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«Con chaquetón, camiseta térmica y paraguas» anda estos días por Róterdam Marcos Francos Segurola (El Castro, Salas, 2004). Y la situación no tiene visos de mejorar porque este estudiante de Periodismo, que está haciendo en Países Bajos su Erasmus, tiene por delante un crudo invierno, en el que le tocará lidiar con los temporales que tanto complican la vida por esos lares. «Aquí todo está cerca en bicicleta, pero lejos andando, y tener que ir en bici o a pie con esta lluvia es un horror», confiesa entre risas.
Igualmente, sarna con gusto no pica y este joven está disfrutando de lo lindo de estos meses lejos de casa que, además, le están permitiendo descubrir mundo, con muy poco dinero porque, según afirma, «lo mejor del Erasmus es poder viajar barato» y en buena compañía. «Es una suerte poder hacer viajes con gente que tiene las mismas ganas que tú de conocer mundo».
Por lo pronto, ya estuvo en Bélgica y por delante tiene pendientes visitas a Budapest, Praga, Viena, Glasgow y Edimburgo. «En un fin de semana puedes ir a dos o tres países diferentes», celebra, feliz de las buenas conexiones que hay entre las naciones europeas.
Eso sí: no todo es ocio, también la universidad le lleva tiempo a este asturiano, que nota muchas diferencias entre la docencia española y la holandesa. «Aquí no dividen las asignaturas en cuatrimestres, sino que duran menos tiempo. Una de las materias ya la acabé, la hicimos en cuestión de tres semanas, así que ya hice algún que otro examen», cuenta.
Y no se le están dando nada mal, a pesar de que el nivel de exigencia es «muy alto», según revela. «Eso es un poco terrible, pero bueno, me voy apañando», añade entre risas, al tiempo que promete que las dificultades con el idioma las va «salvando». Y eso que no siempre es fácil porque las clases en Róterdam «duran tres horas» y la carga de trabajo es bastante superior a la de las universidades españolas. «Nosotros solemos escuchar a los estudiantes quejarse de que falta formación práctica y aquí esa tendencia es mucho más exagerada. No hay absolutamente nada que sea práctico, todo son teorías, libros y autores».
Toca entonces hincar los codos y hacer muchos trabajos «de investigación académica». Luego ya, en los ratos de descanso, Marcos disfruta de la vida en la residencia de estudiantes, en la que hay gente «de muchísimas nacionalidades. Comparto cocina con brasileños, indios, estadounidenses...», enumera, al tiempo que reconoce que los españoles tienden «a juntarse».
El idioma y la cultura unen y facilitan la convivencia en un hogar que le cuesta a Marcos 1.200 euros al mes. «Los precios son un disparate. Yo en Madrid pagaba algo más de 700 y aquí 500 más, pero por lo menos conoces mucha gente», dice mirando el lado positivo. Y en el negativo, asegura que muchos estudiantes son un desastre en la cocina. «¡La tienen terrible! Ya me tuve que quejar un par de veces», se lamenta. «Parece que, por ser estudiante, tienes que tenerla como si fuera un basurero».
Algunos aparentan tener alergia a la limpieza, pero Marcos ya se está adaptando a ellos y, a la vuelta de las vacaciones de Navidad, se instalará en una casa cubo, una construcción típica de Róterdam. «Es de lo primero que te sale en Google al buscar la ciudad», explica convencido de que así vivirá al completo la experiencia holandesa.
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