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Alberto Uría, junto a la casa de piedra que alberga el Ecomuseo y su obrador. Fotos cedidas por Outurelos
Un proyecto consolidado en Ibias

Quince años entre abejas, osos, cortinos y talameiros

Alberto Uría y ocho socios ganaderos presentan a la Unión Europea un proyecto de conservación de «campas, majadas y los polinizadores asociados» para ayudar a «la ganadería extensiva» de montaña, que opta a un Programa LIFE que supondría una inversión de 7,1 millones de euros

Octavio Villa

Gijón

Viernes, 10 de octubre 2025, 18:39

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Un proyecto de emprendimiento rural se puede afrontar como una forma de ganarse la vida, que está bien, o directamente como una forma de vida, que supone todo un renacimiento. Para bien, para regular y a veces hasta para mal. Por su sonrisa, su tono de voz y por la forma en que recibe siempre a sus visitantes en los bosques de Ibias y en el Ecomuseo que regenta en la fronteriza aldea lucense de Pena de Nogueira, se puede afirmar sin temor al error que la apuesta que Alberto Uría inició en 2009 con la compra de 50 colmenas de abejas es para él tan dulce como la miel que produce desde hace quince años. «Tuve que 'amañar' la casa del pueblo, porque estaba casi en ruinas», recuerda. Compró también una furgoneta que ya ha dejado de contar los kilómetros que recorre por la esquina suroccidental de Asturias y el inicio de Lugo junto al río Navia.

Alberto, hijo del quinto de seis hermanos ibienses, nació en el Oviedo al que su padre se vio abocado a emigrar desde sus montes, y allí estudió, trabajó y se convenció de que lo suyo no era la capital. Los bosques empinados de Ibias, con sus cortinos medio en ruina y sus talameiros escondidos en lo más recóndito de las espesuras, le llamaban. Y se lió la manta a la cabeza en 2009. Para junio de 2010 constituyó su empresa, Miel de Outurelos, que junto a El País del Abeyeiru, constituye una iniciativa que va más allá de la ya de por sí laboriosa y a veces ingrata producción y comercialización de miel.

¿Por qué? Explica él que «quería volver al pueblo desde 2008, para vivir allí y hacer el miel -en el occidente es masculino, qué se le va a hacer- como la que conocí siempre en la casa familiar de Ibias, aprovechando la calidad que aportan estos montes». Lo que empezó con una mezcla de valentía y de inquietudes se ha ido consolidando con una legión de fieles clientes que conocen bien las «dos máximas» que rigen la producción de Uría: «Sólo vendo lo que produzco, y cuando se acabe, se acabó. Si quieren más, hay 50.000 productores más». Y algo que no todo el mundo entenderá fácilmente: «no alimento a mis abejas». Traducido: no les coloca en la colmena un jarabe alimenticio para momentos en los que faltan flores en la cercanía. Así se asegura de que todo lo que convierten en miel viene directamente de las flores, y logra «una miel que va a 'cuayar', que va a espesar», y que, además, «es cruda, no la someto a ningún tipo de tratamiento térmico».

Uno de los cortinos recuperados por Alberto Uría. El esfuerzo que conlleva la construcción de una mole de piedra como esta en un terreno boscoso y empinado da idea del valor que los antepasados dieron a la miel.
Las actividades didácticas en el Jardín de Polinizadores y el Ecomuseo atraen a un público muy diverso e incluyen música en directo.
Una de las figuras de polinizadores que se pueden ver en el jardín.
Varias colmenas, elevadas respecto al suelo, ante los montes de coníferas de Ibias.

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Esa ética lleva a Alberto Uría a lo que realmente le distingue en su ámbito. Su proyecto no sólo es la «producción de miel, polen y abejas», sino también el Ecomuseo de la Miel que creó en 2019 en Pena de Negueira, el primer pueblo de Lugo desde su límite con Ibias. En sus empinadas laderas, una casa de piedra recuperada para este fin alberga tanto el obrador en el que Alberto trabaja la miel que saca de sus colmenas como el Ecomuseo. En su exterior, la Asociación Corripa, de la que él forma parte, se encuentra el Jardín de Polinizadores. Esto sí que es toda una delicia tanto estética como botánica y biológica, con una notable colección de plantas autóctonas ordenadas muy didácticamente, a las que acuden «abejas silvestres, abejorros, algunos tipos de avispas, mariposas, polillas, moscas y coleópteros». En resumen, los polinizadores de los que, además de las abejas, depende la reproducción de la flora fanerógama.

Un proyecto de 7,1 millones para recuperar campas, majadas y polinizadores

Claro, Alberto pensó que era poco recuperar cortinos (esas heroicas construcciones circulares de piedra, normalmente en pendientes en las que cuesta un infierno cargar con los pesados bloques que constituyen las defensas de las colmenas frente al oso pardo. Algunos de los cortinos «son hasta de la baja Edad Media», explica. Ese esfuerzo de aquellos antepasados, reflejado en los cientos de cortinos -la mayoría en ruinas- que esconde el territorio de Ibias es la mejor muestra del valor que le daban a la miel (el miel, sigamos en el suroccidente), al polen y a la cera. Tal era su valor, que buena parte de los monasterios (Corias, San Martín de Oscos, Hermo...) cobraban sus diezmos en cera y miel.

Pues eso. Que a Alberto le parece poco esa labor, el trabajo con la miel y las jornadas de divulgación en el Ecomuseo. Así que ahora, con ocho ganaderos en extensivo como socios, el pasado 23 de septiembre presentó a Bruselas «una propuesta de programa LIFE, un proyecto de conservación de las campas, las majadas y los polinizadores asociados a ellas», a la reproducción de la flora de la que se alimenta el ganado vacuno en extensivo que aún se mueve por el suroccidente extremo. Este proyecto no es conservacionista en el sentido del actual ecologismo, sino que hunde sus raíces en la tradición ganadera, por una parte, y busca también aportar experimentación, ciencia, conocimiento. De aprobarse, Alberto ejercerá como coordinador general de un proyecto que va a suponer una inversión de 7,1 millones de euros y que contribuirá a la dinamización de un concejo, Ibias, que figura en los que mayores problemas demográficos sufren en Asturias, pero también en los primeros puestos de una hipotética clasificación de los paisajes más bellos de la región.

Varios participantes en una de las jornadas observan cómo Alberto Uría usa el ahumador para que las abejas salgan de una colmena instalada en un trobo, truébanu o caxellu (troncos vaciados que tradicionalmente se usaban para este fin.

Una jornada «festiva en torno a la miel» con 15 amigos

Y hablábamos de quince años trabajando entre sus niñas bonitas, las abejas, y tratando de evitar el a veces inevitable ataque a las colmenas de los no pocos osos pardos que deambulan por los bosques ibienses. Y vendiendo miel de una calidad tal que ha llegado a ser galardonada como la de mayor calidad de España en la cata nacional de Mieladictos en 2022 y la segunda en 2021. Alberto quiere «celebrar con mis clientes» esos quince años, así que, quizá influido por Willie Wonka, ha escondido en las tapas de 15 de los tarros de miel de la última cosecha otras tantas «medallas doradas» que, como las tarjetas doradas de las chocolatinas Wonka, darán derecho a participar «de una jornada festiva en torno a la miel» en el Ecomuseo, el Jardín de Polinizadores y los cortinos, entre otras sorpresas, así como a recibir un lote de mieles seleccionadas por Alberto Uría.

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