
Caldereta a la Innovación
Este madrileño se enamoró de la costa occidental asturiana y vio en la ría «una oportunidad» de futuro que le salió muy bien
A Eduardo Martín no le hizo falta una pandemia para comprender que la vida que llevaba en Madrid pedía otra. Su lugar en el mundo lo encontró al lado de la ría del Eo. Allí halló un lugar para vivir, un proyecto con el que ilusionarse y un propósito. Hace más de tres décadas de todo aquello. Lo que empezó como una aventura sin pretensiones es hoy referencia merecedora de la Caldereta de Don Calixto a la Innovación. Sus ostras son un lujo gastronómico asequible. Y el alma del proyecto es un hombre humilde y lleno de bonhomía.
–Comencemos por el principio. ¿Cómo se gesta esta historia?
–Acueo nace en el año 92. Yo soy biólogo y había aterrizado poco antes en Asturias, en Luarca, para trabajar como profesor de un curso del INEM –hoy el SEPE– que promovía el Ayuntamiento de Luarca. Estaba entonces Chus Landeira. El curso se acababa y yo me quedaba sin trabajo... y una alumna me comenta que va a ir a Castropol a ver las ostras de Carmen. Le pregunto: '¿Qué es eso de las ostras de Carmen?' Me lo explica por encima y sobre la marcha pienso que es muy interesante y me uno al plan.
–¿Qué se encontró?
–Carmen por aquel entonces tenía casi sesenta años y era la última de una cooperativa que no acababa de funcionar. Y tampoco es de extrañar. La fase de crecimiento era larga, la rentabilidad tardaba en llegar y no podían permitirse esperarla, la venta era difícil, y se hacían algunas cosas... que dificultaban la productividad. Ella continuaba porque le gustaba la ría, el oficio y como no necesitaba mucho le daba para vivir. Me gustó lo que vimos, teníamos además una visión parecida y le dije: '¿Y si me quedo contigo?'
–¿Se imagina llegar adonde lo ha hecho?
–A mí cuando me hacen estas preguntas me da reparo porque aunque el proyecto sea muy bonito y tenga potencial y nos deis mucho bombo, que agradecemos muchísimo, seguimos siendo una empresa chiquitita. Si es verdad que yo ni me imaginaba ni esperaba nada. Solo venía de Madrid, donde nací, donde vivi y donde gasté 30 años de mi vida. Allí todo es complicado. Conocí Luarca y me encantó la vida aquí. Me quería quedar y vi la oportunidad.
–¿Sabía dónde se metía?
–Estudié biología pero no tenía ninguna noción práctica. Luego iríamos aprendiendo viajando, hablando con productores franceses... Carmen me contaba un poco lo que había funcionado, lo que no... Los dos coincidíamos en que lo importante era la conservación de la ría. Quisimos apostar por un consumo no intensivo con una producción corta.
–Hacían equipo.
–Carmen era una persona excepcional, una fuerza física y de ánimo, un entusiasmo que transmitía... Ahora estoy feliz también con Nuria, con Manolo, hijo del último pescador y de la última mariscadora de Castropol. La vida es ir andando. Fíjate. Yo iba a trabajar unas horas y ahora llevo tres décadas.
–Comenzaron vendiendo en Francia.
–Aquí no querían nuestras ostras. Querían la plana, la de Arcade, y la nuestra es cóncava. Comenzar fue más difícil de lo que pensaba. Ahora eso cambió y vendemos prácticamente la totalidad al mercado nacional y, sobre todo en Asturias.
–Tres décadas dan para mucho. ¿Nunca se planteó tirar la toalla?
–Lo pasamos muy mal durante la crisis de 2008. Entonces vendíamos en Francia y los productores franceses nos dijeron que no había mercado para ellos. La gente no estaba consumiendo ostras. No había para lujos. Fuimos con nuestra furgoneta cargada con casi mil kilos y terminamos vendiéndolas a un precio muy bajo, nos las compraban casi por hacernos un favor, ya que nos habíamos pegado el tute. A eso se sumaron los impagos y además un virus que de repente acababa con casi el 70% de la producción
–Resistieron.
–Pensamos que no salíamos pero nos sirvió para volver a centrarnos en la venta en España, para impulsar la venta online. Apostamos por producir menos pero en un proceso más cuidado. Luego llegó la certificación ecológica. Trabajamos porque se conozca la calidad de la ría y del producto.
–Se han convertido en embajadores.
–Y nos hace una ilusión tremenda. Siempre tuvimos esa idea. Hace unos años vino a vernos una empresa gallega. Nos dejó caer que rías como ésta hay muchas y que si se agotaba, podríamos ir a otra. Imagínate que Carmen hubiera pensado así desde el principio... nada de todo esto hubiera sido posible. Me hubiera tenido que volver a Madrid.
–¿Echa de menos los inicios ilusionantes?
–Echo de menos la juventud. Si tuviera que hacer ahora todo que hice antes no sería capaz. Pero seguimos poniendo mucha ilusión en todo. Después de la pandemia abrimos una terracita para acompañar las ostras con bebida, es una forma de dar a conocer el producto y funciona muy bien estos meses de julio y agosto. Ya nos aporta casi un tercio de la facturación. A mí me encanta explicar a quienes quieren saber. A veces me riñen porque hay mucho trabajo y me lío a hablar...
–Transmite pasión por el proyecto.
–Me gusta trabajar, me gusta lo que hago pero ya vamos camino de la jubilación y todo esto cansa mucho. También me gusta desconectar. Venimos de estar cuatro días en Cádiz para coger aire y me hubiera quedado una semana. De todas formas, esto me gusta. Los lunes en Madrid eran insufribles; aquí son un día más.
–¿Qué será de Acueo cuando llegue su retiro?
–Es una duda. Si alguien quisiera continuar el proyecto u otra empresa, sería bienvenido. Llevamos mucho tiempo en esto y siempre ha habido contactos. Un años fuimos con el Principado a Gourmets y unos franceses querían comprarnos toda la producción. Dijimos que no. Si a lo mejor ocurre otra vez...
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