlo», decía divertido, pero manteniendo la seriedad que le ha hecho famoso.
Al margen del vilipendiado compositor, la felicidad era total en la formación, donde sus cinco miembros de toda la vida se convirtieron finalmente en los seis que hacen equipo hoy, tras la incorporación de Horacio Tato Turano, cantante, pianista, saxofonista y compositor, y el actor y cantante Martín O'Connor. Ambos ingresaron a la muerte de Ravinovich, que hubiera cumplido este año, como el propio grupo ahora premiado, medio siglo en los escenarios. Un tiempo en el que, como decían ayer «nuestra única pretensión ha sido hacer un buen trabajo, aprender, mejorar y ejercer con altura este bendito oficio de hacer malabarismo con la música, las palabras y las ideas para que el público se ría a carcajadas».
Esas han sido sus metas y «por suerte», dicen, las fueron «alcanzando siempre sin haber soñado con ellas. Bueno, casi siempre... con el Princesa de Asturias sí que soñábamos». Aseguran que su paso por los escenarios está lleno de logros que llegaron sin proponérselo. «Pasamos, casi sin darnos cuenta, de ser un grupo festivo de los coros universitarios a los café concerts de los años sesenta, al Instituto di Tella, a teatros de 1.000, 2.000 o 3.200 butacas». Y de ahí a sus giras por todo el mundo, desde los Estados Unidos a Israel, pasando, claro está, por todos los escenarios de Iberoamérica, donde son considerados auténticos dioses del humor, al que han ido regalando una perla tras otra: «Huye de las tentaciones despacio para que puedan alcanzarte».