María Ángeles Perera: «No quiero que se olvide que a mi hija la mató ETA con alevosía y premeditación»
La madre de la guardia civil Irene Fernández Perera recuerda que si el cuartel hubiera estado terminado se habría evitado el atentado
Hace veinticinco años, una joven natural de Las Agüeras pero criada en Gijón disfrutaba con su familia de las fiestas en honor de la ... Virgen del Alba, patrona del concejo de Quirós, que se conmemora cada 15 de agosto en una ermita enclavada en plena sierra del Aramo. Era la primera vez que podía volver al pueblo en estas fechas tan señaladas desde que había ingresado en la Academia de la Guardia Civil de Baeza, en Jaén.
Sin embargo, en esta ocasión, solo pudo quedarse para los fuegos porque debía reincorporarse a su destino. Su gran sentido del deber y de la responsabilidad le impedía recurrir a la posibilidad de pedir un permiso para prolongar su estancia, como le había sugerido uno de sus tíos. «Es que no puedo, tengo que ir porque hay un chico nuevo, hay muy poca gente porque están de vacaciones y no les puedo hacer esa putada», argumentó. «Y la putada se la hicieron a ella», apostilla su madre, recordando para EL COMERCIO aquella conversación, justo antes de partir de nuevo hacia el pueblo para cumplir con su devoción por la Virgen del Alba.
La joven quirosana era la guardia civil Irene Fernández Perera, de 32 años; su destino, el cuartel de la localidad oscense de Sallent de Gállego y el «chico nuevo», su compañero José Ángel de Jesús Encinas, toledano de 22 años. El próximo miércoles, 20 de agosto, hará veinticinco años que fueron vilmente asesinados por la banda terrorista ETA con una bomba lapa adosada a los bajos de su coche patrulla.
Ni una sola ausencia
María Ángeles Perera, una vez más, volverá a estar allí, en Sallent de Gállego, para honrar la memoria de su hija, la primera mujer guardia civil asesinada por ETA. No ha faltado ni una sola vez al homenaje que anualmente se organiza en la localidad en recuerdo de estos dos agentes caídos en acto de servicio. «No quiero que se olvide que mi hija existió, ni José Ángel», afirma con contundencia y puntualiza que «no se le olvide a nadie que los mataron, no murieron, los mataron con alevosía y premeditación».
Sonríe recordando que ha llegado a ir con una mano escayolada o con una muleta recuperándose de una fractura de tibia y peroné. «Hubo veces que al llegar me decían 'a ver, Mariángeles, ¿vienes entera?'», comenta con una sonrisa, al tiempo que reconoce que todavía se pone muy nerviosa cuando llega a Sallent y sube hacia el cuartel, aunque nada parecido a la rabia y la desesperación de los primeros años. «Ya estoy sanando un poco», ironiza sabiendo que una madre nunca se cura de la pérdida de un hijo al recordar «las patadas que pegaba en el muro contra el que ella se estrelló, los golpes que daba y cómo lloraba». «Estaba loca», comparte.
«Ahora tienen un cuartel decente, con unos buenos bajos para guardar los coches, porque entonces tenían mucha miseria y aquello era un 'chamizu' que no estaba ni terminado. Si el cuartel hubiera estado terminado, el coche habría estado guardado y como no lo estaba pues pasó lo que pasó», apunta. El Ayuntamiento de Sallent de Gállego bautizará este año a la calle del cuartel con el nombre de los dos guardias civiles y colocará una placa en su recuerdo.
Estudió en La Asunción
A María Ángeles se le ilumina la cara cuando habla de su hija Irene, que persiguió una vocación que tenía desde pequeña. Recuerda cómo cuando llegaba del colegio de La Asunción y veía series de marines americanos se quejaba de que en España no admitieran entonces mujeres en el Ejército y en la Guardia Civil. «Yo quería otra cosa para ella, pero era su vocación y cuando abrieron la posibilidad a las mujeres allá fue, a la promoción 101», explica. Para entonces ya había estudiado para técnica de Laboratorio. Y se muestra convencida de que «fue la etapa más feliz de su vida». «En todas las fotos que tengo de entonces sale siempre sonriendo», añade.
«Muchos de los que estuvieron con ella en Baeza habían pedido Huesca como destino e hicieron un grupo muy bueno», cuenta. «Ahora muchos de ellos suben a Sallent a darme un abrazo y eso es su legado, ha dejado una abanico de buen rollo que yo tengo que seguir, aunque llore y aunque algún día tenga que tomar pastilla y media para dormir porque una sola no me vale», admite María Ángeles, que también confiesa que «cuanto más mayor voy siendo, más la echo de menos».
Arropada siempre por la Guardia Civil y una de sus asociaciones de veteranos, de la que forma parte, María Ángeles encuentra en este apoyo que recibe «el valor y la fuerza» para seguir adelante. También del círculo de amistades que Irene cultivó en Gijón su madre sigue recibiendo cariño y aliento. «Este año vendrá a Sallent por primera vez una amiga suya que estaba en Estados Unidos de profesora y nunca podía, pero que se acaba de jubilar», cuenta. «Fíjate, eran de la misma edad, ella jubilada e Irene estaría ya en la reserva».
«Quedan más de 300 asesinatos de la banda terrorista sin resolver»
María Ángeles Perera, madre de la guardia civil Irene Fernández Perera asesinada en 2000, anima a la juventud, que ya no ha convivido con la violencia terrorista de ETA, a que «lean y se informen y si hay algún acto donde se hable de terrorismo que acudan para enterarse de lo que pasó en este país». «Han muerto 850 víctimas y hay más de 300 casos sin resolver aún, entre ellos el del chico de Sama, Juan Carlos Beiro, que murió dos años más tarde que Irene», añade en declaraciones a este periódico. Los asesinos de su hija «ya han salido todos», lamenta. Todos menos Txapote, «el que trajo la bomba de Francia», con una condena superior por otros atentados, como es el caso del asesinato de Miguel Ángel Blanco.
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