Los ganaderos de Somiedo: «Los ecologistas importan en votos más que nosotros»
«Cuesta más todo lo quemado y lo que se invirtió en apagarlo que las pistas que hay que hacer para mantener limpio el monte», alertan, y piden «que no se olvide lo que está pasando en los montes en cuanto se ponga a llover»
Un mínimo grupo de vacas busca pasto en el secarral en que se ha convertido la Braña Viecha de La Pornacal, en Somiedo, «con la ... sequía que hay, que no se había visto un agosto igual», dice el alcalde, Belarmino Fernández, mientras sube con el consejero de Medio Rural, Marcelino Marcos, hacia el lugar de los corros de la braña, donde han quedado con un nutrido grupo de ganaderos somedanos.
Estos no protestan, no elevan la voz. Están a la expectativa de lo que les pueda contar el consejero sobre cómo se van a tramitar las ayudas para que el ganado «pueda comer». Los ricos pastos veraniegos se han quemado, al menos en parte, y la gran mayoría de los seis centenares de cabezas de vacuno que recorrían la braña antes de que el fuego llegase desde León han tenido que ser desplazadas a prados más bajos, permanentemente regados por aspersores que cogen el agua del exiguo Pigüeña, que en lugares altos corre sólo bajo las piedras, de lo seco que está.
Llega el consejero y los ganaderos escuchan, pacientes. Les parece bien la agilidad en las ayudas, pero quieren saber un calendario. El consejero les indica una fecha orientativa, pero no puede pillarse las manos: «No es sólo mi firma, aguas abajo hay un procedimiento complicado». Mientras tanto, camiones de paja de cereal llegan desde León por el puerto. Las vacas tienen que comer, cueste lo que cueste.
Es cuando Marcelino Marcos pasa a hablar de las acciones a adoptar a posteriori cuando entre los ganaderos cunden las incertidumbres, la necesidad de saber a qué atenerse. ¿Qué es lo primero que les preocupa? Sabiendo que las ayudas llegarán, sean poco o mucho, antes o después, que a eso están acostumbrados, lo que quieren saber es «cómo afectarán los acotamientos de las zonas quemadas», porque, y en esto es el propio consejero el que ejerce de ganadero, «a veces se ven fincas acotadas tras un incendio que están ya recuperadas, a rebosar de hierba, y siguen sin poder usarse» por los sinsentidos de una burocracia que se genera y se aplica desde despachos. Oficinas que están muy lejos, en todos los sentidos, de lugares como Braña Viecha.
Por supuesto, tras plantear lo más inmediato lo que les preocupa a los ganaderos es lo que llevan años denunciando. Ya en Villar de Vildas, de camino hacia La Pornacal, el consejero se paró a escuchar a Manuel González 'Juanito', exganadero, exconcejal socialista y exalcalde de barrio de Villar de Vildas: «Decías que sabías segar, pero por aquí no te vimos», le espeta con sorna somedana. Lo dice por el trabajo de sextaferia obligada que en los últimos días los propios vecinos -algunos, como José Calzón, de visita desde Cataluña, aunque nacido en Villar- tuvieron que afrontar en las laderas «de encima del pueblo, porque si se nos quema El Carbachón (un robledal que crece entre canchales de caliza), con la inclinación que tiene eso, la ladera se nos viene encima del pueblo en cuanto caiga lluvia o nieve». Habla Manuel Rey, señalando la ladera desde el centro de Villar.
'Juanito' es pesimista: «Esto no tiene arreglo», le espeta a EL COMERCIO mientras esperan al consejero en el centro del pueblo. Como miembro que es de la Junta del Parque de Somiedo desde hace 36 años, sabe mucho. Como ganadero, aún más. «Hay que hacer quemas controladas, como siempre supieron hacer los paisanos, para evitar daños mayores. Y desbroces, que el monte está echado a perder en muchos sitios». Y muy importante sería recuperar los caminos y pistas, que por algo están ahí, por algo los hicieron nuestros antepasados. Para acceder a todas partes del monte y limpiar, sí, pero también para que este valle tenga salidas hacia Moral y Perlunes, o hacia La Peral y El Puerto, o hacia Orallo y Villablino«. Y esto hay que hacerlo »con ayuda de la Administración, pero también en sextaferia«, espeta, acompañado por Manuel Rey y José Calzón, que reconocen no estar ya en las mejores condiciones físicas para afrontar ese duro trabajo. Como la mayoría de los habitantes de Villar, y de toda la cordillera.
Precisamente de esa falta de brazos jóvenes se habla luego en Braña Viecha. Y eso que hasta dos nietos de 'Lolo Juanito' asisten ya como jóvenes ganaderos con vocación de cumplir con el relevo generacional. No es que sean la excepción, pero no dejan de ser una rareza en el campo asturiano. Allí se escuchan razones confluyentes con las aportadas por el consejero en el sentido de que las zonas naturales protegidas dejen de tener la consideración de sacrosantos altares de una naturaleza intocable: «Sin los paisanos, sin nuestro trabajo, estos montes estarían llenos de bardales, de monte bajo, y arderían al primer rayo». El consejero lo dice de forma menos emotiva y más formal: «Los agricultores y ganaderos moldearon el paisaje durante milenios», pero con el abandono del campo, ni la zona más protegida se ve exenta del riesgo de ser pasto de las llamas.
Otro ganadero, hijo de 'Lolo Juanito', le inquiere al consejero, en apoyo de la argumentación de éste, que «¿Qué impacto ambiental tiene una pista por la que sólo podemos circular los ganaderos y los guardas?». Pero el debate se tuerce ahora hacia por qué algunos políticos «hacen causa de cosas como la prohibición total de cazar lobos, o de quemas controladas. Eso es porque los ecologistas pesan en votos mucho más que nosotros», dice un ganadero menudo y fibroso, no demasiado entrado en años y de penetrante mirada azul. El consejero y el alcalde tienen la tentación de darle la razón, pero no lo hacen. Callan.
Y siguen escuchando. Interviene una ganadera a la que acompaña la que parece su madre. Habla de un futuro inmediato: «Que no se olvide lo que acaba de pasar en estos montes en cuanto empiece a llover». Suena a que no es su primera vez. E incluso dibuja en la mente de todos escenas terribles: «¿Qué hacemos cuando un incendio pilla a una vaca y le causa lesiones tales que nosotros mismos tenemos que matarla allí, para que deje de sufrir?»
Asienten, los demás. Quien más, quien menos, tienen historias similares que contar. Y un convencimiento general: «Cuesta más todo lo quemado y lo que se invirtió en apagarlo que las pistas que hay que hacer para mantener limpio el monte».
Alrededor, la mitad de la braña es negra. Ni siquiera ceniza. Pura vegetación carbonizada y pindias cuestas que amenazan con desmoronarse, con perder su suelo fértil, si las lluvias de las que hablaba la ganadera antes llegasen con más fuerza de lo deseable. Y entonces Manuel Rey recuerda otros tiempos «en los que los pastores hacían todavía la trashumancia. Cuando estaban allí -señala la cordal que separa Somiedo de León-, todos los días quemaban una franja de los pastos, la más raída ya por los animales. Por dos razones: para ayudar a que la hierba saliese con más fuerza el siguiente año, y para que sirviese de cortafuegos y los incendios no se extendiesen tanto». Como decía en Villar 'Lolo Juanito', las cosas que siempre hicieron los ganaderos tenían un sentido y un objetivo.
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