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J. GÓMEZ PEÑA
CANGAS DEL NARCEA.
Lunes, 9 de septiembre 2019, 01:46
En el podio del Acebo, a Sepp Kuss le dieron un botellín de cerveza. Lo mató de cuatro tragos con la montera picona asturiana en la cabeza. Ni gota quedó. «Tranquilos, es sin alcohol», aclaró. No le cabía la alegría en su afilado pecho.
Cuando tras sufrir en cuatro puertos un ciclista empieza a disfrutar de la victoria en la rampa final, roza con la mirada al público que le jalea. Pero Kuss quería más. Es joven, es estadounidense de Durango (Colorado) y era feliz en la cumbre del Acebo, donde los mineros colgaban sus cascos para pedirle protección a la Virgen. Kuss, gregario de Roglic, no se conformó con mirar. Se arrimó a la valla derecha y estiró el brazo para palmear las manos de los aficionados. Reía. Pura satisfacción. Hizo lo mismo con los espectadores que asomaban por la valla izquierda. Pedaleaba por su pasillo.
«La gente te empuja con sus ánimos cuando lo pasas mal. Por eso quería compartir con ellos mi mejor día», agradeció el ciclista del Jumbo. Fue el mejor de los fugados. Con su triunfo inició la fiesta del equipo holandés. Por detrás, Roglic aprovechó una dentellada de Valverde y, con el murciano, ahogó un poco más a 'Supermán' López y Pogacar -cedieron 41 segundos- y a Quintana -a 1.26-. Solo Valverde separa ya a Roglic del triunfo en esta Vuelta. Ese es el tremendo mérito de un campeón del mundo con casi 40 años.
Antes de que llegue la siguiente etapa con final en la Cubilla hoy, el esloveno manda con 2 minutos y 25 segundos sobre Valverde. Pogacar está ya a 3.42. López se va a los cuatro minutos. Y Quintana, a los cinco. De Valverde, de esa ambición que no envejece, depende la emoción de la ronda. «El abuelo no ha dicho aún la última palabra», se animó el murciano. Como Kuss y Roglic, estaba encantado con la ventaja arañada a Pogacar y López. «Cuarenta segundos buenos son».
Entre Tineo y Cangas del Narcea el hombre siempre se ha pegado con la naturaleza para extraerle sus tesoros. Primero, cuando los romanos, fue por el oro que escondían estas montañas. Luego, por el carbón de las minas. Y en la Vuelta la pelea contra este paisaje salvaje era por un lugar en el podio y por las flores que esperaban al ganador en la cima de Cangas del Narcea.
La etapa comenzó con la primera subida al Acebo. Marc Soler fijó el ritmo, la tasa para dar la talla y meterse en la fuga. Con el catalán del Movistar se fueron otros 16 dorsales, entre ellos, Ion Izagirre (Astana), Hart, Navarro, Guerreiro, Samitier, Óscar Rodríguez (Euskadi-Murias) y el estadounidense Sepp Kuss, gregario del Roglic. El líder esloveno había colocado a uno de sus mejores peones en la primera fila del tablero. Todo bajo control. Delante vigilaba Kuss y detrás tiraba el oso Tony Martin, libre en esta reserva natural.
Subieron el Connio y el puerto del Pozo de las Mujeres Muertas. Montañas del mismo bosque. Paisaje conservado durante milenios. En el descenso del Pozo hacia la ascensión final al Acebo, a Dani Navarro le mandaron atacar. Obedeció. Es de Gijón. Son sus carreteras. Sabía que esa orden suponía su perdición. En ese terreno llano iba a gastar con Samitier y O'Connor todas sus energías. Así fue. Samitier, ya con Kiryenka, arremetió contra la carretera vieja del Acebo. Ocho kilómetros arrugados y estrechos que trepan por viñedos verticales. Aquí todo da vértigo. Enseguida les cogió su verdugo, Kuss. Piernas delgadas pero llenas de quilates.
Las rampas dolían. Era como caminar descalzo sobre trozos de cristal. A por el chaval de Durango salieron Hart, Guerreiro y Óscar Rodríguez, el ganador hace un año en La Camperona. El navarro es un escalador diésel. Fue recogiendo ahogados. Alcanzó a Hart y Guerreiro, pero ya le pesaba hasta el dorsal. Kuss había doblado la brecha. Inalcanzable. El chaval de Colorado miró la pantalla de la televisión gigante que había en la meta. Se vio en la imagen rodeado de voces y banderas. Y descorchó la fiesta del Jumbo, que también se celebraba un kilómetro más atrás.
Su patrón, Roglic, inició la subida en guardia. Intimidador. El líder se oculta tras sus gafas. Inexpresivo. De hielo. Sólo uno se atrevió a retarle. El abuelo. Que no sabe rendirse. Valverde. El murciano le ha sacado punta a su silueta. Pesa menos y sube más. Se puso de pie sobre el arcoíris de su maillot y colocó al descubierto las cartas. Valverde conserva intacta su arrancada. Le envejece la cara pero no las piernas.
Roglic, pedaleando sobre su molinillo, fue el único con aire para seguirle. Soler se paró por delante para darle un relevo de oro «a Alejandro». Buen movimiento del Movistar. «Valverde es el segundo en la general y no podía dejarle marchar», contó el esloveno, tan parco en palabras. Tan brillante en la carretera como distante ante los medios de comunicación. Ni sobre la bicicleta es tan veloz como en las ruedas de prensa posteriores a cada etapa. Exige que sólo haya tres preguntas y se las quita de encima con respuestas breves y desganadas.
Nada que ver con su fiel Kuss, que bebía cerveza y saludaba al público como una estrella del rock. Entre los dos, entre el displicente líder y el agradecido gregario, se quedaron con todo el oro del Acebo. Y si Valverde no lo cambia, la fiesta del Jumbo seguirá hasta la última etapa en Madrid.
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