Asiegu celebra un siglo de su escuela y 249 años de «actividad académica en el pueblo»
La escuela creada en 1925 por Aquilino Fernández Berridi con la implicación de todo el pueblo y el soporte económico del indiano Manuel Rojo y su esposa, Aquilina, cumple su primer centenario, como corazón palpitante de la localidad cabraliega.
Y llegó el día. La escuela de Asiegu, hoy un edificio de múltiples usos culturales en el que día a día se sigue aprendiendo, cumplió un siglo desde que el empuje del 'tío' Aquilino Fernández Berridi como maestro e impulsor de su construcción, la ayuda de todo el pueblo en su ejecución –hasta los nenos traían agua en garrafas de cinco litros para la mezcla de cemento, recordaba ayer Javier Niembro, presidente de la Asociación Cultural Asiegu XXI– y la aportación económica del indiano Manuel Rojo y su esposa, Aquilina (el solar de la escuela, el del cementerio, y 25.000 pesetas de las de hace un siglo) lo hicieron posible.
Esta mañana, Asiegu en pleno fue una fiesta, de la que también participó el coro Voces Mansoleas, de Pimiango (Ribadedeva). Comenzó con una misa cantada oficiada por el párroco, Don Pedro, que se integró en el festejo y equiparó a los maestros con los 'pastores de hombres' del Evangelio. Siguió con la muy significativa inauguración de la rampa que permitirá el acceso a la que hoy por hoy es la casa de cultura de Asiegu a personas como María Elena Bores Puerta, una vecina de 60 años que se mueve en un scooter adaptado y para la que «dos centímetros marcan una gran diferencia». Elena y su madre, Elena Puertas Viejo, de 88 años, eran el máximo exponente de la felicidad generalizada de los vecinos de Asiegu, orgullosos de lo que ha sido un logro común, de esos que demuestran, como dijo el alcalde de Cabrales, José Sánchez, que «si plantas una escuela, crecerá un pueblo».
La independencia de Estados Unidos
Un pueblo solidario, en el que la educación viene de muy antiguo. Lo relató Javi Niembro, que habló de la escuelina del siglo XIX cuyas ruinas –de magníficos sillares en las jambas– aún se yerguen tras la iglesia de San Miguel, de la escuela del tío Aquilino y de la de La Carrada, levantada en 1957. Y de que «hubo una primera escuela creada en 1776 –el año de la independencia de Estados Unidos– por el sacerdote Pedro Manuel Viejo, y una teja de 1797 hallada en la tejera certifica que alguien de allí se educó en esa escuela, por lo que podemos celebrar 249 años de institución y actividad académica en el pueblo».
Al igual que su hermano Manuel, Javier Niembro es un geógrafo de reconocido prestigio en toda Asturias, hostelero en Casa Niembro, ganadero, llagarero (Sidra Pamirandi es el llagar más oriental de Asturias, parcialmente dentro de una cueva, y digno de ver). Hoy, además, demostró una capacidad didáctica que embelesó a los vecinos y un conocimiento enciclopédico de la historia de Asiegu. Glosó la figura de Aquilino Fernández Berridi desde aquella noche del 11 de junio de 1877 en que el hijo de Vicente y Josefa llegó al mundo en Asiegu «aquejado de una cojera que no le permitió trabajar como sus hermanos. Durante cinco años emigró a México y a la vuelta se casó con Serafina Huerta. En 1902 nace su primera hija y en 1906, su hijo Santos. Y él decide prepararse para maestro. Su primer destino es Bulnes, en 1908, y luego pasaría por Cuñaba, Siejo y Carreña, para venir en 1914 a la escuelina. Como maestro era un referente total y vital en cuanto a valores y compromiso. También escribía poemas en El Eco de los Valles, desde donde reclamaba que los niños no pasasen frío en invierno en la escuelina».





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Algo que, en aquellos tiempos, no era fácil, cuando «había quienes preferían que sus hijos ayudasen con el ganado que estudiar». Aún así, inasequible al desaliento, Aquilino logró unir a Asiegu en el proyecto de la escuela nueva, cuya obra «estuvo tres años parada por falta de fondos, hasta que Manuel Rojo y su esposa, Aquilina, aportaron aquellas 25.000 pesetas». Estos indianos aportaron más cosas. Aquilina, por ejemplo, «dejó dinero para que Cabrales tuviese un hospital que, muchos años más tarde, se empleó en comprar un Simca 1000 familiar que fue la primera ambulancia de Cabrales y que, no demasiados años después, acabó olvidada en un garage de Arenas».
Los vecinos honraron a la pareja de indianos llevando un ramo de calas a la tumba de Manuel Rojo, en el propio cementerio del pueblo. Su esposa, que tanto quiso a Cabrales, está, sin embargo, enterrada en México.
El tío Aquilino, por su parte, fue destinado a Castrillón posteriormente, donde se jubiló en 1931 y falleció en 1957, siendo enterrado en Santa María del Mar. Pero su legado continuó con maestras como Marian García Díez, que llegó al pueblo hace medio siglo, poco después de ser titulada, y que tuvo a sus dos hijos en Asiegu. En el acto celebrado en la escuela, Marian compartió confidencias, nostalgias y divertidos recuerdos con muchos de los que fueron sus alumnos, entre ellos la propia María Elena Bores, que le agradeció públicamente que «Marian me hizo amar la escuela y pasar los años más felices de mi vida».
Esta maestra recordó, por ejemplo, cuando en diciembre de 1977 los alumnos de EGB hicieron un ejercicio de recolección de datos estadísticos del pueblo, con ciertas reticencias de sus mayores, para un estudio que expuso que los 125 habitantes que en ese momento tenía Asiegu gestionaban «356 gallinas, 266 cabras, 227 ovejas, 40 cerdos para el Sanmartín, 20 burros y 17 caballos», y que cuando se enteró de que «también tenían 15 segadoras y nueve tractores», yo, que venía de Ponferrada, me dije «¡estos son ricos».

También expresó nostalgia de la colaboración que ejerció la escuela con el polifacético gijonés «Luciano Castañón, que nos enviaba revistas variadas para la escuela y nos preguntaba por leyendas y refranes de la zona, para su publicación».
Pepita, nacida en Olloniego, por su parte, emocionó de otra forma a los asistentes. Notablemente mayor que Marian, no le dolieron prendas en admitir que «mi memoria, lo siento, no es lo que era, pero estoy muy orgullosa de estar hoy con vosotros y de haber podido aportar algo a cómo sois ahora».
La Escuela de Asiegu volvió a ser, una vez más, ese centro neurálgico del pueblo. La fiesta siguió luego en la explanada entre la escuela y la iglesia de San Miguel, donde los participantes disfrutaron de una comida de hermandad en un lugar que cuenta con unas de las mejores vistas de los Picos de Europa (queda dicho, pero quizá no lo suficiente).
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