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El investigador de la Universidad de Oviedo Miguel Fernández Turuelo. Pablo Creusot Rodríguez

Miguel Fernández Turuelo: «La homosexualidad atentaba contra uno de los pilares simbólicos de la dictadura: la España viril y trabajadora»

El investigador de la Universidad de Oviedo Miguel Fernández Turuelo está a punto de leer su tesis, que analiza la represión de las disidencias sexuales ejercida por el franquismo en el noroeste español

Miércoles, 26 de noviembre 2025

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'Invertidos, provincianos y maleantes'. Así ha titulado el investigador de la Universidad de Oviedo Miguel Fernández Turuelo (Zamora, 1994) el trabajo que es el germen de su tesis doctoral, dirigida por el historiador Rubén Vega, a punto de ser leída y que analiza la represión de las disidencias sexuales ejercida por el franquismo en el noroeste español. En ella, el autor, a partir de diferentes fuentes (expedientes judiciales, testimonios orales, prensa, propaganda...), construye un completo relato sobre la coerción sexual y de género como uno de los pilares del control social y moral durante la dictadura en la región. Un libro que ya ha sido publicado por el Instituto de Memoria Democrática de Asturias y que también quiere ser «una contribución a la memoria» de esos y esas disidentes que se vieron obligados a elaborar «estrategias de negociación y de invisibilización» para poder «sobrevivir a un contexto tan hostil como el franquista». Del exilio a la clandestinidad, en busca de una vida fuera de la norma. «Más allá del castigo y el ostracismo que una sociedad profundamente tradicional les reservaba», de la cárcel a los campos de concentración.

-Empecemos por el principio: ¿cuáles eran los delitos de los que podía ser acusada una persona durante la dictadura por ser homosexual?

-Fundamentalmente, tres: el escándalo público, los abusos deshonestos y el abuso de menores. Muchas veces actuaban como cajones de sastre para condenar a disidentes sexuales. Estamos hablando de la justicia ordinaria, del Código Penal.

-Pero también había una justicia muy específica...

-En cuanto a la justicia especial, tenemos la Ley de Vagos y Maleantes y, luego, la de Peligrosidad Social, que son leyes que no condenaban un hecho 'per se', sino que condenaban la posibilidad de que alguien pudiese cometer ese delito.

-¿Qué nos dicen los expedientes de peligrosidad social emitidos por los Tribunales de Vagos y Maleantes?

-Un expediente de peligrosidad nos aporta un montón de información, porque lo que hace es juzgar una trayectoria de vida. Es decir: en un expediente, hay un parte médico, un informe forense, declaraciones del propio implicado, pero también de los sujetos que estaban a su alrededor... Un montón de información como, por ejemplo, cartas de obispos diciendo si era o no un buen hombre, cartas de los patrones que decían si era o no un buen trabajador... Y eso era lo que te podía salvar o convertir en un sujeto peligroso para el régimen. Estos expedientes son libros escritos siempre desde el poder, desde el Estado, desde la justicia, para hacer un traje prácticamente completo de estas vidas. Tenemos que interpretarlos, leerlos más allá de la literalidad, porque esto, al final, se hacía en sede judicial y era un proceso muy violento y muy coercitivo.

-Defiende que todos esos procesos estaban marcados por un clarísimo sesgo de clase. ¿En qué sentido?

-Así es. Esta es la historia de disidentes sexuales que habitualmente son pobres. Estamos hablando de gente que era susceptible de que la detuvieran, porque no todo el mundo lo era. Por ejemplo, tenemos testimonios de hijos de grandes terratenientes, de burgueses, que, si caían detenidos, solo con una llamada de su padre eran soltados al día siguiente. Estamos hablando de que la justicia no era (y yo creo que sigue sin ser) igual para todos.

«Los vecinos, la familia o el cura podían destrozarte la vida denunciándote por homosexual»

-Apunta a que las delaciones por parte de familiares y vecinos, pero también por parte de la Iglesia, estaban a la orden del día. ¿Qué papel jugaron lo que usted llama 'chivatos por la patria'?

-Las comunidades eran elementos ambivalentes. El barrio o la propia familia podían ser elementos que te hicieran la vida más fácil o que te la destrozaran denunciándote por homosexual. Es decir: muchos de estos expedientes se inician a través de una denuncia por parte del vecindario o de una madre que habla con el párroco y ese párroco denunciaba directamente a las autoridades. Esto lo cuenta muy bien la historiadora Daniela Ferrández, que habla de parte de los cuadros falangistas, de los curas e incluso de los propios vecinos como los ojos y los oídos de un sistema piramidal que tenía su cúspide en la Ley de Peligrosidad Social, con otro escalón inferior que sería la justicia ordinaria y, finalmente, abajo del todo, las multas de los gobernadores civiles, con una producción de sanciones enorme. Por esa vía se castigaba la homosexualidad, pero también incluso el amaneramiento o tener pluma.

