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Abrazos, mensajes de ánimo y muchas lágrimas. Los establecimientos del Grupo El Arco volvieron a abrir este viernes con las estanterías cada vez más vacías y la sensación de que se pierde mucho más que unas tiendas de alimentación. El anuncio de cierre de la cadena, que incluye una treintena de locales, también Congelados Pingu y La Quintana, ha supuesto un auténtico mazazo para unos trabajadores que, en muchos casos, llevan décadas detrás del mismo mostrador, que hacen barrio y que, a la par que recibían mensajes de cariño de los clientes, también los devolvían porque entre unos y otros se ha creado una verdadera comunión.
«La clientela lo nota, se emociona, igual que nosotras», apuntaba afectada Sara González, de la tienda de Magnus Blikstad, en Gijón, porque «ya no solo es trabajar y despachar, es escuchar a la gente, se crea mucho vínculo y cuando no llora una, llora otra».
«Son muchos años entrando aquí, siempre muy bien atendido, entras con confianza», recalca Melchor Huerta, que ha acudido a comprar al establecimiento de la calle del Carmen. Y esa es quizás la clave, esa confianza que hace que Violeta Bango busque si tiene billetes de cinco euros, «porque sé que te gustan más», o que deje la compra detrás del mostrador «y luego ya la recojo a la vuelta».
«Tengo una pena horrible», explica, ella que vive justo encima de una de las tiendas. «Es que es bajar y ya está». La cercanía es uno de los aspectos que más valoran trabajadoras y clientes, en algunos casos personas mayores que buscan esa relación y también una ayuda para comprar que no encuentran «en los súper grandes».
Melchor Huerta
Cliente
Violeta Bango
Clienta
Inés Reigada
19 años trabajando en El Arco
Inés Reigada y Andrea Rodríguez llevan casi dos décadas juntas en el mismo establecimiento y ya han decidido que seguirán acudiendo a la zona para desayunar, por ello emplazan a los habituales a pasar a saludarlas cuando les preguntan cómo las van a volver a ver.
«¿Qué vamos a hacer ahora sin vosotras?», dice una mujer al traspasar el umbral de la puerta. «¿Pero cerráis?», cuestiona otra que no conocía la situación, «¡qué impacto!». Casi al mismo tiempo una tercera se funde en un sentido abrazo con las trabajadoras, «un buen equipo». «Con esto nos quedamos, con las compañeras y los clientes», expresan.
Sara González, tras 14 años en la empresa, también: «al final pasas aquí casi más tiempo que en casa». Y cuesta dejar atrás a esa otra familia, «porque venir a gusto a trabajar no se paga con dinero».
«Son estas cosas las que nos ayudan a venirnos arriba», asegura, por su parte, Mónica Redondo, con una década en plantilla y que conoce muchas de las tiendas al haber dado vacaciones en ellas. Se ha pasado a dar apoyo a Inés y Andrea. De momento poco se sabe del futuro, «pasar el verano bien y luego ya se verá».
«Siempre nos han pagado», insiste Rodríguez, en que quede claro. La única indicación que tienen ahora es seguir trabajando hasta que se acabe el género, ya que no se va a reponer, y se ha comunicado que se inicia la negociación de un expediente de regulación de empleo de extinción.
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