La extraña receta de la leche artificial
La historia ha registrado singulares experimentos alimenticios que hoy nos asustan
Se temían, con o sin base científica, las infecciones surgidas del «aventurado problema de criar niños mercenariamente»: lejos de la teta materna. O eso se decía en aquellos tiempos en los que se tenía cierto miedo a la leche natural, ya fuera de las matronas (la honradez de las madres ni se discutía) o animal. La de las primeras, por «no ser fácil prevenir los actos privados de las amas de cría»; en el caso de los segundos, por «las contingencias espontáneas de los animales cuando se amamantan los niños con biberón». Eso era lo que se temía hace 125 años, aunque ya se sabe que los tiempos cambian. La cosa es que, con la moda, alguien había inventado la receta de la leche artificial.
Y tal día como hoy llegó a nuestra portada. Era una vuelta más a otras intentonas previas, como «mezclar con agua fresca la masa encefálica del caballo» (tal cual), e igual de desaconsejable, o más. Decía 'El diablillo de los descartes', el seudónimo bajo el que se escribió el suelto, que había, lo primero, que emulsionar cierta cantidad de grasa con potasa cáustica, carbonato y otros inventos; y mezclarlo todo, después, con magnesia y carbonato de sosa o de potasa. «Hecho esto, se tiene preparada, aparte, una solución que contenga azúcar de leche, albúmina y un poco de ácido clorhídrico, y se reúnen después ambas disoluciones, agitando esta mezcla para que el todo resulte muy homogéneo».
Sabor insulso
Sí que le iba bien lo de 'artificial'. La cuestión es que aquello, de saber, sabía a cualquier cosa... menos a leche. «El sabor de este verdadero condimento no es completamente el de la leche, pero se le asemeja», aducía 'El diablillo', «y es de presumir que con los incesantes trabajos que se siguen en presencia del problema, se llegará en breve al resultado que se desea». Que había que darle aún una vuelta o dos, vaya, porque la única forma que tenía aquel mejunje de saber un poco a leche era añadirle... leche. «Si se le añade un poco de leche agria, toda vez que el fermento normal no se encuentra en dicho líquido, se forma poco a poco una capa de crema en la parte superior». 'Et voilà!': ¡ya teníamos hasta nata artificial!