El enigma Crooks: ¿Por qué un joven solitario quiso matar a Trump?
Este domingo se cumple un año del atentado contra el líder republicano en Butler y el Senado publica un informe sobre la «cascada de errores» que tuvo el Servicio Secreto y la incapacidad de encontrar un móvil
Un año después del 13 de julio de 2024, todavía persiste el enigma sobre las razones que llevaron a un joven de 20 años, Thomas ... Matthew Crooks, a disparar contra Donald Trump en un mitin en Butler (Pensilvania). Un atentado realizado con un fusil de francotirador que hubiera cambiado la historia de Estados Unidos, y posiblemente del mundo entero, si milagrosamente el entonces candidato republicano a la presidencia no hubiera girado la cabeza y la bala le rozara únicamente la oreja derecha.
La Fiscalía General y el FBI mantienen una evidente frustración. Doce meses después, no existe un móvil para el intento de asesinato más allá del más simple y que no contenta a quienes esperaban una conspiracion internacional o un crimen político: que Crooks cumplía con el perfil de los individuos que terminan por causar una matanza en su antiguo instituto o en un supermercado, sólamente que eligió la figura del líder republicano.
¿Pudo ser tan simple?, se preguntan todavía hoy en el FBI, que en las primeras horas posteriores al mitin, con Trump todavía en el hospital con la oreja vendada, trató de vincular al tirador con una trama iraní. Crooks ya no podía ser interrogado. Un francotirador del Servicio Secreto, que acompañaba al candidato desde principios de ese mes ante el temor precisamente a un atentado dirigido por Teherán, le abatió en el mismo tejado de un cobertizo al que se había encaramado mientras intentaba afinar la puntería sobre Trump.
Siempre ha existido un miedo profundo en el Servicio Secreto y la propia Administración estadounidense a que un individuo asocial y solitario, por su cuenta, sin ayuda alguna y desde luego muy alejado de la idea de un espía o un terrorista internacional, fuera capaz de matar al presidente del país. Crooks encarnó ese pánico desde el primer segundo pese a que el magnate aún no había llegado a la Casa Blanca. Personificaba al tipo de pesadilla que pudo haberle volado la cabeza al mismísimo Trump en medio de una general pasividad.
El atentado contra John F. Kennedy volvió a hacerse presente. Y sobre todo, el sufrido por Ronald Reagan el 30 de marzo de 1981 a la salida del Washington Hilton Hotel. Muy parecido en el fondo.
El aterrador recuerdo de Hinckley
Los disparos de John Hinckley Jr. todavía resuenan hoy en los pasillos de las agencias de seguridad como un ejemplo de fallo clamoroso en la protección al presidente, que en aquel momento solo llevaba 70 días en el cargo. Nadie del Servicio Secreto, el FBI, la Policía estatal o la escolta de Reagan descubrió que aquel joven mezclado entre la multitud deseosa de saludar al mandatario en la calle, a solo unos pasos, portaba un revólver Rohm RG-14. Nadie en el profesional y nutrido equipo de seguridad pudo pararle antes de que apretara seis veces el gatilllo.
Reagan resultó herido por un proyectil rebotado, una bala 'Devastator'. Prohibida en el mercado y conocida por incorporar una pequeña carga explosiva que revienta al impactar en el cuerpo. El presidente tuvo suerte, La munición, defectuosa, no explotó y se detuvo a menos de tres centímetros de su corazón. Dos policías y el jefe de prensa de la Casa Blanca, James Brady, resultaron heridos. Brady sufrió un balazo en la cabeza, quedó discapacitado y nunca se recuperó. Continuó como jefe de prensa nominal de la Administración y luego se dedicó a impulsar el control de armas hasta su muerte en 2014.
