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El escritor argentino Jorge Fernández Díaz, con su madre Carmina. E. C.
Muere la 'Mamá' asturiana de Jorge Fernández Díaz

Muere la 'Mamá' asturiana de Jorge Fernández Díaz

El escritor argentino dedica unas cariñosas palabras a Carmina, de Almurfe, en Belmonte de Miranda, protagonista de su última novela

m. rojo / jessica m. puga

Martes, 1 de octubre 2019, 23:02

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A miles de kilómetros de distancia de Argentina, la aldea asturiana de Almurfe, en Belmonte de Miranda, a la que Carmina Díaz fantaseó con volver «hasta el final de sus días lúcidos», está hoy un poco de luto. El escritor Jorge Fernández Díaz recuperaba este mismo año la historia de su propia madre, una asturiana que, como tantos, emigró a la Argentina de Perón. Una historia que tituló 'Mamá' (Alfaguara) y cuyo primer capítulo fue adelantado en una prepublicación por 'Culturas' en EL COMERCIO. Las esperanzas de aquella asturiana valiente pronto chocaron con la realidad y Mimí -así la llamaban en familia- se vio sola en un país hostil, donde, finalmente, consiguió recomponer su vida. El pasado viernes, a Carmina Díaz se le iba definitivamente esa vida, aunque el alzhéimer hubiese ido borrando poco a poco sus memorias asturianas, que en ocasiones su hijo trataba de recuperar poniéndole 'Paxarinos', de Víctor Manuel.

El periodista y escritor se despidió de ella en la radio, leyendo un texto que después colgó en su blog personal y que aquí reproducimos: «Mi madre se despidió de su hijo seis o siete veces. Parecían despedidas rotundas, dolientes y en cierta medida lúcidas, abiertas como breves fogonazos conscientes en medio de la tiniebla de la desmemoria.Regresé llorando a casa cada vez, y anduve como sonámbulo por la vida, creyendo que se apagaría definitivamente en cualquier momento o que el alzhéimer la hundiría en la incomprensión definitiva y total, y en la oscuridad del ensimismamiento.Pero de pronto la visitaba y ella estaba allí, como siempre, en su cama, y resulta que no recordaba para nada nuestra desgarradora despedida. Esa maldita enfermedad de la mente hace que te despidas dolorosamente de tu madre en el andén, que la veas subir al tren que se la llevará para siempre, y que regreses a casa hecho pedazos, pero dispuesto a iniciar el duelo.Para luego volver al andén y ver que tu madre continúa sentada en un banco, que se bajó del tren y que ignora cuanto sucedió, y que parece dispuesta a despedirse como si no se hubiera despedido jamás, en una repetición perpetua del adiós.Fue así que el viernes pasado mi hermana Mary, que tan amorosamente veló sus últimos meses, me llamó por teléfono mientras yo pulía mi artículo dominical y me dijo con voz temblorosa que Carmina había muerto. Tuve entonces un fuerte sentido de irrealidad, dejé todo y corrí hasta la residencia asturiana, donde permaneció internada el último año, al cuidado de un gerontólogo magnífico y de enfermeras maravillosas.Esta vez, contra mi propia incredulidad, mi madre había subido al tren y éste había partido: el andén y el banco estaban vacíos, y corría la suave brisa de una melancolía anticipada».

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