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Torcuato Fernández-Miranda descubre la placa de su avenida.
1973. Hace 50 años

Una calle para Torcuato

«Es como si mi nombre dejara de ser mío y se hiciera parte de esta ciudad que es la más hermosa del mundo», dijo el vicepresidente

Arantza Margolles

Jueves, 3 de agosto 2023, 02:46

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Hablábamos ayer de la visita de Carmen Lozana, esposa de Torcuato Fernández-Miranda, al Sanatorio Marítimo, y hoy toca hacerlo de él mismo, porque la estancia del político y de su familia en su ciudad natal fue, hace 50 años, muy ajetreada. Tal día como hoy, Torcuato, convertido hacía apenas unos meses en vicepresidente del Gobierno con el gabinete de Carrero Blanco, descubrió la placa de la avenida con su nombre, que aún existe hoy. «Esta placa )(...) me honra a mí y a los míos», dijo Torcuato. «Solo puedo responder con mi gratitud y mi orgullo de gijonés».

El acto, que había sido anunciado el día antes por EL COMERCIO, contó con la presencia de todo tipo de autoridades, desde el ministro de Gobernación hasta los alcaldes de Gijón, Oviedo y Avilés, pasando por el consejero nacional del Movimiento o, incluso, el director general de Campsa. Solo faltó Manuel Díez-Alegría, teniente general jefe del Alto Estado Mayor, quien «excusó telegráficamente su asistencia».

«Gijón quiere que para siempre se le recuerde dando su nombre a esta avenida», dijo Alfredo Villa, el alcalde gijonés y antiguo compañero de estudios de Torcuato en el «viejo instituto de Jovellanos». Fernández-Miranda, aseguraba, siempre había destacado entre todos los demás.

Amigos de Bachillerato

El vicepresidente, que alternaba este papel (llegaría a ser presidente en funciones en el lapso que medió entre el asesinato de Carrero Blanco, en diciembre de ese mismo año, y la designación de Arias Navarro), solo tuvo palabras de agradecimiento no solo para el Ayuntamiento, sino también para sus viejos amigos, impulsores del homenaje: «La generosidad del Ayuntamiento de Gijón, a iniciativa cordial de mis antiguos compañeros de Bachillerato, me permite vivir estos momentos, en que mi nombre entra a formar parte de la guía callejera de mi entrañable ciudad. El nombre personal es mucho más que un simple asiento en el Registro Civil (...) Ahora, de pronto, es como si mi nombre dejara de ser mío y se hiciera parte de mi ciudad, de esta villa de Gijón, precisamente la ciudad que para mí es (...) la más hermosa del mundo». No le faltaba parte de razón.

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