Fariseos o publicanos
El Evangelio vuelve a centrarse en la oración con la parábola del fariseo y el publicano y, aunque fácilmente nos identificarnos con el publicano, en ... nuestra vida hay muchos detalles del fariseo. Fingir que somos pecadores puede ser una táctica o una maniobra para quedar bien y eso es un engaño, una mentira, porque la vida suele ser una mezcla de fariseo y publicano, mezcla de bien y de mal. Los fariseos de ayer y los de hoy son lo mismo, personas satisfechas de sí mismas y seguras de su obrar, que creen tener siempre la razón y la verdad, y se sirve de ellas para juzgar y condenar a los demás.
El fariseo encasilla, juzga, condena, cree que es bueno y tiene las manos limpias. No cambia, no se arrepiente de nada, no se corrige, no se siente cómplice de ninguna injusticia. Y exige a los demás cambiar, renovarse y ser más justos. Es uno de los males de la sociedad. Queremos cambiar las cosas y lograr una sociedad mejor, pero que cambien ellos.
¿Quién decía la verdad el fariseo o el publicano? Entonces, como ahora la mentira puede ser rentable, y permite salir airosos de ciertos apuros con buenas estrategias para vencer sin convencer. Hay ocasiones en que si se va con la verdad por delante no se llega lejos; en cambio, la mentira puede ser un recurso de éxito.
La mentira, sobre todo la usada por políticos, religiosos y gobernantes, puede provocar daños incalculables como ocurrió con la Inquisición y los regímenes totalitarios porque, a fuerza de repetir, llegan a ser creídos. Y ocurre ahora con los fariseos modernos que no se arrepienten ni se corrigen. Ellos nunca se equivocan; por eso, exigen a los demás cambiar, renovarse y ser más justos, pero siempre los otros, nunca ellos. Jesús critica con dureza a los que «teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás». Debemos aclararnos si somos fariseos o publicanos, o las dos cosas. El bien y el mal caminan juntos y puede ser difícil tratar de separarlos.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión