Cementerios
Hoy 1 de noviembre es día de visita a los cementerios (dejo los columbarios aparte) para rendir tributo de recuerdo, reconocimiento y cariño a nuestros ... seres queridos ya fallecidos. Para la mayoría de las personas, el cementerio es un lugar que impone, un lugar tétrico, un lugar al que no se nos ocurriría ir a pasear. Sirva esta columna para disipar esas sensaciones y para ayudar a ver los cementerios desde otra perspectiva más amable. Los cementerios son recintos que aglutinan en su ámbito disciplinas artísticas dignas de ser contempladas y valoradas: la arquitectura y escultura funerarias, la decoración mortuoria, la propia traza de los cementerios, la epigrafía y la botánica funeraria. La cita de hoy sábado, puede convertirse en una ocasión adecuada para disfrutar de esas manifestaciones.
Nada de extraño tiene fomentar esta actividad. En Europa la visita a los cementerios ha pasado a formar parte de los paquetes turísticos. No debe sorprendernos. La visita a los camposantos da ocasión para pensar y contemplar la muerte desde una distancia cómoda. Los turistas experimentan una sensación de alivio al sentir que pueden dar un paso atrás y regresar a la tranquilidad de sus propias vidas. La visita es muy ilustrativa y permite penetrar en la esencia del ser humano. Quizá la manifestación artística más clarificadora para conocer la naturaleza humana nos la proporcionan los epitafios, que a modo de mensajes al más allá siembran las lápidas de los difuntos. Son muy significativos y confieso que he recopilado los de numerosos cementerios de la zona rural asturiana, así como los de las principales capitales. Los hay de contenido poético: «Debéis guardar silencio, se ha dormido tan dulcemente el tiempo entre mis brazos»; otros hacen alusión a la profesión del difunto: «Delineante de la construcción»; otros contienen una llamada a la reflexión: «Como te ves, yo me vi y como me ves, te verás». Su lectura me ha animado a redactar mi propio epitafio que, si no cambian las cosas significativamente, será el siguiente: «La muerte es el adorno que pongo al regalo de mi vida».
Pero volvamos al tema. Una de las manifestaciones más generalizadas de la visita a los cementerios son las flores. Pocos difuntos se quedan sin ellas y si lo hacen no es porque sus descendientes vivos no dispongan de recursos para comprarlas –para las flores siempre se encuentran medios–, es porque, desgraciadamente, ya no tienen descendientes ni parientes vivos. Las flores tiene su propio lenguaje. Es cierto que no hay unanimidad a la hora de atribuir a cada flor su significado, pero los más habituales, son los siguientes. Alhelí: «Siempre me parecerás hermosa»; aloe: «Pena»; amapola: «Eres fantástica»; clavel rayado: «No puedo estar sin ti»; clavel rojo: «Se me parte el corazón»; crisantemo: «Te quise de verdad»; jazmín: «Fuiste una delicia»; tulipán: «Te declaro mi amor eterno».
Observará el querido lector que los árboles propios de los cementerios son el ciprés, el tejo, el pino o el sauce llorón, nunca árboles frutales, porque posiblemente alimentados por las miasmas de los cadáveres, serían de consumo no aconsejable. Y no lo olvidemos, el cuidado y limpieza de los cementerios es un índice de respeto hacia los difuntos.
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