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Travesía en el 'Norman Atlantic'

Travesía en el 'Norman Atlantic'

EL COMERCIO viajó en el buque accidentado en uno de sus últimos trayectos en la autopista del mar

EVA VÉLEZ

Lunes, 29 de diciembre 2014, 00:26

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El transbordador 'Norman Atlantic' se incendió ayer en el mar Adriático con 478 personas a bordo. Un incendio que, según apunta la investigación, se originó en el garaje del ferry, en el que había 222 vehículos.

Hasta aquí un titular de esos que lees y te remueve por dentro como tantas y tantas noticias de dramas ajenos e incluso cercanos. ¿Cercanos? Sí. El 19 de septiembre del año que finaliza fui pasajera de este ferry, ya que el barco fue uno de los que durante cuatro años unió Gijón con Saint Nazaire (Nantes) en la llamada autopista del mar. El viaje, bajo el paraguas de la naviera LD Lines, comenzaba en El Musel tras la carga de camiones y turismos.

En la terminal gijonesa las colas que se formaban eran largas. Conductora de un vehículo particular, tenías que armarte de paciencia para esperar tu embarque. Esta maniobra, para alguien poco amigo de la conducción, resultaba complicada porque el barco solía ir con una ocupación media-alta y en la rampa de acceso era habitual tener que frenar para poder acceder al garaje del ferry.

El incendio que ha desatado la tragedia se originó en los garajes y estos parecían en óptimas condiciones, con operarios bien atentos y siempre dispuestos a indicarte tu correcta posición. De hecho, este aspecto ocupaba mucho más la atención de la tripulación que otros quizá menos trascendentales como la limpieza. Al fin y al cabo, no se trataba de un crucero de lujo, sino de una forma rápida y económica de realizar la travesía entre Gijón y Saint Nazaire con la posibilidad de llevar el vehículo. Para los transportistas, una forma de acortar el trayecto de su carga hasta Francia. Muchos de ellos realizaban este viaje en septiembre ya con la duda de si sería el último de la línea, en pleno debate entre la naviera y los gobiernos de España y Francia sobre su continuidad.

La herrumbre campaba en pequeños brotes aquí y allá, por poco que la vista se fijara. Limpiezas de esas superficiales, que te hacían pensar que el mantenimiento era algo que hacía mucho tiempo que se hacía por encima. Diminutos detalles que te dejaban un regusto cuasi amargo. Recuerdo un pequeño incidente que tuve en el viaje de vuelta a mi camarote. Según entré, noté que hacía frío en exceso y el aire acondicionado estaba puesto a su máxima potencia.

Intenté regularlo, pero me fue imposible. Me dirigí a un auxiliar y, muy amablemente, entró en mi camarote, se subió a una silla y estuvo peleándose con la palanquita que 'domaba' el cachivache. En italiano me dijo que estaba ya arreglado. Lo cierto es que, por no discutir, lo di por válido cuando el aire seguía un poco desbocado.

Según embarcabas y dejabas tu equipaje en el camarote, podías inspeccionar el ferry. Como pasajera, tenías que limitarte a deambular por las zonas permitidas y las prohibidas, numerosas, debías verlas desde la barrera. Subir a la terraza, desde donde poder observar el mar, requería un ejercicio de férrea disciplina y agilidad, ya que las escaleras, o escalerillas que daban acceso a la zona superior, eran poco menos que un estrecho pasillo en el que había que ir 'grapada' a la manilla, con las piernas temblando y pensando en la gente mayor que iba a bordo y lo complicado que tendría su acceso a esta zona.

14 horas de travesía que se hacían llevaderas, pero con ganas de llegar a puerto.

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