El imperio contra el trauma
José Busto
Lunes, 3 de noviembre 2025, 01:00
Una niña se quita la vida tras sufrir el más abyecto de los acosos imaginables por parte de tres compañeras. A pesar de las continuas ... y dramáticas advertencias de la madre, el colegio concertado escoge no activar el preceptivo protocolo antiacoso por miedo a perder la suculenta subvención que garantiza la supervivencia de su exclusivo y patético estatus a costa del contribuyente.
Tan brutal y perturbadora resultó para ella la exposición continua a semejante tortura, a semejante rosario repugnante de vejaciones, insultos, escarnios y amenazas, tan abrumadora, inhumana y aleatoria, que su joven cerebro terminó por desarrollar una respuesta emocional y fisiológica incompatible con el instinto de supervivencia.
Paula Marín, psicóloga y activista incansable, lleva años advirtiendo sobre esta y otras muchas lacras que ya nos definen como una sociedad fracasada. Ella, mejor que nadie, sabe lo que es el acoso. En sus redes sociales sufre a diario un maremoto de odio por su valiente posicionamiento contra todo tipo de injusticias. Su estilo directo, contestatario y cargado de ironía cuando aborda las cuestiones sociales más controvertidas desde una perspectiva feminista, hacen de ella el blanco perfecto para todos esos mandriles que pretenden devolvernos a la edad media.
Violencia de género, maltrato psicológico, abuso sexual infantil o acoso escolar son sólo algunas de las guerras en las que anda metida y partiéndose la cara. Desde su clínica, su imperio contra el trauma ha rescatado a cientos de mujeres y ha abierto los ojos a otros tantos hombres, consiguiendo así que la sociedad se encare de una vez por todas con esos tabús y empiece a sanar colectivamente.
Recuerdo una conversación que tuve con ella a raíz de un caso idéntico en Gijón. Nos imaginábamos a la dirección del colegio reunidos alrededor de unos carajillos cuando las evidencias del acoso eran ya ineludibles y dilucidando los pros y los contras de intervenir. Es que nos van a quitar la subvención, dice uno. Es que ya estamos en mayo, dice otro. Es que es mejor que esperemos a ver, dice el tercero, tampoco será para tanto. Es que me cago en vuestra santísima falta de empatía y humanidad, digo yo.
Teméis menos a la crueldad que al qué dirán. Y no sigo porque no quiero calentarme. Cada niña que se tira por una ventana porque un adulto no ha hecho nada por evitarlo, aun estando en su mano, es un fracaso para todos. Y si, de alguna manera, no sé, si todos perdiéramos un dedo cada vez que ocurre, te digo yo que esto se solucionaba rápido. Pero como en el fondo nos da igual… perdón, perdón, que ya me estoy calentando.
La respuesta correcta es la educación. Pero no la educación así en general como una entelequia inane. Hablo de un plan educativo ambicioso, soberano y con presupuesto. Con fondos. Con pasta contante y sonante que financie a un millón de Paulas e implemente otro millón de programas transversales en los rincones más oscuros de nuestra sociedad del cansancio. Un plan que anteponga la felicidad, el respeto a la diversidad y la autorrealización al sucio dinero.
A lo mejor así podemos instaurar para siempre un imperio contra el trauma que nos permita ver la luz al final del túnel.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión