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La Jaya l'Inglés. Asesinato a la vega del Enol

La Jaya l'Inglés. Asesinato a la vega del Enol

Una cruz roja marcada en un árbol, poco antes de llegar a la vega del Enol, recuerda aun hoy un trepidante caso de asesinato y fuga cometido en el verano de 1927

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Miércoles, 31 de octubre 2018, 09:55

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Nada más abrir el servicio telefónico de prensa aquel lunes primero de agosto, el corresponsal de EL COMERCIO en Cangas de Onís dio la trágica noticia: el domingo había tenido lugar, en las inmediaciones del Lago Enol, un asesinato. Según contaba aquel telegrama urgente, el 'súbdito' Robert Cecil Horne, cajero de las minas de manganeso de Buferrera, había caído muerto víctima de un asalto. No fue la única víctima: a Robert lo acompañaba un amigo, también trabajador de las minas.

El asesinato

Retornaban Robert y su compañero, George William Teasdale, de pasar un día muy agradable. Habían salido por la mañana, bien temprano y cada uno encima de su moto, a recorrer el camino que unía, de forma precaria –las cosas de la orografía son así- Asturias con León. Habían pasado el día por aquella grieta gigante que es el desfiladero de Los Beyos. Mientras disfrutaban entre los afilados precipicios que rompen ese territorio, separando violentamente esta tierra del resto la península, ni Robert ni George podían imaginar cómo iba a terminar la jornada.

Tras volver de la salida, los ingleses decidieron no parar en Cangues: la noche se les vendría encima. La desgracia sucedió ya superados casi todos los kilómetros que separaban la ciudad del Lago Enol. Ahí, de repente y a escasos metros del viejo valle glaciar, aparecieron dos encapuchados que, sin dar tiempo a los instintos más primarios, abren fuego contra Robert, el que iba primero. Dieron, como se podrán imaginar, en el blanco. A pocos metros y con una escopeta de postas, la desgracia no se escapa. El cajero de la mina cae muerto al pie de un haya, a pocos metros de la carretera. Según contaba la portada de EL COMERCIO del 2 de agosto de 1927, el delito lo cometieron dos personajes 'mal vestidos, y enmascarados con pañuelos sucios, armados uno, el más alto, con escopeta corta de un solo cañón y el otro solo con pistola Star'. Una vez hay un cadáver, Mr. Teasdale baja de la moto y en un acto tan lógico como poco original, levanta los brazos y se entrega a los asesinos. El objetivo de estos era el esperado: atracar a estos hombres. Claro que, seguramente, los bandoleros pensaban que estos llevarían consigo la caja o la recaudación. No fue así: su azaña, con asesinato incluido, fue conseguir que, temblando, uno de los ingleses les diera su reloj de pulsera y las ¡25 pesetas! que llevaba encima en esos momentos.

Busca y captura

El caso, como se puede ver, fue muy sonado y seguido por la prensa regional. Desde el primer minuto se ponen en acción las autoridades. Por su parte, los mineros de Buferrera, que tenían en gran consideración a su compañero inglés, realizaron varias batidas por los Picos de Europa. Pero no solo colaboraron en la tarea los mineros. Los pastores, habitantes de esas montañas, también se unieron a la busca. De nada sirvió. Transcurrían los días y ni pruebas ni culpables. Los días sin resultados pusieron en alerta a la policía, que comenzó a fijarse en el único superviviente del atraco: Teasdale acabó en la cárcel. Su versión, cuanto menos, era sospechosa. Resulta que nadie había visto nada, y el supuesto botín de los asaltantes era de risa. Sin embargo, había sido un encarcelamiento injusto, fruto de las prisas por dar nombres y culpables.

La realidad estaba lejana de la versión oficial. Aquel fatídico día de agosto de 1927, Juan de la Fuente, un ‹‹guaje› de nada más 15 años, y Benjamín el de la Barzana, bandolero experimentado, habían acabado con la vida del anglosajón. Juan, el chaval, no conocía otra vida que la de pastor. Desde niño había estado aquel chico rodeado de vacas, sacrificando sus días y semanas una vida dura en la que no se veía en el futuro. Su sueño: América. Como un susurro había ido esa idea surgiendo, despacio, en la cabeza de Juan. En su mente América era todo lo contrario a su rutinaria vida en los prados asturianos. O eso pensaba él. Así, cuando Benjamín, reputado criminal, le llegó con el plan trazado, la inconsciencia de sus 15 años no dejó duda que valga. Como para dudar: con lo que sacara de aquel sencillo asunto, cruzaría el Atlántico. Como a estas alturas se adivina, el plan no iba a resultar ser tan fácil.

La detención

Pasados los meses, algunas pistas habían apuntado ya hacia sus nombres. Será en Tolivia donde todo termine. Benjamín y Juan, etílicos ambos, son sorprendidos por la Guardia Civil. El menor, paralizado por el miedo, no consigue reaccionar, pero el más veterano organiza una huida que tan solo sirve para alargar, sufrida y brevemente, su vida. Mal herido, se refugia en la casa de unos familiares. Pronto queda sin salida y, siendo consciente de ello, decide degollarse a sí mismo con una vieja navaja. Pero no todo acabó de inmediato. Terminó sus días suplicando la muerte a las autoridades allí presentes que, en un acto de crueldad vengativa, no le concedieron el favor de acabar rápido con su vida.

Hoy, poco antes de llegar a la Vega de Enol, se puede ver una cruz de color rojo pintada en una Haya, al pie del camino. Ahí ocurrió esta historia que hoy les cuento y por ello se la conoce, en el ámbito local, como ‹‹ la jaya l′inglés››.

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