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Gustavo Bueno, en 2015, en su casa de Llanes.
Adiós al filósofo valiente

Adiós al filósofo valiente

Nacido en Santo Domingo de La Calzada, llegó en 1960 a la Universidad de Oviedo, donde desató una revolución y creó escuela

M. F. ANTUÑA

Lunes, 8 de agosto 2016, 01:35

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Pensador lúcido, adicto a la polémica y sin pelos en la lengua, Gustavo Bueno ha dejado a la filosofía española húerfana de su talento pero nutrida de una extensísima creación, de las ideas capaces de trascender el espacio y el tiempo que le convirtieron en el filósofo español más importante de las últimas décadas. También ha dejado un adiós marcado por un halo de romanticismo. Dos días después de la muerte de su esposa, el padre del materialismo filosófico abandonaba el mundo sobre el que tanto y con tanto ímpetu reflexionó a los 91 años en su casa de Niembro, en Llanes.

Allí le lloraron los suyos y allí, en la tarde de ayer, la cultura asturiana le rendía un último tributo al riojano que sentó cátedra en Asturias y elevó el universo y el techo filosófico de la Universidad de Oviedo a cotas inéditas, al polemista irredento, al hombre capaz de expresar con idéntica contundencia en un plató de televisión que en sesudo artículo académico sus ideas sobre la vida, sobre lo material y lo espiritual, que eso es al fin y al cabo la filosofía. Nacido en Santo Domingo de La Calzada, en La Rioja, en 1924 en el seno de una familia de médicos, será allí hoy donde se celebre hoy su despedida y su entierro.

Fue también a La Rioja donde se trasladaron los restos mortales de su mujer, Carmen Sánchez Revilla, profesora de la Escuela de Magisterio de Oviedo, que falleció el viernes a los 95 años. El sábado, en Llanes, tuvo lugar una ceremonia de despedida a mediodía previa a su entierro en Santo Domingo de la Calzada. Gustavo Bueno, con 91 años y ya muy enfermo, no pudo viajar a La Rioja y se quedó en Niembro donde, al sol de la mañana, fallecía acompañado por los suyos. «No pudo aguantar la pena de su mujer muerta. Qué triste y qué bonito», decía su hijo Álvaro, que anunciaba que las flores que le habían de acompañar en la despedida serían las mismas que sirvieron para darle el adiós a ella.

Compartieron esas flores, cinco hijos en común y una vida de filosofía, de estudio y de docencia en la Universidad de Oviedo. Él, que estudió el bachillerato en Zaragoza, donde fue compañero de Fernando Lázaro Carreter, se decantó por formarse en Filosofía y Letras y Derecho en la Universidad de la capital aragonesa, aunque fue en Madrid donde culminó su licenciatura. Becario del Instituto Luis Vives de Filosofía del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, en 1947 leyó su tesis doctoral sobre el fundamento formal y material de la moderna filosofía de la religión. Con 24 años se convirtió en catedrático de Filosofía y comenzó la docencia en un instituto de chicas de Salamanca en el que estuvo desde 1949 hasta 1960, los últimos nueve años como director.

Fue en 1960 el año de su llegada a Oviedo. Obtuvo la Cátedra de Historia de la Filosofía y los Sistemas Filosóficos en la Universidad y ya nunca se desvinculó de la institución académica asturiana hasta el año 1998, en que se jubiló, no sin polémica. El reglamento no permitía que un profesor jubilado impartiera clases y con malestar y protestas de sus alumnos, se despidió con una clase ante las escalinatas de la Facultad y apelando al espíritu de Mayo del 68 y de las huelgas mineras. Se fue, pues, montando una pequeña revolución tan grande como la que lio cuando llegó armado con su materialismo filosófico. «Creó una escuela y deja gran cantidad de discípulos en toda España», afirmaba ayer Santiago García Granda, rector de la Universidad de Oviedo, que destacó «su gran capacidad de debate y de adaptación a los cambios sociales».

