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PALOMA UCHA

Graciano Gallinar

Artesano y maestro industrial. Mantiene en la parroquia rural gijonesa de Fano la exposición 'Asturias, si yo pudiera', una colección de reproducciones a escala de monumentos que ha ido elaborando a lo largo de 42 años

Domingo, 15 de junio 2025, 02:00

A lo mejor nacer el día de navidad trae consigo algún regalo en forma de rasgo especial para añadir a la personalidad. Graciano Gallinar llegó al mundo en El Entrego en ese señalado día de diciembre de 1953 y aunque nada hacía presagiar la habilidad que traían aquellas manos, ni el revuelo de ideas que habitarían para siempre en su cabeza siempre bullendo, imaginando y planificando, lo cierto es que no pasó demasiado tiempo para que se hiciera patente su pericia y su destreza.

Gijón acogió a la familia cuando Graciano terminó los estudios primarios en las Escuelas Nacionales, porque sus padres quisieron poner tierra por medio y alejar como fuera la posibilidad de que los hijos terminaran en la mina. Antes de eso, ya había tenido ocasión de aprender los misterios del trabajo con la madera con un carpintero que además de enseñarle la técnica, incrementó aquel deseo de darle forma a las ideas. En Gijón, se convirtió en maestro industrial mientras trabajaba en mil cosas y de vez en cuando hasta sacaba tiempo para jugar al fútbol porque lo del deporte siempre tiró mucho y a día de hoy la bicicleta es su aliada de muchas horas de carreteras y paisajes.

Graciano Gallinar, con las manos siempre inquietas, comenzó sus pinitos artesanos haciendo hórreos, pero pronto se vio envuelto en un proyecto que le resultó fascinante y que, sin darse cuenta, adquirió visos de misión: la reproducción de todos los monumentos del Prerrománico asturiano. Había en ello el deseo de permitir a los niños contemplar a escala aquellas construcciones que aparecían en sus libros de texto. Pero aquello fue solo el principio, y tras el Prerrománico vinieron otros monumentos emblemáticos de forma que, en su Exposición al aire libre en Fano, conviven en armonía la torre de Pisa con la basílica de Covadonga, San Miguel de Lillo con el Coliseo Romano, el Big Ben de Londres, el Obelisco bonaerense, la iglesia de Santa Cristina de Lena, el Cristo Redentor de Brasil. No falta una reconstrucción de la Cueva de Covadonga, un homenaje a la mina y mil sorpresas que depara una visita en la que Graciano consigue alimentar la imaginación de los niños, satisfacer la curiosidad de los adultos, permitir a las personas ciegas ver con las manos cada detalle de las piezas, sorprender y emocionar a todos, mientras se recorren los senderos de la Exposición jalonados con piedras convenientemente documentadas que proceden de cualquier rincón del mundo.

Acostumbrado a trabajar con micrómetros y calibres, a entender los secretos de los volúmenes, traductor de dimensiones y constructor de sueños con pequeñas piedras de arenisca y tejas árabes diminutas, Graciano Gallinar tiene la magia en las manos, y una mirada capaz de abarcar infinitos y de detenerse en el más pequeño de los detalles. Sus trabajos, fidelísimas reproducciones, desafían a todas las dificultades: a la soledad de una tarea sin apenas apoyos, a las duras condiciones que a veces supone la intemperie, al esfuerzo personal de documentación, mediciones, viajes para ver, tocar, entender el espíritu de cada monumento. Y todo ello con el buen humor y la amabilidad con que atiende personalmente a cada una de las visitas que se acercan a la exposición.

Entregado a su pasión, consciente del desafío personal que emprendió hace cuarenta y dos años sin saber a dónde le llevaría, Graciano Gallinar, el adolescente que nunca dejó del todo la cuenca, conoce mejor que nadie qué es eso de trabajar por amor al arte, un amor mineral y minucioso, qué es eso de construir sueños en miniatura y hacer que vuelen hasta el infinito.

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