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Dani Castaño
Viento de nordeste

La generación pobre

La desigualdad amenaza con cebarse en los jóvenes, la brecha intergeneracional se agranda y nos acordamos más de ellos cuando molestan para recriminarles su conducta que cuando requieren atención

Domingo, 17 de agosto 2025, 02:00

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Viendo lo que estamos viviendo, en la constatación de la realidad de la que somos protagonistas y testigos, sería necesario preguntarse qué sociedad estamos construyendo, ... cuál es la que queremos que sea, qué estamos haciendo para conseguirla, si la ruta emprendida para ello está o no equivocada y qué se puede hacer para corregir el rumbo si la senda que se está cogiendo no es la más adecuada. La economía va como un tiro, este país crece más y a mayor rapidez que cualquier otro lugar de Europa. Asturias está enganchada al tren del PIB aunque sea de vagón de cola, con una estructura sectorial en absoluta transformación con la nueva reindustrialización pendiente y en plena efervescencia turística. Estamos en la década del cambio, como esgrime el presidente Adrián Barbón, casi siempre que aborda en público la evolución que experimenta la comunidad autónoma. Hemos superado la etapa del carbón, estamos avanzando desde el ratón por la era digital e incrementando el valor de nuestra identidad con la tradición sidrera. Vivimos un proceso de reconversión permanente, donde el sector público se agiganta y cada vez existe de él mayor dependencia. De la estatalización económica hemos pasado a la cultura de la subvención a tutiplén. Sin fondos, vengan por los ayuntamientos, de la Administración regional, del Gobierno central o de Bruselas, no hacemos nada. Ni apenas las empresas pueden crecer sin ellos, ni los ciudadanos beneficiarse del desarrollo. Claro está que hay ayudas que favorecen la multiplicación de la riqueza, otras que permiten fijar el nivel de bienestar, pero una buena parte también se convierten en anestésicas, un gasto permanente en una sociedad mantenida que en lugar de repararla se va incrementando su necesidad. El estado del bienestar del que disfrutamos, al mismo tiempo, resulta muy caro de sostener. La fiscalidad está por las nubes y quienes trabajan están obligados a destinar el sueldo de medio año a pagar tributos. La economía va bien, pero también nos está costando muchísimo que sea así, cuando además tenemos por delante numerosos deberes por hacer, muchos retos que afrontar. La economía mantiene su despliegue y con ella se está batiendo los récords del empleo, con la mayor cifra de cotizantes a la Seguridad Social desde la crisis de 2008, pero sin que llegue a todos por igual. No se está produciendo un crecimiento socialmente equilibrado, más bien al contrario. Se está cayendo en un incremento de la desigualdad, un efecto tan pernicioso como peligroso por la utilización política y social que se pueda hacer de este fenómeno radicalmente indeseable.

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