Desarrolló las teorías del cierre categorial y el materialismo filosófico. Dicho de otra, forma, fue autor de «un discurso filosófico muy bien trabado» que le sirvió para poner «a la Universidad de Oviedo en el mundo», en palabras de Josefina Martínez, la viuda de Emilio Alarcos, otro de los personajes fundamentales de la institución académica, a quien conoció en aquellos años sesenta en los que el marxista confeso se posicionó sin tapujos contra régimen franquista. «Nos deja huérfanos, era una institución», añadía la filóloga ya retirada de la Universidad, que recordaba que Bueno consideraba a Alarcos su «colega complementario». Con él compartía su rechazo a la oficialidad del asturiano, con cuyos defensores no se cansó de polemizar.

Inició ya fuera de la Universidad su tarea al frente de la Fundación Gustavo Bueno, que recopila y muestra todas sus trabajos, que se cuentan por cientos, y no dejó de pensar y escribir, de poner sus reflexiones ante la mirada pública, doliera a quien doliera.

Nunca tuvo miedo a meterse en charcos. Al contrario, se embarró hasta las cejas con gusto y dejó frases para la historia una detrás de otra siempre con la política y la religión en el disparadero. Clamó contra la imbecilidad de los españoles, contra los nacionalismos, defendió la pena de muerte, afirmó que no le temblaría el pulso para matar a un etarra con sus propias manos y llamó a destruir las raíces del Islam con el arma del racionalismo.

Sea como fuere, el filósofo riojano que siempre escribía a bolígrafo en folios usados, nunca eludió ninga arena. Y si su posición antifranquista le llevó primero a impartir charlas sobre Marx o Engels en los clubes culturales de las cuencas mineras que se utilizaban con tapaderas en la clandestinidad del PCE -que incluso le llegó a ofrecer un carné de honor-, tampoco tuvo miedo de gritar a los cuatro vientos que la Constitución de 1978 se hizo para salir del paso y que la Transición «no fue más que una continuación del plan Marshall».

Ateo católico

Platónico y ateo católico -nunca renegó de la cultura católica y elogió a sus filósofos-, proclamaba con vehemencia que Dios no podía existir : «No puedo respetar la opinión de alguien que me está diciendo que es Napoleón o que tiene relación directa con el espíritu santo; si alguien afirma como verdades proposiciones que son indemostrables, me está insultando».

Fundador de la revista 'El basilisco', habitual de los platós de la televisión -hasta salió a escena para defender el concepto de 'Gran Hermano'- no le quedó intelectual español con el que polemizar.

Siempre apostó el filósofo valiente por una redefinición del marxismo y lamentaba que ninguna doctrina filosófica hubiera dado una respuesta adecuada al concepto de religión.

Sobre todo lo dicho dejó impresa una cantidad ingente de libros y artículos. Este mismo año vio la luz su última obra, 'El ego trascendental' y dos años atrás, 'Ensayo de una definición filosófica de la idea del deporte'. Mucho antes llegaron 'El mito de la cultura: ensayo de una teoría materialista de la cultura' (1997), 'España frente a Europa' (2000), 'Telebasura y democracia' (2002), 'El mito de la izquierda: las izquierdas y la derecha' (2003), 'La vuelta a la caverna: terrorismo, guerra y globalización' (2004), 'Zapatero y el pensamiento Alicia: un presidente en el país de las maravillas' (2006), 'La fe del ateo' (2007), 'El mito de la derecha' (2008), 'El fundamentalismo democrático. La democracia española a examen' (2010)...

En todas esas obras reflexionó sobre el mundo que le tocó vivir, sobre la cultura alentada por dinero convertida en «danza de chimpancés», sobre la ignorancia de los políticos que no saben lo que es la educación... Cuestionó a todo y a todos. Como hizo cuando tenía solo 16 años e iba para biólogo y la búsqueda de respuestas le puso cara a cara con la filosofía. «Un profesor dijo en clase que la excepción confirma la regla. Empecé a darle vueltas... ¿Qué es regla? ¿Qué es excepción?». Así empezó el periplo académico del hombre que, como afirmó el alcalde de Oviedo, Wencenlao López, «amó a Oviedo y a su Universidad» y que fue Hijo Adoptivo de la ciudad. Ayer puso el punto y final a su vida material para entrar por la puerta grande otra espiritual, la de la historia de la Filosofía.

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