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Tras casi una semana desde la explosión de gas que sobrecogió a todo el municipio de Mieres, la gente intenta recuperar la rutina ... del día a día. Sin embargo, viandantes, vecinos, ciclistas y coches siguen pasando por la calle Ramón y Cajal, parándose unos minutos para observar el hueco que ha quedado en el barrio de La Villa, donde antes estaba un edificio que acabó derrumbado por una sonora deflagración. Para algunos, aquello fue «una hecatombe, una gran desgracia» que resonó por todo el concejo y seguirá siendo un tema de conversación en los meses venideros. «Hará falta mucho tiempo para que en La Villa lo olvidemos», comentaron varios vecinos.
Lo primordial y lo que tienen más presente ahora es ayudar a los afectados, «vecinos de los de toda la vida que ahora han quedado con una mano delante y otra detrás», señaló Concha González. Ella y su hijo viven en la calle Ramón y Cajal, un poco más arriba la plaza de La Paraxuela. «Lo oímos en casa y mi hijo bajó a la calle a ayudar. El susto aún lo llevo en el cuerpo», dijo mientras observaba el callejón hacia donde antes estaba un edificio.
Evelyn Alcántara, otra vecina en la zona, comentó aliviada que ni ella ni su familia tuvo que ser desalojada, pero la explosión «estuvo cerca». Este jueves estuvo presente mientras algunos de los vecinos afectados pudieron entrar en sus casas, contenta de que «poco a poco vayamos hacia delante», aunque desconfía del estado en el que han quedado los bloques más dañados.
Un poco más adelante, en la plaza de Concia, Iván Álvarez se mostraba igual de escéptico con la seguridad de esas viviendas, aunque comentó aliviado que hacía dos noches que ya podía dormir en su casa. «Soy uno de los privilegiados porque mi casa estuvo muy cerca de la explosión, pero sin daños. Lo que me queda ahora sólo es limpiar, puedo volver a la normalidad», dijo mientras señalaba su residencia, a los pies de La Paraxuela.
En lo que los tres coinciden es en el aprecio a los que «ayudaron cuando hizo falta», los mierenses que «salieron a la calle y se quedaron incluso después de que llegaran los bomberos», señaló González. Dos de estas personas fueron los padres de Alcántara que tras oír la explosión «no dudaron» en bajar corriendo.
Para Baltasar Vázquez, otro curioso en la zona, eso no le extrañó mucho. «Tenemos población minera. No es raro pensar que hubiera gente que está acostumbrada a moverse en terrenos así», señaló. Aquel día «no se enteró ni del ruido», tuvieron que avisarle unos amigos de lo que había pasado y este sábado fue el primer día que pudo acercarse a verlo en persona y no a través de la prensa. «Es tremendo. Esta gente ahora ha quedado fuera de su casa. Menos mal que somos un pueblo solidario», declaró.
El agradecimiento lo extienden también a los servicios de emergencia que «llegaron rapidísimo, no tardaron nada en aparecer», comentó Álvarez. A eso le añaden el elogio personal al alcalde de Mieres, Manuel Ángel Álvarez, quien dijeron que «fue uno más con toda la gente».
El papel del Ayuntamiento «no ha terminado», añadió González, y «la ayuda y las subvenciones« serán necesarias para que »esta gente pueda volver a vivir».
Precisamente, la labor municipal se mantiene y, desde el día del suceso, varias de las familias desalojadas se encuentran en la residencia universitaria. El regidor de Mieres señaló el pasado viernes que «mientras no se pueda entrar» y haya vecinos que no puedan regresar, podrán seguir en las instalaciones ofrecidas por el Ayuntamiento.
En cuanto al avance de la reconstrucción de la zona, este viernes los operarios seguían retirando escombros. Aunque se ha avanzado mucho en la faena y durante este fin de semana los vecinos han podido comprobar que apenas quedan restos, el alcalde señaló que el ojo engaña y que «todavía queda una parte».
No será hasta el lunes que se podrá continuar «cuando esté presente tanto la Policía Científica como el juez y se pueda continuar hasta llegar a la arqueta» para avanzar en la investigación.
Por ahora, las primeras hipótesis barajan que se podría haber formado una bolsa de gas bajo el hogar de María 'la brasileña', la vecina que resultó más herida y que fue trasladada a la unidad de quemados del Hospital de La Paz, en Madrid.
De cara al futuro, continuó Álvarez, «cuando mejoren los heridos», la intención es hacer «un reconocimiento público» a los policías y sanitarios que acudieron. «Gracias a su labor, la tragedia no cogió las dimensiones que podría haber cogido», destacó.
Mientras que los residentes de los dos bloques de edificios afectados se afanan en volver a sus casas y poner en movimiento los seguros para reparar los desperfectos, algunos tendrán que esperar un poco más y no contemplan poder hacer una vida normal durante una temporada. Lalo Fernández, quien habló con EL COMERCIO poco después del suceso, ha estado haciendo un paseo diario desde la casa de su hijo hasta el lugar del incidente.
Tras observar su residencia al otro lado de la valla que bloquea el callejón, lamentó su mal estado: «Es la casa de mi vida, donde crie a mis hijos», dijo emocionado.
Aunque afortunadamente la explosión no le pilló en su vivienda, sino en Galicia, aún tiene muy presente cómo fue y ha podido saber cómo quedó el interior después de que su hijo rescatara a «su gatín», Missim. «Aunque tenga rejas en las ventanas, los cristales ya no existen. Hemos podido poner un tablero para atrancar la puerta, pero el piso superior está totalmente destrozado. Sólo hay que mirar arriba, que está como abollado», comentó mientras señalaba el punto.
El debate ahora es si su casa se podrá salvar o no, porque aunque «los técnicos que lo miraron dijeron que los cimientos son fuertes», la cosa puede cambiar. «Me preocupa parte de arriba porque la casa de María salió volando, sus cascotes están sobre mi tejado», continuó Fernández.
A partir del lunes, al igual que el resto de residentes, pondrá en marcha el «tema de seguros» y una inspección más exhaustiva de su vivienda, a la que espera poder salvar.
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