La portada del libro, publicado por el Instituto de la Memoria Democrática del Gobierno del Principado.
Imagen - La portada del libro, publicado por el Instituto de la Memoria Democrática del Gobierno del Principado.

-El padre de Mariano Rajoy, Mariano Rajoy Sobredo, era uno de los encargados de impartir justicia.

-Él era el juez de Vagos y Maleantes de León. Y, de hecho, era bastante más duro que su sucesor. Rajoy Sobredo, habitualmente, pedía el tipo máximo de las tres medidas. En primer lugar, estamos hablando de que te podían caer hasta tres años en un campo de concentración, porque se entendía que el trabajo era un elemento redentor. Luego, se les imponía un exilio, te tenías que ir de tu provincia. Y, finalmente, vigilancia por parte de las autoridades, que suponía estar bajo libertad vigilada en procesos que podían ser muy, muy largos.

-Narra que fue el responsable de condenar a dos mineros. Cuente.

-Sí. Es el expediente referido a dos mineros que pillaron en el pozo Santa Bárbara. La Guardia Civil los pilló «cometiendo actos de homosexualidad» en la pensión en la que vivían en la cuenca minera. La cuestión es que la Guardia Civil miró por la ventana de la pensión y lo que decían esos guardias civiles era que podían dar escándalo. Pero claro, ellos estaban teniendo sexo en un espacio privado. Aquí empezamos a ver cómo estos disidentes sexuales no disfrutaban del mismo espacio privado que podía tener una persona heterosexual. Que una pensión podía ser un espacio público. Pues bien: al final, fueron condenados a pesar de que tenían un trabajo reglado, buena conducta, no contaban con antecedentes... Y uno de los factores para condenarlos fue que el franquismo no podía permitir que un par de mineros, que eran la punta de lanza de las masculinidades del régimen, fuesen maricas. La homosexualidad atentaba contra uno de los pilares simbólicos de la dictadura, que eran estas masculinidades asociadas al trabajo. Entonces, ¿dónde quedaba la España viril y trabajadora?

-Explica también que mucha gente tuvo que irse hacia las grandes ciudades, donde todo se diluía y el artisteo era un refugio. ¿También desde Asturias?

-También. Por ejemplo, al barrio chino de Barcelona, una de las mecas disidentes durante el franquismo. Allí se formaban familias elegidas, grupos de disidentes sexuales que muchas veces se prostituían e incluso tenían caudales comunes, dinero que ponían en un bote y con el que pagaban cosas como el alquiler. Aquí yo no he encontrado ese tipo de estrategias de supervivencia, pero queda muchísimo trabajo por hacer, así que invito a cualquier persona que investigue a que se sume a esta labor, que, en definitiva, es una tarea colectiva.

Rambal y su red de apoyo en Cimavilla

-¿Rambal y la red de apoyo que tenía en Cimavilla fueron la excepción?

-Lo son, pero de lo que habla 'La Tarabica' -cuyo testimonio está en el Archivo de Fuentes Orales para la Historia Social de Asturias- es de una red de apoyo que no era unívocamente marica. Rambal tenía amigas como 'La Tarabica' y varias mariliendres que hacían la vida más fácil a esos maricas del barrio.

«Trans y lesbianas eran invisibles para el franquismo»

-¿Qué pasaba con personas transexuales y lesbianas?

-Eran invisibles para el franquismo. El vocablo 'trans' ni siquiera se utilizaba. Lo que hoy sería una mujer trans, de aquella era un marica en grado sumo. Suena fuerte, pero ni siquiera se entendían las transiciones. Esto lo cuenta una señora de Cádiz, 'La Petróleo', en un libro de Raúl Soler. Explica que ellas, directamente, eran 'mariquitas'. Y, en cuanto a las lesbianas, tenían unas estrategias que las dejaba fuera del radar del régimen. Por ejemplo, podían ir por la calle de la mano, porque se entendía que eran amigas, cosa que dos varones no podían hacer. Entonces había lo que Raquel Osborne, profesora de la UNED, llama una 'invisibilidad estructural', aunque también se las reprimía. Por ejemplo, a través del Patronato de Protección a la Mujer o metiéndolas en conventos. A veces, las familias ejercían una represión mucho más fuerte que el propio Estado, que entendía que el lesbianismo no era tan peligroso como la homosexualidad masculina, porque no interfería tanto en esta 'desvirilización' de la nación.

-¿Tenemos también un deuda con todos los activistas que han luchado para que la homosexualidad no sea una anomalía?

-Sí. Hay muchos 'debes' con gente como Teresa Meana, una de las pioneras, o Tino Brugos, que estuvo en todas las luchas sociales que te puedas imaginar. Con toda la gente que ha luchado para hacer este mundo un poco más respirable. Y también hay una deuda de memoria con todas las personas que vivieron vidas sesgadas por culpa de estos sistemas represivos. A las directoras de archivos, a quienes nos han dado entrevistas... A esa gente hay que agradecérselo. Y a las víctimas hay que ponerles nombre, contar sus historias, para que no se pierdan.

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