
Isabel García-Lorca
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Isabel García-Lorca
«Mi padre nunca nos habló de Federico, era demasiado doloroso para él»Ha trabajado como actriz en el cine con directores como Woody Allen, Carlos Saura, Ricardo Franco o Bigas Luna y en el teatro con nombres ... como los de John Strasberg, Miguel Narros o Natalia Menéndez, pero a Isabel García Lorca de los Ríos (Nueva York, 1947) nunca le ha gustado estar en el foco público y son rarísimas las entrevistas que ha concedido. Este jueves hacía una excepción antes de participar en el homenaje que le brindó en el Centro de Cultura Antiguo Instituto de Gijón el Taller de Músicos de la Fundación Municipal de Cultura al compositor Julián Orbón, invitada por el guitarrista Armando Orbón, con motivo de su centenario. Su familia, la de sus padres -Francisco García Lorca y Laura de los Ríos Giner-, y la del músico avilesino han estado unidas desde que se conocieron en Nueva York a comienzos de los 60. Nos habla de esta relación que se mantiene hasta hoy y también de todo lo que ha supuesto en su vida personal y profesional ser sobrina del poeta Federico García Lorca.
-¿Qué recuerdos guarda de Julián Orbón?
-Los primeros que tengo son de cuando él y su familia llegaron a Nueva York en el 63. En nuestra casa se reunían un grupo de exiliados españoles y en él lo introdujo Gustavo Durán. Eran reuniones muy divertidas en las que los dos tocaban el piano, todos cantábamos música popular española y acabábamos bailando. Julián ha sido una de las personas que más me han marcado en la vida, y a mí hermana Laura, exactamente igual. Su cultura, su sensibilidad, su interesarse por cosas tan diferentes. Y su extraordinario sentido del humor. ¡Lo que nos hemos reído con Julián! Con él podías hablar de cualquier cosa y escuchar sobre todo porque su cultura era enorme, y él nada pretencioso, con una humildad absoluta y una generosidad, jamás le oí hablar mal de nadie. Sabía el valor de lo que hacía, pero no se daba pisto por ello. Estando con él tenías la certeza de estar con un maestro, no solo de la música, también de le vida.
-A su familia y a la de Orbón les unía también su condición de exiliados. ¿Cómo vivían usted y sus hermanas esa realidad?
-Desde luego el exilio te define, con todo lo que conlleva. Lo teníamos en común con el nexo de España. Pero de aquellas reuniones de exiliados en nuestra casa no recuerdo que expresaran tristeza, aunque la llevasen dentro, se veían unidos por la música. Mis padres, los dos cantaban, mis hermanas y yo cantábamos casi todos los días, era la manera de mantener una cultura viva. Y como había gente de muchas procedencias a las canciones españolas uníamos canciones mexicanas, cubanas, puertorriqueñas. Es algo que siempre hemos mantenido en la familia, de hecho aún hoy como más cómoda me siento y más disfruto es cantando con mis hermanas.
-Pese a su oficio de actriz, donde no parece sentirse muy cómoda es bajo el foco público. Resulta difícil encontrar entrevistas suyas.
-Me cuesta y de hecho no sé hasta qué punto así me ha ido como actriz. Me da reparo. Una cosa es cuando estás actuando en el escenario que eres otra persona y hablas con palabras que no son tuyas, sé que es algo que les pasa a muchos actores. Es distinto cuando las palabras son de un personaje o tuyas. Y tiene que ver seguro también con la tradición familiar del respeto a la palabra.
-Su hermana Laura ha contado muchas veces que en el hogar neoyorquino en que se criaron el ambiente era totalmente español. ¿La idea de España que les transmitieron sus padres se contrastó con la real que luego pudieron conocer?
-En casa no podíamos hablar inglés si mis padres o mi abuela estaban delante, luego entre nosotras sí lo hablábamos. Y desde luego que esa era una España muy idealizada. La primera vez que vinimos a Madrid en el 54 fue un choque brutal porque no era para nada lo que habíamos imaginado, todo el país era gris, marrón, negro, todo oscuro, salvo la luz, el sol español era increíble. Pero era todo muy distinto a lo que nos habíamos imaginado y escuchado. A mis padres les costó mucho. Mi abuela Vicenta, mis tías y primos, habían vuelto, pero no querían ir a Granada, mi abuela nunca quiso volver allí. Mis padres se resistieron. Con ellos viajamos por todo el país porque querían que lo conociésemos. A Granada, donde ahora vivimos Laura y yo, tardamos mucho en ir.
