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Multitudes entre brisa, fiesta y cultura
El recinto de la Semana Negra se llenó de historias sórdidas y felices, debates y poesía en el último día de 'petazo' antes de que el festival baje hoy el telón y diga adiós al astillero
Las carpas se abarrotaron. Y las librerías y el mercadillo, más de lo mismo. Las camisetas de Lamine Yamal compartía espacio con la artesanía africana, un editor especializado en literatura mágica recomendaba un libro a una lectora mientras una familia al completo se afanaba en encontrar chollos literarios en el súper. Ocurría al inicio de la tarde, cuando aún las multitudes no habían tomado el recinto, cuando aún la playa cercana era un atractivo más potente que las churros, los mojitos, las patatas asadas, las pizzas o el pulpo, cuando aún apetecía un baño más que subirse a sufrir un ratito en el Saltamontes.
A medida que el sol aflojaba y la brisa seguía siendo el aire acondicionado natural de la jornada sabática, el sinfín de cajas repletas de botellas de bebida vacías amontonadas en algunos de los chigres efímeros dispuestos a aliviar la sed y alimentar la diversión en la última noche anunciaban el fin inminente.
El domingo es siempre la jornada más floja. La más triste. La del adiós. En esta ocasión, por partida doble. La estampa de un astillero en activo que se dibuja desde las viejas dársenas del que cerró hace ya mucho tiempo se pierde. Pero la Semana Negra es como una barca de Teseo que nunca abandona la esencia por mucho que renueve sus piezas, de modo que revivirá, resurgirá y rugirá en 2026 en otro lugar. Puede que con menos brisa marina aliviando los calores de julio, pero con el mismo cóctel de fiesta y cultura que es seña de identidad.