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Está preocupada Sandra Myrna Díaz, bióloga argentina que en 2019 recogió el Premio Princesa de Asturias de Investigación Científica y Técnica y ... que ve en este 2025 un mundo distópico en el que los peligros del cambio climático y la pérdida de derechos sociales se multiplican.
–¿Qué momento es este? ¿Como lo define?
–Es un momento extremadamente preocupante, en el que una serie de cosas que pensábamos que no iban a volver a ocurrir, de golpe están ocurriendo, y es un momento que yo calificaría de un gran retroceso en muchas cosas y de profundización de modelos de apropiación de la gente y la naturaleza que no son viables a largo plazo para un futuro mejor.
–¿Y no es frustrante para una persona con su trayectoria?
–Es frustrante y aterrorizante. Son este tipo de cosas que no nos imaginábamos que fueran a pasar.
–¿Y qué hacemos?
–No tengo la menor idea de qué hacer con el mundo. Creo que es muy importante la toma de conciencia colectiva de que hay que organizarse, movilizarse y pelear por los derechos que parecen estar desapareciendo en un instante, de repente: un montón de derechos y conquistas a nivel social, de todo tipo. De tolerancia, de derechos a la naturaleza y de la naturaleza, al bienestar... Todo ese legado del siglo XX después de las sangrientas guerras hay que salir a defenderlo.
–O sea que hay que defender lo obvio.
–Eso quiero decir. Es un mundo distópico, pero hay que resistir.
–Vino en 2019 a recoger el premio. ¿Cómo han cambiado las cosas desde entonces a nivel biológico?
–Ha habido pérdidas de especies, pero a pesar de eso se han ganado algunas pequeñas batallas, aunque se ha perdido la guerra. Se han hecho esfuerzos heroicos para salvar a especies que estaban en riesgo de caer al abismo. A nivel biológico ha sido un cambio gradual, no bajamos un escalón, sino que se fue descendiendo por una rampa. Pero a nivel social bajamos un escalón de golpe. Y eso además de ser terrible socialmente también significa un golpe brutal a la lucha por la defensa del cambio climático, ahora levantar banderas en favor de la defensa de la gente a la naturaleza se ha hecho algo extemporáneo. En 2019 no sabíamos cómo hacerlo, acusábamos que no había voluntad, pero el discurso no estaba cuestionado y ahora uno escucha voces, algunas de ellas poderosas, increíbles.
–¿Involución total?
–Para mí sí, pero no es irreversible. Debemos resistir y no dejar que nos acorralen.
–¿Estamos a tiempo de salvar el planeta?
–El planeta no está en cuestión. Ahora todo este discurso de rearmarse, que es algo que yo pensé que era de un pasado que habíamos dejado atrás y ahora los gobiernos sacan dinero del bienestar de la población para ello, sí puede llevar las cosas a un lugar tenso, pero yo creo que lo que está en peligro no es el planeta, sino una vida tan rica y tan plena como nosotros la hemos conocido para los seres humanos.
–¿A qué achaca esta involución? ¿Qué hay detrás del negacionismo? ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?
–No lo sé, soy una humilde bióloga. Yo lo miro atónita.
–Ha estado con niños de colegios. ¿Qué papel han de jugar las nuevas generaciones?
–Su papel es decisivo y vital. Nuestra generación puede aportar fuerza, experiencia, lo aprendido de los errores, pero el mundo que está en juego es el suyo, la calidad de vida en juego es la suya. Si ellos no pelean no hay nada que podamos hacer. Por eso cuando veo esa efervescencia, me da esperanzas.
–¿Ser optimistas es una obligación?
–Yo creo que no nos queda otra. Gramsci decía que hay que actuar con el pesimismo de la razón y el optimismo de la voluntad y para mí eso es fantástico. Si uno ve todos los escenarios y cómo pintan las tendencias y el modelo económico, hay pocas razones para ser optimista, pero por otro lado no nos queda otra. No nos vamos a esconder a llorar en un rincón, no, hay que pelear. Y es ahora, en 25 años habremos perdido muchas cosas para siempre.
–¿Qué vamos a perder?
–Es muy difícil hacer predicciones porque hay fenómenos no lineales. Va a haber más especies biológicas en peligro de extinción, los ecosistemas habrán reducido su superficie y su calidad, habrá unos océanos mucho menos ricos, un fondo del océano devastado, muy poco contacto cotidiano de la gente con el resto de los vivos... Y todos los indicadores de calidad de vida humana decreciendo. En definitiva, la vida estará más empobrecida para la mayoría de la humanidad y por tanto el mundo será más desigual. Será un mundo para muy pocos, con más gente vulnerable. Pero no me gusta hacer futurología, porque nadie se veía venir la nueva geopolítica, el nuevo discurso y estas posverdades que se están viendo ahora.
–Y fenómenos naturales como la dana de Valencia.
–Yo eso sí me lo imaginaba. Los modelos de cambio climático proyectan que a medida que aumente la temperatura va a haber una mayor frecuencia e intensidad de fenómenos extremos. Todo esto que está pasando los modelos climáticos lo vieron venir y está escrito.
–Lo hemos hecho fatal pues.
–Estaba clarísimo. Nadie puede decir que no lo dijimos, como ocurrió con la pandemia, estaba claro que iba a venir, la pregunta era cuándo. Son esos casos en los que uno odia tener razón.
–¿Y por qué no se hace caso a los científicos?
–La comunidad científica puede haber pecado de ingenua, de pensar que con comunicar cosas relevantes es suficiente. Y no lo es. Llevo décadas informando sobre biodiversidad y ecosistemas y creo que lo comunicamos con claridad, pero para que las cosas pasen tiene que haber decisión política, no solo de quienes detentan el poder sino también de las bases. Hay muchos derechos que se conquistaron pero no se hizo hasta que alguien abanderó la causa y hubo un poder político que lo defendiera. Quienes tienen el poder están informados, saben, pero no encuentran la fuerza para cambiar las cosas o no tienen interés en cambiarlas porque el modelo actual en el cortísimo plazo les favorece.
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