-Aludía a la tradición familiar del respeto a la palabra. ¿La vocación teatral de usted y su hermana también lo es?
-Mis padres, los dos, hacían con sus alumnos obras de teatro españolas todos los años y la primera vez que yo salí a un escenario fue con cuatro años en una pieza de Lope de Vega de pastorcilla. Luego en el colegio me encantaba participar en las funciones escolares. En Nueva York y después aquí, las dos estudiamos con John Strasberg, en uno de esos cursos fue donde conocí a Marisa Paredes, que fue quien lo trajo. Y hasta hoy.
-¿La ha condicionado en su profesión ser quien es?
-Esto me ha pasado con la lucha que hay aquí en todo lo que es Lorca. En una de las últimas cosas que hice, el segundo día de ensayo una de las actrices comenzó a elogiar a Lorca y su teatro, y de repente me señaló y dijo, con un desprecio, delante de todo el elenco: «Y esta es una pija de Nueva York». Me salió una cosa de decirle con el dedo: «A mí no me vuelvas a insultar». En esa función pensé: nunca más. Pero la primera vez que hice teatro en Madrid fue 'Así que pasen cinco años' con Miguel Narros de director, que era encantador. No sé como llegó a mi ese papel, que era el de Gata, pero le dije: 'Quiero que me hagas una prueba, porque a lo mejor no te gusto'. No me la quiso hacer. Así que por un lado el rechazo y luego eres la sobrina de Lorca.
-Saber que está tan viva su obra y su figura, supongo que es la parte positiva de ese legado. ¿No?
-Es maravilloso, porque ves en la gente que no es una reacción superficial sino muy honda. En cierta ocasión fui a Estambul y la chica de recepción al ver mi nombre, me preguntó si tenía algo que ver «con el gran escritor» y cuando le contesté que era su sobrina, me mostró el brazo con el vello de punta. Eso es muy emocionante. Te acostumbras, pero sigue siendo chocante. Es un misterio, la capacidad que tiene de seguir fascinando.
-Se ha convertido también en un símbolo de las víctimas de la guerra civil y de la memoria histórica. ¿Por qué la familia se ha opuesto a que busquen sus restos?
-Tanto yo, como toda la familia, creemos absolutamente necesaria esa memoria histórica y por supuesto apoyamos a todas las personas que quieran encontrar los restos de sus familiares. Desde luego que hay que saber que en tal sitio fusilaron a tres mil personas, pero en el caso de nuestro tío pensamos que el hecho de que esté en Viznar o donde pueda estar, porque no se conoce el lugar exacto, es una manera de proteger ese sitio como lugar donde pasó lo que pasó, lo fusilaron a él y a otros muchos. Y el temor a que si se le saca, si lo encontraran, habría un funeral de estado y luego a lo mejor se olvidan de todos los demás. Él estando ahí protege ese lugar, es sagrado, no solo por él sino por toda esa gente. No es el único, son muchos. Lo digo con todo el respeto. Y entiendo perfectamente a los familiares que quieren recuperar los restos de los suyos, yo lo querría hacer si fuera otro el caso.
-Y la voz de Federico, que no se conserva en ninguna grabación, ¿cree que aún hay posibilidades de que se pueda encontrar?
-Yo creo que sí y que estará en Argentina, porque le hicieron muchísimas entrevistas. Buscaría allí. Pero es curioso que no sepamos cómo hablaba. A veces he pensado que su voz tal vez podría parecerse a la de mi padre, porque suelen parecerse las voces de los hermanos. No lo sabemos.
-¿Les hablaba de él siendo niñas?
-No, era algo demasiado doloroso para él y por eso tampoco nunca le preguntamos. Luego he pensado que quizá hubiera sido bueno para él preguntarle, que tal vez le habría ayudado pero no nos atrevimos. Por otra parte él dedicó toda su vida y también su trabajo académico a Federico.
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