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El antes y el después del chef gijonés.

«El gordito feliz no existe»

El chef gijonés Marcos Morán ha perdido casi cuarenta kilos desde julio y aún le faltan otros quince

A. VILLACORTA

Domingo, 3 de diciembre 2017, 01:00

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E l mito del gordito feliz no es más que eso: un mito. «Todo mentira. El gordito feliz no existe», empieza, tajante, Marcos Morán, que en los últimos seis meses ha perdido casi cuarenta kilos y ha ganado en felicidad y que calcula que aún le quedan «entre diez y quince» para que alcanzar el peso perfecto.

Fue el 3 de julio cuando el chef de Casa Gerardo, una estrella Michelin, decidió seguir los pasos de otros cocineros como David de Jorge (que logró adelgazar 130 kilos en solo dos años) o el televisivo Alberto Chicote y plantarse, cansado de «llegar a casa y pedir a voces» que su hijo de cuatro años no le reclamase para salir a la calle a jugar. Porque los kilos le hacían andar «agotado y avergonzado». Unos kilos insanos que en el trabajo también le estaban empezando a afectar.

A esta situación de hartazgo llegó el cocinero gijonés tras «muchos años de estar gordo»: «Yo nunca fui un chico delgado. A partir de los quince años empecé a engordar y, cuando marché a la universidad, engordé otra vez». Una espiral de obesidad que siguió envolviéndole hasta la vida adulta: «Te pones un peso límite y te dices que de ese peso no vas a pasar, pero, cuando lo haces, te sigues engañando a ti mismo». Un tira y afloja mental con la báscula que compaginaba con largas temporadas a régimen: «Llevaba toda la vida a dieta sin demasiados resultados y, muchas veces, con el consabido efecto rebote».

Pero, el pasado enero, llegó un revés importante: «Una hernia umbilical que había que operar. Una intervención que, en teoría, no era muy seria, pero que, a causa de la grasa, no se pudo hacer por laparoscopia y hubo que abrir». Ahí dijo: «Se acabó». O, como él cuenta, hizo «un reset mental» y, en julio, se puso en manos de la doctora Rosa Bernardo, una entre los cientos de médicos prescriptores que el método Pronokal tiene repartidos por toda España.

El nombre puede sonarles porque es el método que han elegido también personajes famosos como la presentadora Carlota Corredera, que perdió más de cincuenta kilos en solo un año, la cantante Alaska pasando por otras caras conocidas de la pequeña pantalla como Bibiana Fernández o Nuria Roca.

La estricta dieta -que consta de cinco fases en las que se van introduciendo distintos alimentos de forma progresiva que se combinan con productos que comercializa la marca- conlleva también «rigurosos controles médicos» semanales o quincenales, además de apoyo psicológico por parte de profesionales que «aportan muchos trucos para conseguir los objetivos». Y el resultado, en el caso de Marcos Morán, está a la vista de todos los que últimamente le dicen que está «muy guapo». O, en realidad, de casi todos, porque «hay mucha gente» que no lo reconoce cuando se lo cruza por la calle.

«Tengo 38 años y, antes de adelgazar, aparentaba 45», se anima el chef, que se felicita también por haber perdido peso sin haberse convertido «en un vigoréxico». Porque, que nadie se engañe, a pesar de que él cuenta con «más recursos técnicos» para que las verduras y la poca proteína que se le permite -una razón de pescado o carne a la plancha al día- no le aburran, la cosa «está siendo dura». Especialmente, a la hora de viajar, porque «los aeropuertos no están preparados para este tipo de alimentación». Y, por eso, también está resultando clave el apoyo de su mujer en casa y de la gente del restaurante «para llevarlo mejor y no recaer».

También, relata, se hacen cuesta arriba momentos relacionados con un oficio consagrado al placer culinario: «Por ejemplo, a la hora de cambiar la carta del restaurante. Tuve que probar la comida y expulsarla», confiesa, consciente de que no hay atajos en el camino hacia el peso perfecto. A cambio, se siente «bien física y psicológicamente». Y, además de la salud y la energía que ha ganado, se queda con una satisfacción añadida, frívola o no: «Por fin entro en la ropa de Zara, que para mí era el enemigo», bromea mientras se come una barrita de chocolate «que está cojonuda».

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