En todas las empresas y organismos hay una autoridad, una jerarquía que tratará de que todo funcione bien y todos estén coordinados. Así ocurre o ... debe ser en la Iglesia. No sería normal que en una parroquia sea el monaguillo quien manda y ordena, y el párroco tenga que seguir sus instrucciones. Es cierto que puede haber algunos cambios que podrían afectar a las formas de trabajar o evangelizar, pero no serían cambios en el credo y en los dogmas o en los sacramentos. Los cambios no pueden llegar a que cada persona pueda decidir o interpretar todo a su manera.
Lo cierto es que en nuestra sociedad se están infiltrando corrientes que tienden a crear una especie de 'modernidad líquida y volátil', sin valores sólidos, con unos cambios tan rápidos que nos dejan en la incertidumbre. Y parece que también en la Iglesia se pueden disolver los fundamentos de la fe en unas ideas indefinidas en las que predomina «en mi opinión esto debe ser así». Cuando esto se aplica a los sacramentos, se puede caer en deformaciones o equívocos, con posturas personales sin sentido. Estas personas se basan en que el individuo y no las instituciones, como la familia, el Estado o la Iglesia, es quien toma las iniciativas y se llega a situaciones que rozan el ridículo.
Si aplicamos el todo vale y cada uno puede hacer lo que le parece bien, podríamos llegar a 'celebraciones' como la que hizo el jesuita Michael Messner, que inventó que no habrá solo un sacerdote en el confesionario en la catedral de Linz; a su lado estará la psicóloga Ingebord Meinecke para dar consejos al penitente. Según Messner, «el sacramento de la reconciliación necesita nuevos espacios y nuevas formas». Cuando hablamos de sacramentos, el tema es muy serio y sobran las bromas. El padre Messner, si recibe en su despacho a amigos o vecinos y quiere aconsejarles, puede tener una psicóloga, un abogado o un experto en altas finanzas. Pero con sacramentos los experimentos sobran.
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