La sombra de la repetición en el atentado de Bultler alteró Washington hace un año. El paroxismo fue tal en la Fiscalía dirigida entonces por Merrick Garland y en la agencia federal de investigación, cuyo director era Christopher Wray, que enviaron a tres agentes a Texas para interrogar a un supuesto espía iraní, detenido ante las sospechas de dirigir una red de reclutamiento de pistoleros para asesinar a políticos. El FBI basaba su sospecha en una información conocida a principios de julio sobre una posible orden de Irán para matar a Trump y evitar que llegase a la Casa Blanca. Cero, Los investigadores regresaron de vacío.
El joven llegó a Butler en coche desde su casa, a hora y media de camino, se encaramó a un cobertizo situado fuera del perímetro de seguridad establecido para el mitin de Trump y aguardó a que el líder republicano iniciara su discurso. Sus balas asesinaron a Corey Comperatore, un bombero sentado entre el público asistente al acto. El hombre cubrió con su cuerpo a su familia y recibió un tiro mortal.
Thomas Matthew Crooks trabajaba en una residencia de ancianos en Pensilvania, había terminado sus estudios, carecía de amigos y pasaba las horas aislado en su casa. La Policía cree que actuó solo para hacerse famoso. Ni entre sus papeles ni sus pertenencias se encontró un móvil, como tampoco en sus conexiones con terceras personas. Tampoco se ha determinado cómo pudo estar a punto de asesinar a un candidato a presidente con ese bagaje. Lo cierto es que permaneció 45 minutos en Butler fuera del radar del Servicio Secreto, el FBI y la Guardia Nacional y mostró una puntería certera.
Para el Senado estadounidense, que este domingo hará público el informe de una investigación desarrollada durante el último año, Crooks se aprovechó de una maraña de errors y fallos de comunicación entre los encargados de proteger a Trump aquel día, unido a una palpable ausencia de efectivo o, como señala el documento de «recursos adicionales de seguridad». «No se trató de un solo error. Fue una cascada de fallos evitables», manifiesta el Comité de Seguridad Nacional y Asuntos Gubernamentales de la Cámara, que incluye a senadores republicanos y demócratas.
Ni el Fiscal Garland ni el director del FBI Wray, que trabajaban para el Gobierno de Joe Biden, siguen en el puesto. Salieron inmediatamente después de que Trump fuera investido y comenzara su particular depuración de altos cargos de la era demócrata, sobre todo en el Departamento de Justicia y las agencias de investigación.
Seis agentes del Servicio Secreto han sido recientemente suspendidos con entre 10 y 42 días de suspensión de sueldo por su actuación durante el atentado. «Lo ocurrido fue inexcusable», subrayan los senadores, que han entrevistado a 17 responsables del operativo de Butler y revisado 75.000 páginas de informes, entre ellos, los de la ansiada e inexistente trama iraní.
Reformas profundas
La polémica está servida. La Cámara llama la atención por el hecho de que, después del atentado, no se hayan producido despidos. «El pueblo estadounidense no se merece algo así», dicen los senadores, con una predisposición a culpar de laxitud al gabinete de Biden.
Uno de los señalados es el agente que estaba a cargo de las comunicaciones en el evento de Butler. Veinticinco minutos antes del atentado, un policía le informó que se había visto a un individuo caminando con un telémetro cerca del perímetro de seguridad. Sin embargo, las imprecisiones y el retraso en comunicar la amenaza a los equipos tácticos dejaron libre a Crooks. La primera indagación del caso le exoneró de cualquier responsabilidad. El agente se jubiló el pasado junio.
El actual director del Servicio Secreto, Sean Curran, ha anunciado que habrá «reformas sustanciales» en el aparato de protección del presidente. Entre ellas, el uso de móviles. El informe revela que la nutrida escolta se ha acostumbrado a comunicarse por teléfono en vez de por radio, como ha sido habitual, lo que hace imposible que, en caso de una amenaza como la de Butler, ni los policías, miembros de la Guardia Nacional o francotiradores de alrededor se enteren de nada.
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