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Eduardo Paneque y GLORIA POMARADA
Arriondas
Viernes, 26 de noviembre 2021, 04:27
Conforme uno se va acercado por carretera al centro de Arriondas se repite una imagen: coches, y más coches, aparcados donde se puede, en las aceras o en los praos. Los vecinos, previsores, conocedores de dónde viven mejor que cualquier meteorólogo, ya los habían sacado de los garajes el miércoles a mediodía.
Son las 9.20 de la mañana. No hay bullicio en las calles. La mayoría de las tiendas aún cerradas, y los supermercados aún no tienen trasiego. El asfalto se va volviendo más embarrado conforme se avanza hacia el barrio del Tocoti. La lluvia no cesa. Lo que pasó veinticuatro horas antes sigue muy presente. «El agua llegó a los 1,60 metros, hasta el tercer escalón», explica Ofelia Redondo señalando a los cuatro peldaño que separan el portal del descansillo con viviendas. Ha llegado cerca. «En cuanto ví que la alcantarilla empezaba a echar agua, mal asunto?». ¿Sigue con el susto en el cuerpo? «¡Yo solo por mis nietos!». Lo dice quien lleva una vida entera, y ya son 63 años, residiendo en el mismo lugar y que, a lo de estos días, le resta importancia. Porque, ese mismo cuarto escalón quedó oculto bajo el agua en 2010, cuando, entonces sí, el agua se filtró a las casas.
Dos portales más allá, Guillermo González espera su turno. Y el de todo el edificio para se bombee el agua de sus sótanos, totalmente inundados. Guillermo también es vecino de toda la vida y, como Ofelia, es su tono de voz hay resignación, quizá porque esta inundación, para ellos, es una más de las que les ha tocado acostumbrarse desde siempre. «No nos coge por sorpresa, lleva mucho tiempo pasando, no hay que echar culpas a nadie. Lo que es, es». No pegó ojo en toda la noche, aunque a las once de la noche, cuando terminó de subir la marea, sintió cierto alivio. «Le costó un poco bajar el nivel de agua, pero ya sabía que no iría a peor».
La conversación se interrumpe. Es su turno. Los bomberos han llegado a su portal. Las bombas de agua, dos de ellas en camiones, son el único ruido que se escucha en la zona. Saben que les queda trabajo por delante. Ya empezaron la noche del miércoles, y calcula que hasta última hora de hoy no se podrá dar todo por concluido. «Vamos más rápido porque los garajes ya están vacíos, la gente ya sabe qué hacer desde el primer momento. Aún así, en cada uno se nos va media mañana», explica Marco Rodríguez, uno de los bomberos que llegó desde el parque de Piloña. Teme por lo que pueda pasar el sábado, «va a ser tormentoso, menos agua pero caerá más torrencial».
El grueso de los compañeros se concentran a pocos metros, en las instalaciones del colegio y el instituto. El primero, totalmente embarrado y con charcos, en la secretaría, en las cocinas, en el comedor, allá donde uno mire. «La idea es intentar achicar el agua de las zonas de paso y si las liberamos que se pueda acceder a las aulas», explica el director, David Blanco. Son 30 profesores y 300 alumnos. Muchos, pero bien organizados. A las 14.40 del miércoles cruzaba la puerta el último de los alumnos que usan transporte escolar. «No hubo histeria ni prisas del último momento, estuvo todo controlado en todo momento». También en el instituto, a pesar de lo que pudiera parecer al ver el sótano inundado. En esa planta, solo está el salón de actos, dos aulas -una 'de covid'- y el laboratorio de física. Los bártulos, a buen recaudo en los pisos de arriba. «Le veíamos venir y llevamos el material valioso cuando empezó a llover», recuerda el director del instituto. El lunes esperan recuperar la normalidad.
A media mañana, los que lleguen desde Llovio ya lo pueden hacer con normalidad. No podrán parar en el Restaurante Ramón de Triongu, donde seguían escoba en mano, limpiando. Les queda tarea para rato. «No lo esperábamos tan fuerte, la última vez no superó la barandilla, hasta el lunes no recuperamos la normalidad», dice su dueña, Ana Martínez, sin perder el humor. «Es que llevo toda la vida, esto es una mierda, y nunca se soluciona». «Fíjate...», dice señalando al río, «lo limpiaron antes del verano, y ya ves». Seguir la ruta, ayer de tarde, en cualquier dirección, ya era fácil. No había cortes. Solo lluvia.
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