Memorias de una vida en la cumbre
«El alpinismo está ahí, nunca acaba, es infinito», proclamó rotundo el himalayista polaco Messner y Wielicki deleitan a sus seguidores al evocar sus gestas
IVÁN ÁLVAREZ
OVIEDO.
Viernes, 19 de octubre 2018, 10:09
Sus gestas fueron la cordada sobre la que estructuraron la narración de sus formas de concebir la montaña. Reinhold Messner y Krzystof Wielicki, recibidos con fervor por los centenares de seguidores que les esperaban sentados en las butacas del Auditorio del Palacio de Exposiciones y Congresos 'Ciudad de Oviedo', condensaron en media hora décadas de trayectoria en vertical. «Hace calor, ¿eh?», saludó el himalayista polaco antes de despojarse de la americana y rememorar una vida a temperaturas gélidas.
«Teníamos hambre de éxito, queríamos escribir la historia», expuso el gran representante de los 'Guerreros del Hielo', el apelativo que recibió la generación de alpinistas polacos que «hizo más con menos» para reivindicar «el arte del sufrimiento», como lo definió el periodista Sebastián Álvaro. Fue él quien se encargó de introducir la clase magistral exprés impartida por Wielicki y Messner bautizada como 'Paraísos Verticales' ante un público ávido de escuchar a las dos leyendas sobre la nieve.
«Somos débiles y la montaña nos enseña a ser quienes somos. El alpinismo es un juego que supone dolor, sufrimiento», proclamó Reinhold Messner antes de reivindicar esa esencia más pura de la actividad a la que ha consagrado su vida. «El alpinista tradicional va ahí donde no va nadie. Hace poco he escrito un libro que se llama 'El Asesino de lo Imposible'. Si utilizamos la tecnología para ir allí donde queremos ir, ya no habrá zonas salvajes», argumentó el primero en hollar la cima de los catorce ochomiles sin máscara de oxígeno.
«Sabíamos que habíamos roto un tabú», recordó sobre el inicio de esa lucha contra los elementos, inaugurada en una época en la que brotaba el nacionalismo con una gesta con Peter Habeler, que le hizo pensar que si lo habían logrado en el Everest podían hacerlo en todas. Impulsado por el aliciente de superar a las generaciones previas y llegar a donde la anterior no pudo, vivió «grandes victorias y tragedias» en lo que para él es «un juego que supone dolor, sufrimiento».
«Para mí alpinismo son personas»·, expresó Wielicki sobre el valor del grupo en la brillante generación de alpinistas polacos. «Mis amigos dicen que el alpinismo es cordada, compañerismo», profundizó tras desgranar una trayectoria iniciada en los Alpes, los Dolomitas y el Cáucaso antes de pasar al Himalaya con el sello distintivo de acometer sus expediciones en invierno, con el K-2 como única cima que se resiste a la bandera roja y blanca. Salpicado su repaso con anécdotas como el rosario otorgado por el Papá Karol Wojtyla que llevaron a la cumbre y terminaría en España por medio de Martín Zabaleta o la agradable sorpresa de su novia esperándole en el campo base durante sus primeras expediciones, recordó que tanto él como sus compañeros de grupo nacieron «en el momento oportuno».
Una época regida por el aprendizaje inculcado por los veteranos a los jóvenes, sin arraigo en la actualidad. «El que tiene dinero, pasaporte y billete de avión, se va a la montaña. Eso no es así, es incluso peligroso», recordó Wielicki, en sintonía con Messner, que ilustró esa peligrosa tendencia con el cierre parcial del Mont Blanc. «Se preparan las grandes montañas con gente que no tiene la más mínima capacidad para actuar en esas condiciones. El turista que sueña con el silencio de la montaña no es uno. Y son tantos que destruyen su valor», apostilló.
Un contraste radical con los materiales empleados antes de la irrupción de Wielicki, cuando todavía no se empleaba ni tan si quiera el Goretex. «El Nanga Parbat supuso más de veinte intentos, así que hay gente que dice el K-2 cuarenta. Igual para 2095...», bromeó Wielicki, que aseguró que no importa tanto la nacionalidad de quien cierre el círculo al hollar la cima del K-2 en invierno como el espíritu imperecedero de su deporte. «El alpinismo está ahí, nunca acaba, es infinito», proclamó el polaco antes de que Sebastián Álvaro, mientras el reloj marcaba al final ante la proximidad de la cena de los dos premiados con los Reyes, cerró el acto citando un poema colocado en la tumba del Capitán Scott. «Venid amigos míos, venid, que nunca es demasiado tarde para buscar un mundo nuevo. Aunque ya no tengamos la fuerza que antaño tuvimos. Luchar y no rendirse jamás», fueron las palabras que detonaron el último gran aplauso en un encuentro en el que las leyendas de la montaña mostraron su voluntad de preservarla. «El alpinismo no se muere si recordamos lo que es».