
Santos Martínez
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Santos Martínez
'Ropasuelta' es una de las sensaciones literarias de los últimos meses. La historia de un ya no tan joven murciano que vuelve a ... su pueblo después del paso por Barcelona y Berlín. Humor y desencanto en un libro generacional. Editado por la asturiana Hoja de Lata, nos atiende el autor de la gran novela murciana, Santos Martínez, que estará el miércoles 19 en Toma 3 (Gijón) y el jueves 20, en Matadero (Oviedo). No se lo pierdan.
-Es su primer libro y apuesta por hablar desde la periferia. ¿Le permitía una limpieza de mirada o era una especie de nostalgia no nostálgica?
-Tuve claro siempre que, a la hora de escribir una primera novela con ambición, tenía que ir a donde yo tengo mis conflictos con mi propia identidad y ningún sitio refleja eso mejor que mi pueblo. La intención fundamental era cómo meter el dedo donde tengo más cosas sin resolver. Y esas cosas tienen que ver con un amor, un odio, una búsqueda de una búsqueda de sentirte parte de algo. Yo me siento parte de Fuente Librilla, de mi pueblo, de ser murciano, de ser español muy entrecomillado, incluso de ser europeo, pero de mi pueblo. Y sí que tengo esa raíz muy marcada. Pero, ser de un sitio no significa pertenecer o estar involucrado en ese sitio. Quería meter ahí el dedo y tirar de ese hilo.
-Se nota un desarraigo, no solamente de identidad, sino laboral, de búsqueda de un futuro, que parece generacional.
-Me lo dice mucha gente de mi generación, que en la treintena ya hemos tenido una larga serie de curros infectos y que no hay un futuro posiblemente mejor. Pero, al mismo tiempo, creo que en cualquier otra generación yo hubiera funcionado igual. Creo mucho en eso que decía Irvine Welsh con respecto a los personajes de 'Trainspotting': «Tu carácter es tu destino». Esa incomodidad que tengo siempre donde estoy, esa manera de estar un poco en la distancia, pensando en cómo sería la vida en otro lado. Este desarraigo lo tendría en cualquier tiempo y en cualquier lugar.
-De todas las autonomías, el murciano es el primero en hacer mofa y befa de sí mismo, como el que el que mejor encajaba las burlas. ¿Se hacen de menos o algo?
-Yo siempre he visto, por ejemplo, el orgullo minero de los asturianos, la identidad, ese rollo obrero que lo tengo mitificado. Y aquí no hay una identidad. La única identidad y el elemento común a todo murciano es 'no fliparse', porque enseguida te pegan una hostia y te bajan los pies al suelo.
-En su manera de escribir se ven cosas de Kiko Amat, una suerte de realismo sucio casi excesivo, por momentos. ¿Lo ve así de verdad o lo exagera para darle un tono más turbio?
-Más que como narrador, Kiko Amat me ha marcado como prescriptor cultural, gran parte de las novelas que yo he leído han sido por recomendaciones suyas en su blog o en entrevistas. Y una de las cosas que tienen en común todos esos autores es que son libros siempre muy físicos, o sea, que se ve el sudor. Creo que este tipo de literatura tiende un poco al exceso , pero yo creo que es un exceso que merece la pena, porque al final, si está bien hecho, que no digo que sea mi caso, el resultado ofrece libros muy vivos que se te mueven casi entre las manos. Eso no tiene precio.
-Un aspecto fundamental en esta novela es la importancia de la familia. Como hogar y como condena.
-Al final, me siento parte un poco de esa corriente de pensamiento que dice que hay que volver a la idea de comunidad que está tan despeñada con el auge del neoliberalismo, sobre todo en la ciudad. Pero, claro, cuando se habla de volver a una comunidad, no puede ser o no debe ser la comunidad de los años 60 con la madre que no salía de la cocina, con el padre todo el día en el bar que vuelve borracho a casa. Creo que en esa búsqueda hay un montón de grises; no tengo una respuesta y creo que tampoco es el papel de la literatura el ofrecer una respuesta sociológica en ese sentido. La única salvación posible que yo he visto es la socialización. Es, en cómo son ellos con otras personas, y cómo respetan ellos a su comunidad, donde demuestran lo que de ellos merece la pena. Eso se ve en los pueblos.
-El fútbol está muy presente.
-En mi pueblo, lo que me permitía socializar era el fútbol y ser de la mitad menos mala de la clase, vamos, ser elegible jugando al fútbol. Y es que con cualquier tío del mundo puedes tener un tema de conversación con el puto fútbol. A mí me interesa el fútbol como excusa para otras cosas, como fenómeno cultural y social. En el libro, el protagonista lo explota como una vía segura de comunicación con su padre, como diciendo «de los canteranos del Madrid siempre vamos a poder hablar».
-Hay un personaje que da mucha ternura y es el guitarrista que es fan de Gary Moore, toca increíble pero no sale de su habitación y un día deja de tocar.
-Raimundo Palacios está basado en un tipo de Cehejín, que es un pueblo que está más al norte que el mío. Es un tipo que no tiene evolución psicológica. Creo que se abusa en la literatura de mucha gente obsesionada con esto de los arcos narrativos. Y muchas veces hay gente que no tiene evolución psicológica, ninguna en su vida. Uno de los problemas que tuve a la hora de ir puliendo la novela fue que yo había trazado arcos narrativos y luego lo vi muy forzado. ¿Por qué va a tener una evolución psicológica un tipo que lleva tomando las mismas decisiones durante décadas? No tiene sentido.
-Hoja de Lata es una editorial asturiana a la que se le tiene máximo respeto. ¿Cómo llegó a esta editorial? ¿O llegó ella a usted?
-Después de unos 2 ó 3 meses enviando por mail a un montón de editoriales que me molaban, ya desesperado, un día en un bar un colega me dijo: «Envíala como se hacía antes, selecciona 5 ó 6 editoriales que te molen y envíalo impreso en papel». Y es lo que hice. Un día, Laura (Sandoval, de Hoja de Lata) me llamó súper entusiasmada y dije: «¡Para adelante!». Además, Hoja de Lata es una editorial que tiene un catálogo que me parece tremendo. Abarca una concepción de la literatura que me flipa, ese rollo popular con gente como Alek Popov o el rollo de hacer patria asturiana. Y, además, se están volcando un montón conmigo. Estoy muy contento con ellos. Y me gusta que en el proceso no esté Madrid por ningún lado. Tanto a la hora de concebirlo como a la hora de publicarlo y promoverlo. Y se ha demostrado que no hace falta pasar por la capital para hacer cosas en este país y me parece una cosa también a reivindicar.
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