El lugar de encuentros
Rubén Fidalgo vive toda la alegría del Descenso del Sella dando la salida al tren piragüero desde la estación de Arriondas
XUAN BELLO
Domingo, 5 de agosto 2012, 04:37
No hay lugar, que yo conciba, más literario que una estación de tren. Lugar de encuentros y partidas, animadas por el traquetreo del tren y el silbato ferroviario, una estación es un lugar propicio al milagro. Yo recuerdo, que ya agosto anduvo cinco días por su raíl solar, aquellas estaciones en medio del verano: la vida exhalaba un aroma nuevo y antiguo y yo, con veinte años, perdido en algún lugar del mundo, volvía con mi mochila al hombro en dirección a Asturias. Presentía quizás la verdad de aquellos versos de Antonio Machado ('¡Este placer de alejarse! / Londres, Madrid, Ponferrada, / tan lindos. para marcharse. / Lo molesto es la llegada.") y una no resuelta todavía ambición de quedar y partir. La sensación de la eternidad debe de ser eso, ese instante ambiguo de quien permanece y ya se va.
Pues tenía yo veinte años y volvía apresurado de esos mundos de Dios, que me había salido un trabajo (en un puesto de hamburguesas) en las famosísimas fiestas de les piragües. (Por mucho que se empeñen los carteles, que ya les vale, les piragües son les piragües). El Descenso del Sella es una de las celebraciones lúdicas y deportivas más señeras de Asturies; el río Sella, desde Les Arriondes a Ribesella, tiene algo de aquella dulzura angevina que cantó en su latín Joaquim du Bellay y si la vista es incomparable desde el río, el paisaje se descubre único desde las ventanillas del tren que va orilleando su curso. Reflejos de plata, sauces que tiemblan, el oro del día en el salto de una garza que emprende su vuelo. Desde L'Infiestu hasta el puerto de Ribesella corre el tren piragüero y en Les Arriones, donde está la salida de salida de la competición, está Rubén Fidalgo, jefe de estación, una de las personas que con más pasión ha vivido, desde la década de los 80, estas fiestas.
El tren piragüeru llegó a ser, en sus años de apogeo festivo, el más largo de Europa con veintidós carruajes enganchados. Rubén Fidalgo recuerda aquellos años con mucha alegría. «Venían todos los pasajeros como los que vemos en la tele del metro del Japón; venía el tren hasta los topes. Había mucha gana de fiesta, pero también un gran conocimiento del deporte. El tren iba parando en cada curva y la animación folixera se aliaba a la pasión por el deporte».
Rubén Fidalgo me habla de los Tritones, una peña del Infiestu vertebral en la fiesta de les piragües; me habla de que un año llegaron no sé cuantísimos japoneses que comenzaron a hacer los tradicionales collares con pajaritas de origami; me habla de mil y una cosas, con pasión por una fiesta tan asturiana que nadie debería perdérsela. Por lo menos una vez en la vida, como a la Descarga de Cangas o al San Roque de Tinéu, hay que estar allí.
Una de las maneras más hermosas de disfrutar de la fiesta de les piragües es, ya lo dije, acompañando el fluir del río y de los deportistas en el tren. Rubén Fidalgo sólo recuerda, en todos estos años, un accidente leve. "Una señora se rompió una pierna en el andén de la estación, nada grave, afortunadamente". También me recuerda que ese día hay que tener otro humor: "La gente bebe lo suyo y hay que tener mucha mano izquierda para no estropearles la fiesta; y, por supuesto, tenemos que cumplir a rajatabla con nuestro trabajo para que no haya ningún accidente".
Con algo de melancolía el Jefe de Estación de Les Arriondes echa de menos les piragües de los 80 y 90. "El tren piragüeru era entonces más de verdad, más popular" comenta y, con sorna de su valle del Turón nativo, añade que, de los doce vagones que circulan ahora, más de la mitad están reservados a los VIPs y para el resto hay que pagar un billete de 40 euros.
-Pa que m'entiendas, Xuan, l'últimu políticu dignu que baxó'l Sella fue Pedro de Silva. Y baxó en piragua. Un señor.
La fiesta de les piragües, el Descenso del Sella, es el lugar de los encuentros. Con los otros, sin duda, pero también con uno mismo. Venía yo en tren, hace veintimuchos años, de Coimbra. Llegué a Ribesella y trabajé dos noches a destajo. El destino estaba decidido: de momento quedarse.