Las guerras de ayer
EL COMERCIO reflexionaba sobre las posturas a favor y en contra de la contienda en Cuba comparándola con la de 1808
Domingo, 23 de abril 2023, 01:52
1898. Hace 125 años.
De la invasión de los franceses habían pasado ya 90 años, pero nadie olvidaba. Sería difícil que en 1898 quedasen ya quienes hubieran podido sostener una conversación de la índole de la que EL COMERCIO imaginó hace ahora siglo y un cuarto, pero seguían siendo cuitas recientes aquellas. «Los españoles se han vuelto locos. Parece que se proponen la ruina y desolación de la patria», decía don Nicanor, el personaje 'pacifista'. Para él era una locura contener el poder colosal de Napoleón, que disponía «de un ejército numeroso y veterano» frente «a unos cuantos batallones desperdigados por ahí» por el bando patrio. Imposible vencer. «No existe proporción entre nuestras fuerzas y las suyas», aseguraba el escéptico. «Además, las dirige el genio de la guerra encarnado en ese Napoleón ante el que doblaron la cerviz reyes, príncipes y pueblos. ¡Pobres de nosotros!».
El lector de estas líneas imaginadas sabía bien, 90 años después, que don Nicanor no llevaba razón. En España, contra todo pronóstico, los franceses vencieron. Ahora era otra guerra la que atenazaba los destinos del país. Y, de nuevo, parecía imposible vencer. Esta vez el personaje descreído se llamaba Roledón. «Ellos» (los americanos) eran «65 millones de habitantes, nosotros, 17; ellos una industria, un comercio, y por lo tanto, una riqueza diez veces mayor, proporcionalmente, que la nuestra; ellos una marina de guerra más numerosa y fuerte; ellos a pocas leguas de las Antillas y nosotros a muchas; ellos con el apoyo de los guajiros y negros cubanos; nosotros con su enemistad». 'La force prime le deroit', decían que dijera Bismarck: 'la fuerza se interpone al derecho'. No se podía ganar. «Por conservar una isla que maldito para qué nos sirve, pues no nos cuesta más que disgustos y dinero, amén de la fama de bárbaros y crueles, que para justificar su rebelión nos han dado esos sinvergüenzas de separatistas que solo buscan mangonear allí y comerse la riqueza de sus conciudadanos. ¡Ojalá se la lleven los yankees, que en el pecado tendrán los cubanitos la penitencia!» La analogía, sin embargo, salió mal: el tiempo, esta vez, le dio a Rodelón la razón.