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En la carbayera de Los Maizales en los 80.

El rectorable que no quiere palmeros

«Quien me vote tiene que ser alguien que crea en la libertad», afirma el aspirante a rector de la Universidad de Oviedo más joven y discutidor

AZAHARA VILLACORTA

Sábado, 16 de abril 2016, 03:38

Santiago García Granda (Verdicio, 1955) es un hombre discutidor. «De los que, cuando se trata de defender sus argumentos, lo hace con toda la artillería», cuentan sus más estrechos colaboradores. Los mismos que, si tienen que destacar algún rasgo del carácter del candidato más joven a ocupar el Rectorado de la Universidad de Oviedo dicen que, al margen de esas explosiones razonadas, «no se enfada nunca y no necesita palmeros a su alrededor que le den la razón».

Fue quizá ese espíritu contestatario el que lo puso en el punto de mira del aún rector, Vicente Gotor, quien contó con él como vicerrector de Investigación en su primer mandato (2008-2012), pero no para el siguiente a pesar de que Granda colaboró «intensamente» en la campaña que condujo al aragonés al bastón de mando en ese segundo periodo.

La ruptura se produjo «solo unos días después de ganar esas elecciones». «Me llamó a su despacho y me comunicó la decisión de que no pensaba incluirme en su equipo de gobierno», confiesa el protagonista de aquel desplante rectoral, que solo recibió una explicación: «Gotor me dijo que quería vivir tranquilo los próximos cuatro años y que recibiría su apoyo si me presentaba a rector en 2016, cosa que nunca sucedió».

Y Santiago García Granda, como no podía ser de otra forma en quien defiende con apasionamiento las posiciones propias, le respondió «que cometía una grave equivocación» al darle un portazo y que la diferencia entre ambos estaba clara. «Yo no tendría este comportamiento ni contigo ni con nadie», le espetó.

Y, «aunque fue una decepción», jura que no guarda «ni ira ni resentimiento». Y que tampoco fue ese el impulso que movió al catedrático de Química-Física a presentar su candidatura, una idea que ya acariciaba desde 2011 y respaldada por su mujer, Loli, su único hijo, también Santiago - que está haciendo el trabajo de fin de grado de Telecomunicación mientras trabaja a tiempo parcial-, y su madre, Manuela. La misma que le inculcó el amor por el estudio a este hombre que, cuando se presenta, tira de orígenes humildes y casi parece una canción popular: «Soy de Verdicio. Nací a la vera del Cabu Peñes y soy hijo de una familia de agricultores, así que lo que hacía de pequeño era ir a la yerba y a cuidar les vaques». Pero es que «Santiago es así»: «En cuanto está en confianza, le sale hablar en asturiano. Cree que es algo nuestro y defiende que hay que impulsarlo también en la Universidad».

Fue también Manuela -su padre, marino mercante, ya fallecido, pasaba largas temporadas fuera- la que sacó al mayor de sus cuatro hijos de la escuela a los once años para llevarlo al Instituto Carreño Miranda de Avilés, a donde llegaba tras recorrer seis kilómetros en bicicleta hasta que pudo comprarse una moto: «El bachillerato lo hice por libre hasta quinto. Estudiaba cuando podía, así que, en junio, suspendía casi todas las asignaturas, y ya en septiembre las aprobaba». Una época en que hacía sus pinitos como futbolista en el Marino de Luanco, bien como lateral izquierdo, bien como defensa central.

Se lesionó jugando al fútbol

«El fútbol me gustaba mucho, pero tengo un instinto de conservación bastante alto, así que, cuando me lesioné, pensé que era mejor no forzar», narra Granda, que más tarde saltaría al campo «con los equipos de la Universidad». «No es que jugase muy bien, pero mis botas eran las más limpias», bromea quien arrastra desde entonces una manía por «la limpieza del calzado», algo de lo que le gusta ocuparse «personalmente».

En Oviedo se licenció en el 80 y se doctoró en el 84, una época en la que combinaba el deporte con las veces en las que se escaqueaba de las clases «para ir a comer a Caces o a Las Caldas» con los compañeros, de manera que llegaban a las aulas por las tardes «un poquitín perjudicados».

Eran los tiempos en los que guardaba un parecido razonable con Sean Penn -y, de hecho, circula un montaje por WhatsApp de sus íntimos que así lo atestigua- y en los que acampaba en la fiesta gijonesa de la carbayera de Los Maizales, para marcharse después, del 85 al 87, a hacer un 'post-doc' en la Universidad de Nijmegen (Holanda) que califica como una de las etapas más felices de su vida.

Allí empezó a gustarle «la convivencia y la música», una afición que le ha convertido en seguidor indiscutible de los Dire Straits, aunque también los acordes de Lenny Kravitz le tiran bastante. «Y, en un contexto más actual, las canciones de Adele», apunta este experto en cristalografía que comenzó su carrera en la institución académica cuando estaba haciendo la mili en Figueirido y le comunicaron que lo habían elegido para ocupar una plaza de profesor ayudante.

Desde entonces, García Granda (que ha dirigido 20 tesis doctorales y liderado más de 30 proyectos de investigación y que es autor de más de 500 artículos científicos y de divulgación) ha mantenido una actividad docente que también tilda de «intensa» y, de hecho, imparte clases bilingües -en español e inglés- en programas máster de la Universidad asturiana y en la Menéndez Pelayo.

Esa es una de las claves de su campaña: buscar el apoyo del alumnado, del poderoso campus de Gijón y de los críticos que, como él, presumen de no plegarse a las exigencias de nadie ni a las modas ni siquiera en el ocio: «Me gusta conducir y viajar de forma autónoma y no programada». Nada de viajes organizados y rutas preestablecidas: «Quiero ir parando en un sitio o en otro a mi manera. No me gustan las piedras, sino la gente».

Sus otras aficiones pasan por «correr junto al mar» de Luanco, donde vive desde que se casó con Loli, «mayar manzana y, en general, las tareas del campo» que practica en su casa de San Martín de Podes, con unas impresionantes vistas sobre el Cabu Peñes y la Isla de Herbosa. «Me gusta el mar porque nací allí, las puestas de sol y los paisajes abiertos, los sitios donde hay aire fresco», dice a modo de declaración de intenciones quien tiene como libros de cabecera el 'Ulises' -de nuevo el océano- o cualquiera de Stephen Hawking, como debilidad a Hitchcock y Kim Basinger y en 'Star Wars', 'La teoría del todo', 'Amanece que no es poco', 'Ciudadano Kane', 'Doctor Zhivago', 'El último mohicano', 'L. A. Confidential' o 'La vida de Brian' películas de cabecera.

Y lanza -claro- una última carga de profundidad: «Quien me vote tiene que ser especial. Gente que crea en la libertad y no en la polarización en dos bandos de la Universidad porque yo no creo en ella y me da la impresión de que los alumnos no son ni vazquistas ni gotoristas. Además, a mi favor juega que soy el más joven de los candidatos. Y no es que quiera sacar ventaja: es que los proyectos deben ser a largo plazo para no perder dinamismo y ellos tres solo pueden optar a un mandato».

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