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En 1979 nacía Casa Evaristo, un ultramarinos a la vieja usanza ubicado en la calle Quevedo 10, esa parte de Ceares que se asoma a El Coto (Gijón). En 2018 se movió unos metros hacia su barrio matriz, instalándose en la esquina con Hermanos Felgueroso, con su identificativo toldo verde, desde donde mira en muchas direcciones. Ahora, 46 años después, Evaristo Santos, su dueño, encara la jubilación, con los 65 cumplidos. «Mi vida es muy de novela y quiero pensar que Casa Evaristo es también como un libro que cuenta un poco la historia de Ceares», destaca su dueño. «Sueño con traspasar la tienda o incluso alquilar el local. No me gustaría dejar a mi clientela viuda y que esta esquina que tanto he cuidado y querido, como a mi casa, quede vacía».
Cuando Evaristo afirma que su vida es un 'poco novela' no exagera. Nació en Merillés, en Tineo. «Nací bajo la magia del dolmen y vivía en un pueblo de 14 habitantes con mis padres. Mi madre falleció cuando yo tenía 9 años y entonces mi padre y yo nos trasladamos a Buenos Aires. Con 14 años, pasé de cuidar vacas y cabras en mi pueblo a vivir en una ciudad de más de 12 millones de habitantes. Fue un cambio trascendental en mi vida. Allí estudié Perito Mercantil y llegué a trabajar en Renault. No quería volver a España, pero mi padre dijo: 'Para Gijón'. Ahora, echando la vista atrás, lo pienso y fue todo un acierto», rememora.
En Casa Evaristo hay prácticamente de todo. «Como sus ensaimadas ninguna», dicen los clientes. ¿El secreto? Pues que su mujer, Carolina, es de Menorca. Se cocieron cuando él hacía la mili allí y las ensaimadas llegaron con el matrimonio. «El éxito de mi tienda es que siempre he tenido precios competitivos. Conozco lo que cuesta cada producto en los supermercados y no soy más caro. Por supuesto, la atención personal es básica. Si me preguntan ¿qué patata llevo, Evaristo? Pues yo les suelo decir, mira aunque sea un poco más cara coge la nueva porque va a pelar mejor y vas a aprovecharla más», expone.
Sus mejores recuerdos, dice, son los ochenta. «Eran años de reconversión industrial pero la gente gastaba mucho. Abría de 7.30 a 21.30 y no paraba de vender. Además, hay que ser innovador. Yo empecé a vender comida para animales cuando ninguna tienda de ultramarinos lo hacía. Ahora también soy punto de recogida de Amazon, distribuidor de la ONCE... Hago muchas cosas y tengo una clientela fija que me dice: 'El barrio sin Evaristo no va ser lo mismo'. Animo a que alguien se haga cargo del negocio porque le va a salir muy rentable», remacha.
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