Un 'Corpus' entre multitudes
Llovió y ventó, pero se procesionó con niñas de primera comunión y las calles engalanadas de flores, espadañas y banderas nacionales
No solían verse tantos hombres portando cirios por las calles de Gijón. No de forma habitual, por supuesto, pero tampoco en el contexto de un ... Corpus, que ya es decir. Hace un siglo, sin embargo, hubo superávit de procesionarios, de velas y de comulgados; y eso, a pesar de que ese día llovió, ventó y hasta estaba como para nevar si Dios así lo hubiera querido. Aquel día, según contó EL COMERCIO, se dividió en dos. Por la mañana, los fieles se concentraron en la iglesia parroquial de San Pedro, donde se exponía el Santísimo y hubo misa. «La parte cantada estuvo a cargo de la capilla del Asturiano, dirigida por la experta batuta de don Julio Fernández; cantó la misa de Perossi magistralmente. Ofició de preste el cura párroco de San Pedro, don Ramón Piquero, ayudado por don Ángel García Valdés, diácono, y don Balbino Fernández, subdiácono. Celebró de maestro de ceremonias don Juan Rilla».
Tras la ceremonia, «el público invadió el Campo Valdés y las calles que habría que recorrer la procesión». Para el efecto se habían engalanado los edificios con colgaduras; «en otros ondeaba la bandera nacional»; y las calles se sembraron «de flores y espadañas». ¿Era una festividad religiosa o una patriótica? Costaba diferenciar: eran cuatro números de la Guardia Civil, al mando de un cabo, los que abrían la procesión; después iban «los niños de las escuelas portando banderitas», varios estandartes y la bandera de la Adoración Nocturna, portada por Guillermo Hulton. Y, solo después de todo eso, las niñas de la Primera Comunión y la cruz parroquial.
Olor a cera fundida
En fin: tanto llovía que se debió cambiar el recorrido «siguiendo por la calle San Antonio hacia la iglesia». Hubo expectación, sobre todo, para ver cerrar la marcha a dos compañías del Regimiento de Tarragona, a solo un par de días de que volvieran a casa varios cientos de soldados de la misma compañía procedentes de la guerra del Rif. Quizá por eso la extraordinaria concurrencia al 'Corpus' en aquel lluvioso 1923: la política exterior del país solo se podía soportar rezando. Por la tarde hubo más festejos. Y lluvia, sobre todo: lluvia... y olor a cera fundida. Así.
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